Diez copas y un poco más

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Severus estaba tan ofendido que no le volvió a dirigir la palabra, pero de todos modos, ya se había acostumbrado a eso durante el último mes. Llegó el sábado y Merlina se levantó muy temprano porque el funeral se iba a realizar a las diez de la mañana en una iglesia de Londres. Se colocó un pantalón y una camisa negra más una túnica de igual color. No era de esas que usaban vestidos y sombreros enormes para despedir a un muerto, y tampoco se hubiera arreglado tanto para Craig.

Hermione y Ginny la acompañaron hasta el Vestíbulo. Cada una le dio un abrazo y le dedicaron una triste sonrisa. Merlina se puso la capucha, se afirmó la cartera al hombro y partió caminando ladera abajo para salir por las verjas de los cerditos alados. Caminó rápidamente, como estando atenta a cualquier indicio de cosa extraña que pasara. Después de todo, podía comprobar que ser secuestrada y buscada para ser asesinada dejaba algunas secuelas de paranoia. Pero nada ocurrió. Tomó el autobús Noctámbulo en paz —el conductor y el copiloto no la distinguieron gracias a la capucha, así que no sintió miradas de curiosidad sobre ella— y viajó a toda velocidad, afirmada de un fierro, de pie.

Se bajó en la iglesia, una construcción bastante pobre y destartalada. Los dueños debían ser magos sin muchos recursos. A algunas ventanas le faltaban trozos de vidrio y la pintura se estaba descascarando producto de la humedad.

Entró y pudo ver que había no más de diez personas. Tal vez con ella se cumplían las diez. La madre de Craig lloraba a lágrima viva sobre el hombro de su esposo. Ella se aproximó con sigilo y nadie se fijó en su presencia. Se instaló al lado del ataúd y aguantó las ganas de desmayarse. Estaba hinchado y azul. Pero era él, no cabía duda. A la vez sintió un alivio enorme en el cuerpo, como si se hubiese quitado varios kilos de encima, y pudo respirar, después de mucho tiempo, aire que entraba a sus pulmones de manera agradable. Sonrió para sí misma pero no de forma burlesca. La paz interior que estaba sintiendo la debía expresar. Era libre... de cierto modo. Al menos podía asumir que estaba libre de peligro, ¿o no tanto? ¿Qué era eso de que había podido dejar, tal vez, alguna misión para sus compañeros de Azkaban? Daba igual. No podía vivir preocupada. Se sentó en una banca hasta que llegó el cura y comenzó a hablar.

—...si se redimió de sus pecados, entonces estará en la gloria del Señor....

Merlina escuchaba sólo fragmentos del discurso. Ya todo el mundo estaba más calmado.

Cerca de las once y media los sepultureros llegaron y comenzaron a llevar el ataúd hacia la puerta de la esquina que daba al gran patio de entierro. Merlina salió de las últimas. Quería hacer la despedida completa.

Se instaló, algo alejada de la multitud. Vio cómo lo bajaban al agujero en la tierra lentamente y lo colocaban en el fondo. Luego echaron la tierra de una sola vez mediante magia y lo dejaron liso. Varios depositaron sus flores. Ella no tenía nada, pero se quedó un minuto más en silencio. Luego, se marchó.

De vuelta en el ómnibus se sacó la capucha y se atrevió a sonreír a los pasajeros. Una señora la observó como si se hubiese comido un limón y le dio la espalda murmurando cosas incomprensibles. ¿Era tan malo que una desconocida les sonriera? En fin. Ella estaba feliz, aunque no fuera una situación precisamente para estarlo de forma plena. Una muerte no era para estar feliz, pero la de Craig era una gran excepción ya que por fin sabía que era él, que no estaba suelto y que ya no volvería a ser una amenaza. Mejor muerto que en la cárcel.

Llegó al colegio colorada por tanto caminar. Entró al Vestíbulo y vio a una multitud de estudiantes rodeando el tablero de anuncios.

—Siempre me entero tarde de las cosas... —susurró negando con la cabeza. Ron y Harry aparecieron haciéndose paso entre los demás.

—¿Qué tal, Merlina? —preguntó Harry.

—Bien. Era Craig. Estoy libre de persecución —replicó sonriendo.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora