Una melodía de jazz sonaba en el ambiente de la cafetería. Ricardo ingresó y sus fosas nasales fueron bombardeadas por el aroma sumamente adictivo y extremadamente placentero del café y el pan tostado. Sus tripas crujieron, como cada mañana, luego de poner su primer pie en ese establecimiento. Las ansias insaciables de llenar su estómago con el mágico líquido negro, acompañado por una pisca muy sutil de leche, era el combustible perfecto que le permitía adquirir las energías necesarias para enfrentar una jornada laboral ajustada y difícil.
Recorrió el establecimiento de extremo a extremo hasta llegar a la barra. La mujer del turno de las mañanas —él la conocía como «la de caderas anchas y ojeras», porque jamás había preguntado su nombre—, volvía a saludarlo con la misma sonrisa fingida y la mirada desviada.
—Buenos días. ¿Qué le ofrezco? —preguntó con un tono robotizado, y hasta con un tinte de hartazgo por tener que repetir esta actividad, diariamente, durante quien sabe, cuantos años de su vida.
—Café cortado y una tostada —dijo Ricardo, siempre fiel a demostrarse afectivo con los demás. Así no recibiera el mismo trato del otro lado.
El hombre conocía el monto a pagar y lo depositó en la mesa. Hoy se sentía particularmente de buen humor, así que dejo a la cajera una muy generosa propina. Él solía pagar de antemano para no tener que andar a las apuradas luego.
Hizo un contacto breve con la mujer y meneó su cabeza en una señal de afirmación, como diciendo con un gesto, «sí, voy a pagar casi el doble de lo que sale, no se preocupe», y se marchó.
Detectar a su compañero y amigo, Luisfer, no era complicado. Solo tenía que buscar junto a una ventana, y allí estaría él, tomando su café negro y su par de suaves medialunas desbordadas de manteca.
—Buen día.
—Buen día, amigo —saludó Luisfer, apartando la mirada de su celular y volcándola en Ricardo—. ¿Cómo has dormido?
—Increíble —respondió Ricardo. La noche pasada había tenido insomnio, a causa de esas visiones extrañas, pero por alguna razón, eso no lo molestaba en lo absoluto. Se sentía... genial, vibrante de energía y... feliz—. Sinceramente, me siento muy bien. —Acompañó la frase con una sonrisa que corroboraron sus palabras. Apartó la mirada... volvió a sonreír—. ¡Me siento genial!
Las cejas de Luisfer salieron, ambas, disparadas hacia arriba. Sus labios también sintieron deseos de contagiarse del buen humor que profetizaba su amigo.
—¿Qué paso? Sueles tener buen humor, pero hoy te veo... —Se tomó un momento para hacer un paneo visual a Ricardo—. Radiante.
Ricardo se acomodó en su silla, aceptando aquellas palabras como verdaderas y volviendo a sonreír. Su mente lo devolvió a la noche pasada. Tenía un alma gemela. Esa era la diferencia. Sabía que había alguien allá afuera esperando por él. Pero, aunque se encontraba total y completamente seguro de ello, no podía explicarlo de una forma que sonara lógico para su amigo. Así que tenía que mantenerlo guardado para sus adentros... al menos de momento.
Pero quizás podía indagar un poco sobre lo que le sucedía. A modo de: pregunta aleatoria que se le hace a un amigo en una cafetería antes de ir a trabajar. Y aprovechando que la mesera llegaba a su mesa para depositar su néctar mañanero en forma de café cortado y una tostada, el momento parecía el ideal.
—Dime algo, Luisfer.
—¿Si?
—¿Alguna vez has tenido...? —Si, quizás debería haberse tomado un tiempo para pensar un poco en cómo preguntaría lo que estaba por preguntar. ¿Visiones? ¿Espasmos místicos? ¿Delirios? ¿Qué palabra era mejor?—. ¿Visionespasmos-mísiticos deliriosos?
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DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE LIBRO 1
SpiritualFantasía contemporánea - Aventura - Comedia - Romance LGTB - Emotiva - Épica - Original Una noche de trabajo como cualquier otra, mientras transitaba en la ruta junto a su mejor amigo, Ricardo vive una experiencia mística que le cambiará la vida cóm...