CAPITULO 51

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Altavis emergió de las profundidades de Istra con un aspecto ambarino, de carácter difuso y en constante cambio. La prisión astral, en la que había permanecido prisionero durante tanto tiempo que le era imposible de cuantificar, había dejado fuertes huellas en él: su «piel» emitía un resplandor rojizo en su interior, tal como un atardecer lo hace reflejando sus rayos en un río, por otro lado, su figura, mientras avanzaba a paso acelerado, parecía estar en un constante estado de desenfoque.

No tenía un rostro claro, y aunque podía proyectarse con una figura asemejada a la de un humano, saltaba a la vista que no lo era. Él era distinto.

Era un ser astral, con alma... pero sin cuerpo.

Con sigilo y destreza, descendió a la penumbra de un bosque que se extendía a lo largo de una dimensión que no estaba sujeta a las leyes del tiempo, pero sí atestada de brutales peligros.

La maleza que predominaba en el suelo estaba formada por enredaderas que se retorcían como tentáculos, los árboles, dueños de aquellas extremidades movedizas, eran grotescos, gigantes y con ramas que se retorcían y balanceaban como si tuviesen vida propia, protegiendo los alrededores de Istra.

El bosque parecía tener una conciencia propia y se mofaba de quienes osaban entrar en su reino. Altavis avanzó, sorteando raíces serpentinas y esquivando los brotes que se agitaban cuando pasaba cerca de alguno de ellos.

En su huida, valiéndose de una gran celeridad, un vistazo hacia atrás le hizo percatarse de que ya no estaba solo y que «cierta presencia» le seguía los pasos de cerca.

Estos eran los Segadores: los encargados de la seguridad de Istra. Eran criaturas descomunales, más altas que un hombre promedio, cuyos cuerpos parecían envueltos en una penumbra blanquecina y luminiscente que se movía como una extensión de ellos mismos. Sintió los ojos de aquellas criaturas fijándose en él de inmediato y apretó la marcha.

Los Segadores eran criaturas flotantes que por lo general portaban arcos gigantes, adaptados a su imponente tamaño, y cuyas flechas eran semejantes a unas feroces lanzas.

No demoraron en disparar hacia él.

Las flechas surcaron el aire con un zumbido ominoso. Altavis, intuyó el peligro y se lanzó al suelo. No necesitó ver los proyectiles, puesto que zumbaron a gran velocidad sobre su posición y siguieron de largo. Las puntas destellaron a lo lejos con un fulgor letal mientras se perdían entre la retorcida maleza circundante.

Altavis se levantó de inmediato y continuó corriendo, su piel parpadeaba en tonos rojizos al compás de cada una de sus pisadas. Desde lo lejos, y a ojos inexpertos, podría ser sencillamente confundido como una antorcha brillante moviéndose entre medio de la oscuridad de la noche.

Una cosa tenía clara. No podía permitirse ser alcanzado por los Segadores bajo ningún concepto. Cada segundo que había pasado en cautiverio, despojado de su libertad, había soñado y anhelado por este momento. «Prisionero» era una palabra que no querría volver a tocar en su diccionario personal.

Tenía que escapar cuanto antes.

El problema era... ¿Hacia dónde?

De repente, sin aviso previo, las raíces serpentinas parecieron tomar vida, y se lanzaron hacia él con ferocidad, tratando de enredarlo. Por fortuna, ya se encontraba fuera de la magia inhibidora de la prisión y pudo valerse de su Destello para hacerlas añicos.

Estiró su mano y un fulgor rojo fluyó por todo su translúcido cuerpo; comenzando por el centro, expandiéndose cuál circuito intravenoso por su brazo, y luego, siendo expulsado por su palma.

El impacto hizo temblar a los árboles y fulminó por completo las raíces movedizas.

Otro Segador, más rápido que los demás, se le aproximó desde la espalda, con sus ojos ardientes de justicia fijados en Altavis. La criatura extendió un brazo y trató de agarrar al fugitivo, pero Altavis saltó hacia un lado con un movimiento ágil. Sintió el roce abrasador del Segador, apenas le rozó por unos pocos centímetros, pero fue suficiente para que todo el destello en su interior se revolucionara, volviéndose inestable y agitado.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora