CAPITULO 8

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La camioneta de Luisfer, su amiga incondicional, su compañera de viajes y aventuras, su fiel corcel de chapa semi abollada, pintura corroída, cristal trasero astillado, pero con un corazón de oro, dispuesto a aguantar hasta el último de sus alientos para llevarlo allá dónde el viento soplase.

La música, un rock metálico, se escuchaba a través del parlante izquierdo —ya que el derecho no funcionaba muy bien, y a estas alturas, el único sonido que podía emitir era un ruido molesto de interferencia—. Quizás este bebé no era estéticamente llamativo comparado con el nuevo mercado juvenil, donde la carrocería demostrando líneas suaves, y chasis que rozaban el suelo, con un montón de luces de colores adornando el interior, era lo «top» en moda. Pero a él ese tipo de cosas no le interesaban. Y no porque no pudiese adquirir uno así. Sí que podía, pero el solo hecho de, aun teniendo la posibilidad de comprarse el vehículo último modelo que quisiera, y volver a elegir su preciosa GMC Syclone del año 1991, color negro azabache, y siendo de las primeras Pickup deportivas en fabricarse, además de ganarle —en su época—, en potencia a una mismísima Ferrari. Era algo que, sencillamente, Luis Fernando no podía ignorar. Amaba este pedazo de chapa con ruedas, con toda su alma.

El hombre volvió a revisar su celular, que descansaba en el asiento del acompañante. Todavía no tenía ningún mensaje de su amigo Ricardo. Hacía bastante tiempo que no se reportaba. Suspiró y empezó a pensar lo peor. Quizás se había cansado de esperar y había tomado un autobús o algún Uber para que lo llevara a su casa. Si ese era el caso, Luisfer lo asesinaría.

Aun así, eso no podía suceder. Él conocía muy bien a Ricardo, sabía muy bien la clase de persona que era: jamás faltaba a su palabra. Si él decía que lo esperaría, Luisfer no tenía nada de qué preocuparse. Lo más probable era que Ricardo lo estuviese esperando con los cadáveres de ocho o nueve vasos de plástico de café expreso, regados a su alrededor. Por lo pronto, Luisfer solo tenía una pregunta en la mente. ¿Por qué Ricardo había viajado tan lejos? ¿Qué había ido a hacer? ¿Y por qué de repente le pedía su ayuda para volver? ¿Tendría esto algo que ver con lo que habían hablado aquella mañana? ¿Era que necesitaba un tiempo a solas y alejado de todo y de todos para poder encontrar claridad en sus pensamientos? Pero si ese hubiese sido el caso. ¿Por qué no se había llevado su automóvil? ¿Sencillamente se marchó de su hogar? ¿No le dijo nada a su mujer o a su hijo? Vaya. Finalmente, no era una sola pregunta la que tenía Luisfer rondando por su cabeza.

«En quinientos metros, tu destino estará a la derecha», le dijo la voz femenina de su GPS. Luisfer aminoró la marcha de su Pickup y prestó atención a su entorno. Había algo en el ingreso a la estación de servicio que no parecía andar bien. La fila de automóviles era inmensa. Luisfer tuvo que detener el vehículo, apenas tomó el desvío de ingreso. Sacó su cabeza hacia afuera y observó hacia todas las direcciones que le fue posible.

Vio mucha gente reunida en la periferia de la estación de servicio. Parecía como cuando alguien muy famoso accedía a un lugar público, y las cabecitas se amontonan, todos se ponen en puntitas de pie para poder pedir un autógrafo, y la cantidad de gente desborda y dificulta el paso de los vehículos. En este caso era lo mismo. Muchos intentaban avanzar y volver a la autopista para continuar viaje, pero eran muchos más los que curioseaban.

Entornó la mirada hacia un camión estacionado de perfil, que presentaba el logotipo de una famosa cadena televisiva. Y entonces, las alarmas de Luisfer se encendieron por completo. Tenía que averiguar qué estaba pasando. Como ya no podía avanzar en vehículo, se hizo con el teléfono, quitó la aplicación de GPS y llamó a Ricardo. El teléfono agotó todos los tonos consecutivos de llamada hasta dar con el contestador. Frustrado, intentó una vez más. Y por si acaso, cuando la segunda vez falló, volvió a hacerlo, solo que en este intento, su paciencia se había agotado y sus dientes rechinaban por el nerviosismo que comenzó a acrecentarse dentro de su cuerpo.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora