CAPITULO 5

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...Vehuiah, Yeliel, Sitael, Elemiah, Mahasiah, Lehael, Ahaiah, Cahetel...

Ricardo se sentía extraño. Por alguna razón que desconocía, se encontraba en un lugar en donde su cuerpo parecía no tener una percepción de lo que se dice: «ocupar un espacio». Lo único de lo que podía estar seguro era que estaba flotando. Pero, ¿hacia dónde? ¿Y cómo lo estaba haciendo? De eso no podía estar seguro.

Esas voces que se escuchaban en eco en lo más profundo de su mente continuaban repitiéndose. Los nombres de Dios. Todos ellos se manifestaban una y otra vez mientras su cuerpo era trasladado como si estuviese flotando en la vertiente de un río invisible. Él boca arriba, dejándose llevar por la infinidad de un espacio extenso, distante y desconocido.

A su alrededor, los colores más bellos que jamás hubiese imaginado presenciar, armonizaban entre ellos para darle un espectáculo visual de lo más impresionante. Todos sus sentidos se encontraban a gusto. Sencillamente a gusto.

Parecía tener el tacto adormecido mientras su cuerpo, o lo que recordaba de lo que era sentir un cuerpo, levitaba, trasladándose como si fuese un cometa, a toda velocidad, hacia alguna parte, pero a su vez, con calma y seguridad, hacia ningún lado.

Él sentía todo, y a la vez, no lo sentía nada.

Su visión, por otro lado, era atacada por millares de formas que se desplazaban junto a él, puntos, vórtices, vectores, colores, luces, contrastes y fondos... todo cambiaba, nada se mantenía de la misma forma, pero lo hacían persiguiendo el ritmo melódico tranquilizador que sus oídos tenían el gozo de escuchar.

Si lo pensaba un poco, solo un poco, parecía querer llegar hacia algún lugar en particular. Todo este camino de luces, colores, melodías bellas, y una carga de energía pura que rodeaba toda la atmósfera, tenía un objetivo. Iba hacia alguna parte. Su mente limitada, humana, repleta de incertidumbre y desperfectos, esta vez se hallaba callada. Quería saber lo que había al final, pero también gozaba mucho de disfrutar este hermoso y bello recorrido.

Volar. Si pudiese brindarle un término a la experiencia que estaba vivenciando, volar sería una palabra adecuada. Pero todavía así, le quedaba muy corto al significado completo, real y magnífico de lo que le sucedía a Ricardo.

Se dio un momento específico en el viaje en el que su alrededor pareció tornarse oscuro, y Ricardo, en su carácter de ser finito, mortal, y repleto de incertidumbres, sintió un poco, solo un poco, de temor.

Pero era un temor abrazado por el ansia de responder a la incógnita: ¿hacia dónde me estoy trasladando? Y entonces pudo reconocer algo. De todo lo que había estado percibiendo, no había nada a lo que pudiera atribuirle un significado... o mejor dicho, un parentesco con otra cosa que hubiese visto en su vida terrenal.

Pero ahora si podía. Era como haber ingresado a un túnel, dónde la obscuridad lo abdujo, y salir del otro lado, hacia un lugar en donde todo tenía un formato que para él resultaba familiar.

Había un todo sobre su cabeza, que se teñía de colores, el celeste y el blanco. Y eso parecía un cielo. También había trazos blanquecinos, con inicio y fin, de estructura errática, esponjosa y translúcida. Y eso se parecía a las nubes. Por debajo y a lo extenso, figuras inmensas, majestuosas, sólidas y de composición verde, marrón y blanco, le daban un límite a su mirada. Y eso parecía la tierra y montañas. A lo lejos una luz, dorada, cándida y rejuvenecedora, lo saludaba. Y eso parecía el sol... pero no lo era. Se trataba de algo más. Algo que él conocía. Algo que él ya había visto. Algo que le era familiar y desconocido, ambas cosas a la vez. Estaba lejos, pero se sentía extrañamente cercano. Cómo si estuviese destinado a que sus presencias se juntaran. ¿Se trataba acaso de...? No.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora