La mirada misteriosa

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Luego de descansar un rato, con un movimiento de la varita puso todo en orden. Pero había que reconocer que mucha ropa había quedado asomada por los cajones y mal doblada. Tendría que mejorar ciertos aspectos de limpieza, pero por algo se partía. Además, la práctica hace al maestro.

Dos minutos antes del mediodía bajó al Gran Comedor. Adentro sólo estaba Albus, y ni siquiera estaba sentado en la mesa de los profesores. Se hallaba en la cabecera de una de las largas mesas de las casas, específicamente en la de Gryffindor. La mesa de Ravenclaw, casa a la que ella había pertenecido, se encontraba al lado de esa, ambas al centro. Eso podía recordarlo.

Pudo notar cubiertos para dos personas solamente. Albus la siguió con la mirada y dijo:

—Nos he puesto aquí para que quedemos frente a frente. Además, me gusta sentirme como si fuera parte del alumnado nuevamente.

—Veo que no somos muchos —replicó Merlina con sarcasmo.

—Los demás llegarán a las cuatro para poner sus cosas en orden y allí te los presentaré —contestó Albus, sin ofenderse. El director siempre se había caracterizado por tener sentido del humor—. Lo más probable es que te topes con caras conocidas. Varios profesores que siguen aquí te enseñaron a ti también.

—¡Vaya! Sólo puedo recordar a McGonagall. Era muy estricta, pero creo que me iba bien en su materia. No me acuerdo de nadie más. Bloqueé muchos recuerdos... ya sabe. Fue bastante duro, pero... —se quedó callada. No valía la pena hablar de sus padres. No quería pasar el resto de la comida con un nudo en la garganta.

Albus sonrió y no dijo nada más referente al tema. Se limitó a invocar el plato que deseaba comer, en voz alta, y Merlina le imitó. Tuvieron un agradable almuerzo sumido en vagas conversaciones que no tenían nada que ver con ella ni su pasado.

Albus no perdió el tiempo luego del almuerzo —según él, tenía asuntos pendientes que atender—, y Merlina pensó en hacer lo mismo. Fue directo a su despacho y comenzó a memorizar los mapas, o al menos, hacer el intento. También tenía que aprender las contraseñas instauradas actualmente en ciertos pasadizos y gárgolas, las cuales estaban escritas en los mapas. A veces le costaba distinguir las letras llenas de florituras de Albus, pero luego de varios minutos de esfuerzo visual, lograba entenderlas.

Había estado tan concentrada en los mapas, que por pura suerte se dio cuenta de que llegaron las cuatro de la tarde. Se peinó —para intentar causar una buena impresión— y se dirigió a la sala de profesores, donde Albus le había dicho que asistiera para conocer al equipo docente. Se sintió un poco nerviosa... Sólo esperaba caer bien y ser un aporte en el colegio.

Cuando entró, para asombro suyo, ya estaban todos congregados, pero se saludaban entre ellos, así que era evidente que de nada se había perdido.

—Aquí estás, Merlina —dijo Albus, tomándole del brazo y aproximándola a la gran multitud—. Esta es Merlina Morgan, no sé si la recordarán. Perteneció a la casa de Ravenclaw hace una década y ha tomado el puesto de conserje.

—Cómo no recordarla —dijo una bruja de rostro severo y pelo negro hecho un rodete—, si fue una de mis alumnas brillantes —comentó seria, pero, luego, esbozó una sonrisa—. Parlanchina, inquieta, pero inteligente.

—¡Profesora McGonagall! —Esta vez Merlina no se contuvo y besó la mejilla de la mujer, hecho que no pareció molestarle o lo disimuló muy bien, porque mantuvo su sonrisa amable—. Ya no soy tan brillante como usted piensa —dijo Merlina ante su afirmación.

—Uno nunca pierde la inteligencia —atajó un bajito profesor—, aunque se pueden perder las habilidades por falta de práctica.

Merlina lo reconoció como el profesor Flitwick, de Encantamientos, quien había sido su jefe de casa durante los años que estuvo estudiando. Este le estrechó la mano a modo de bienvenida, y quizá quiso asegurarse de que Merlina no se agachara para propinarle un beso.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora