CAPITULO 37

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El festejo de Ricardo se escuchó por toda la pradera. O bueno, al menos él mismo lo escuchó bastante fuerte, ya que no tenía idea de si había alguien más que él en su mundo interno. Pero eso no importaba en lo absoluto, había vuelto y eso era motivo suficiente para festejar con una efusiva sacudida de su puño en el aire.

Ricardo empezó a caminar sin rumbo alguno.

Su sonrisa era el marco de su triunfo. Aunque no tenía idea de cómo lo había conseguido con exactitud. Hasta dónde sabía, estaba muy tranquilo junto con su nuevo amigo peludo Woody, su dueño Armen y la sacerdotisa Keitha.

¡El libro! Recordó Ricardo de repente. Claro, el libro era lo que le había traído hasta aquí luego de sentir una indescriptible curiosidad por tocar sus páginas. Recordaba que en ellas había un brillo. ¿Destello de Alma investido quizás? Recordó una sensación muy similar a la que sintió al tomar asiento en el trono, pero mucho más débil. Aunque lo suficientemente fuerte como para traerlo hasta este paraje de nuevo.

Si tuviese que explicarlo, era como embriagarse de energía. Como si pudiese sentir el fluir de la sangre corriéndole por las venas, pero acompañado con una sensación de calor y vigor. Torció el labio. Aunque no era de esa manera como él lograba por su propia cuenta llegar hasta este mágico paraje interno. Más bien era lo contrario.

Parecía que había dos formas de llegar... interesante.

Sacudió la cabeza. ¿Qué estaba haciendo? ¿De nuevo desvariando con pensamientos cuando tenía muchísimas cosas que atender? Ahora, con su vehículo mágico de nuevo en funcionamiento, al menos de forma temporal, había mucho que tenía que hacer. Mucho que tenía que investigar.

Tenía muchas urgencias que atender: avisar a su familia de paradero, de los acontecimientos que le sucedieron, de su nuevo e incierto destino y de la, aparente responsabilidad que caía sobre sus hombros por las catástrofes que habían ocurrido en el caribe.

Pero... también tenía que salvar a Luisfer. No tenía ni la más pálida idea de porque o cómo había hecho para inducirle una maldición, y todavía menos, de cómo quitársela. Por lo que, la opción más viable era intentar buscar a la única otra persona en el mundo que él conocía y que pudiese darle una mano con todo este embrollo. O una aleta.

Indudablemente, tenía que buscar a la guardiana Majo. Ella de seguro podría clarificar las cosas. Ricardo detuvo su marcha cuando su mirada llegó a la parte central del valle. A sus espaldas había una meseta plana de tamaño considerable, en la que el terreno se elevaba un metro y que recordaba de sus primeros pasos por este valle. Si pasaba esa meseta, volvía a descender y llegaba al campo de flores, quizás podría volver a su hogar... dónde había iniciado todo.

Al frente el paisaje del horizonte se escudaba con ese inmenso bosque de árboles gigantes y coloridos que parecían acapararlo todo. De momento Ricardo sentía que adentrarse ahí sería un certificado de pérdida absoluto. Todavía no tenía intenciones de divagar durante una eternidad, perdido en un bosque inmenso, por lo que admirarlo desde lejitos era, obviamente, la opción más acertada.

El río que surcaba a su izquierda siempre emitía un sonido blanco muy relajante que le brindaba una sensación de paz y...

¿Qué?

Ricardo advirtió algo de repente y decidió cerciorarse. Sus pisadas lo llevaron hacia el río y descubrió con asombro que tenía un puente. Tan solo se trataba de un grupo de rocas grandes colocadas una junto a la otra, en espacios relativamente separados para poder cruzar hacia el otro extremo.

Eso era extraño.

Esas rocas eran demasiado grandes y sobresalían del cauce del agua. Recordaba haber visto este río antes y jamás ver nada que sobresaliese del agua. ¿O quizás no lo recordaba bien? Ricardo no sabía qué pensar. Podría deberse a un descuido de su parte y quizás había dejado pasar de largo un detalle como este.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora