CAPITULO 29

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—Lamento lo de tu silla. No estoy pasando por el mejor de los momentos ahora. Te lo pagaré. Te prometo que te lo pagaré... —dijo Ricardo. El tono que había adquirido su semblante ahora mismo podría confundirse con un tomate si tuviese alguno cerca para compararlo. Juntó las palmas y se aproximó—. Necesito de tu ayuda. Me envía la doctora Vanila.

Keitha le contempló con cierta diversión. Sus ojos se escondían bajo la enorme visera redonda de su gorra de paja; y al parecer, cuando escuchó nombrar a la doctora, la satisfacción se dejó entrever en su sonrisa.

—Oh, vaya. ¿Así que la ciencia recurre a la «hechicería» para resolver sus problemas? ¿Qué pasó? ¿El infalible ibuprofeno ha fallado? —preguntó Keitha, con el mentón elevado y un semblante que destilaba altanería.

En su mano traía un cesto con diversas variedades de vegetaciones que bamboleaba de un lado a otro mientras hablaba. Si ella era la sacerdotisa vudú, realmente no se parecía en nada al concepto que Ricardo tenía en su mente.

—Mi amigo sigue muy mal... no se ha recuperado de su fiebre y no ha habido mejoras en todo este tiempo. Por favor, necesito cualquier remedio que le haga sentirse mejor —imploró Ricardo—. Por favor, señorita...

—Ah, gracias por lo de señorita. Hace mucho que no me lo dicen. El umbral de los treinta no perdona y para algunos, como yo, es difícil de digerir. En fin... sígueme. Aquí hace un calor de morir.

La mujer ingresó a su caravana y dejó la puerta abierta para que Ricardo le siguiera. Él hizo lo propio e ingresó. El sitio no era especialmente amplio.

Eso ya se veía desde la parte de afuera, pero el exceso de artilugios que convivían los unos con los otros en el interior hacía que todo espacio se redujese en un 200 %.

Entre ellos había macetas, plantas, frascos de diversidad de tipos, tamaños y colores, sumado a un sinfín de herramientas pequeñas y grandes regadas por el suelo, libros, velas aromáticas, ungüentos, cofres, botellas, adornos y un exagerado, etcétera...

Por alguna razón, Ricardo espero encontrar un caldero, pero no fue el caso. Le hubiese gustado ver uno.

—«Una fiebre inhumana e insostenible». Así fueron las palabras que Vanila me dijo hace unos días, cuando vino a pedirme ayuda —comentó la sacerdotisa—. Por lo general, ella espera siempre hasta lo último para contar con mis... servicios. No es muy creyente de mi religión.

—¿El vudú es una religión?

—No, por supuesto que no —dijo ella—. Son muñecos y alfileres...

Ricardo no sabía si ella lo había dicho en broma, porque se encontraba bastante sería como para que se tratase de un chiste, aunque luego de contemplarlo mejor... quizás él había hecho una pregunta un poco tonta.

—Ok. No son muñecos y alfileres, lo capto. Te pido disculpas.

Ella finalmente sonrió y negó con la cabeza con ligereza.

—Felicidades, ya sabes más del vudú que el 90 % de la población mundial —remató. Esta vez Ricardo se animó a esbozar una media sonrisa—. En fin, me tomé la libertad de investigar un poco el estado de tu amigo. En efecto, lo que tiene presenta la sintomatología de una fiebre muy severa... pero asumo que tú sabes que no es así.

—¿Cómo puedes asumir eso?

Ella sonrió, tomó asiento junto a una mesa pequeña junto a la pared y esquivó aquella pregunta con otra.

—¿Puedes contarme qué pasó con él? Puedes estar tranquilo de que no le diré nada a nadie... por descabellado que suene.

Ricardo observó una pila de libros en el asiento que había del otro lado de la mesa; los corrió a un lado, solo un poco, y se sentó con media nalga afuera.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora