CAPITULO 26

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Mel cerró la puerta de entrada al departamento de Luisfer con una serie de sentimientos encontrados, arremolinándose en su interior y que incordiaban justo en la zona de la boca del estómago.

Por un lado, sentía vigor y unas ansias de descubrimiento que le rememoraban a su edad infante, en dónde todo el esplendor del mundo y la naturaleza era una nueva aventura para ella.

Así pasaba con esta pequeña e impredecible travesía que rozaba la ilegalidad y que le había tocado protagonizar, junto a una mujer que apenas acababa de conocer, en la presunta búsqueda de una misteriosa, como también, muy difusa verdad.

Pero...

Junto a ese vigor y esa hambre de curiosidad y descubrimiento convivían a su lado el temor y la incertidumbre. Mismas emociones que la embriagan cada vez que padecía esos «episodios» de inconsciencia en la que abandona el control total de su cuerpo.

Vigor y temor. ¿Cuál de aquellas emociones predominaría a partir de ahora? Sin lugar a dudas, retornar al lugar en donde todo haba comenzado le generaba un extraño cosquilleo en su nuca. Estaba nerviosa y no podía evitar expresarlo con cada célula de su cuerpo. La ansiedad parecía carcomerla en su interior.

Mel quería descubrir la verdad al igual que Kara, pero también quería entenderse a ella misma y a esas lagunas. Lagunas que le habían traído a este mismo departamento una vez.

—¿Tienes idea de dónde podemos empezar a buscar? —preguntó Kara. Ella se encontraba de pie en medio de la sala y acababa de encender todas las luces de la cercanía.

El hogar del mejor amigo de Ricardo respetaba las sentencias: acogedor, agradable y moderno. Con un diseño abierto con ventanas de cuerpo completo, cuyos cristales dejaban ver el follaje urbano de una ciudad nocturna, a Kara se le hizo que sería buena idea respirar un poco de aire fresco y abrir los ventanales.

Mel, por otro lado, se aproximó al nacimiento del pasillo principal; lo recordaba a la perfección. La puerta a su izquierda le llevaba al estudio personal de Luis Fernando... y a su computadora. Una computadora que ella había intentado abrir en una ocasión.

—Si... —respondió Mel. Se volteó hacia Kara, con su mano reposada en el filo del muro—. En el estudio hay una computadora. Cuando tuve mi laguna recuperé mi conciencia justo frente a esa computadora. Me parece un buen lugar para empezar a buscar alguna respuesta.

Kara asintió pensativa.

—Puede que tengas razón... —dijo, y luego persiguió el trayecto del pasillo hasta llegar al despacho de Luisfer. No sin antes, claramente, encender las luces a su paso—. Solo espero que no la haya llevado a su «viaje de trabajo».

Abrió la puerta, de nuevo, encendió las luces, y tanto ella, como Mel, ingresaron. La computadora personal de Luisfer atrajo como dos imanes los ojos de las mujeres. Ambas se devolvieron una mirada satisfactoria. Pero a su vez, a Kara todavía había cosas que le daban vueltas en la cabeza y no parecían encajar del todo.

—Esto es bueno y malo... —Empezó a decir la mujer, inspeccionando el escritorio—. Tenemos la computadora lo que es bueno. Podemos investigar... pero que él se haya dejado su computadora portátil es el elemento que me preocupa. —Kara endureció la mirada—. Jamás la deja aquí. En cada viaje, de los dos... es decir, de mi marido y él, Luisfer es quien lleva su laptop para poder hablar mediante videollamadas. Así nos comunicamos siempre.

Mel avanzó unos pasos reconociendo el despacho. Volver aquí le daba una sensación en su pecho que no podía discernir con claridad. Aunque, probablemente... fuese miedo.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora