CAPITULO 28

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—¿Tan mal está?

—Eso depende de tu definición de mal. Está vivo y eso, desde mi perspectiva, es muy bueno.

—Sí, pero según lo que me dijiste, no hay recuperación.

—En efecto —suspiró Vanila con un deje de impotencia—. No la hay. Ha permanecido en el mismo estado, con la misma temperatura corporal y fiebre durante media semana. Sin cambio, o mejoría alguna.

Ricardo y Vanila, como dos estacas clavadas al suelo, contemplaban, uno junto al otro, al convaleciente Luis Fernando. Luisfer, por su parte, había permanecido en el mismo estado, bocarriba, segregando sudor a mares, con una elevada y peligrosísima temperatura interna y con pocas posibilidades de recuperación.

Ricardo echó otro vistazo al aire acondicionado portátil que había junto a la ventana; ya se encontraba en el punto más frío, pero solo por las dudas, presionó el botón para descender el nivel de temperatura todavía más.

—Quizás necesitamos otro aire...

—No hace falta otro aire. Está helado aquí adentro.

—¡Sigue transpirando! —espetó Ricardo, nervioso.

—Y lo seguirá haciendo... —refutó Vanila—. Escúchame. Sé que tienes las mejores intenciones, pero aquí, a mí, en este mismo momento... solo me estorbas. ¿Por qué no vas a relajarte? No has salido de esta habitación desde que te levantaste.

—No iré a ningún lado sin él... Yo lo arrastré hasta aquí —dijo el hombre, conteniendo su sollozo—. Yo lo sacaré. Así que dime que debo hacer y ayudaré en todo lo que pueda. Te conseguiré todo lo que necesites. ¿Vendas? ¿Frascos medicinales? ¿Alcohol etílico? ¿Gasas?

Vanila se tentó y negó con la cabeza.

—Ricardo, por favor. ¿Dónde crees que estamos? Podría improvisar todo eso con lo que tengo en mi bolsillo. No necesito de nada, tengo aquí todo mi equipo y es más que suficiente...

La joven doctora se tomó un momento para divagar entre sus pensamientos. Fue cosa de unos pocos segundos en el que sus ojos apuntaron a Ricardo, luego a Luisfer, y luego hacia algún punto en particular más allá de la ventana.

—Aunque si quieres ayudar, hay algo que podrías hacer por mí, que quizás te mantenga lo suficientemente ocupado para salir un poco de esta choza. ¿Qué te parece? ¿Crees que puedes hacerlo?

—Todavía no sé que tengo que hacer...

—Salir de aquí e ir a la caravana de Keitha. Está en la otra punta del asentamiento. Hace unos días le pedí ayuda con el caso de tu amigo y me dijo que trataría de elaborar una receta especial... —Se aclaró la garganta. Cómo si lo siguiente que fuese a decir no le hiciese mucha gracia—. Vudú.

Ricardo arrugó el entrecejo.

—¿Vudú?

—Sí, sí, sí... —dijo ella, obligándose a sonreír—. Créeme que yo tenía un muy mal preconcepto con ese tipo de... artes. Por lo general, no suelo pedirle ayuda a ella, pero hasta ahora la medicina convencional, dura, exacta y extremadamente infalible, no me ha servido de mucho con tu amigo. Y ante mis creencias antepongo la salud, así que supongo que vale la pena probar.

—Pero espera... ¿Qué le dará?

—No lo sé. Jamás me lo dice. Es parte de su... secreto profesional —dijo encogiéndose de hombros—. Pero ha funcionado conmigo una vez. Cuando llegué a este lugar tuve una fuerte intoxicación. Vomitaba absolutamente todo lo que comía. Tranquilo, no estaba embarazada, también fue lo primero que pensé.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora