La última broma

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Harry llevaba su Mapa del Merodeador sin ocultar. Severus se separó un poco de Merlina, pero él y ella estaban completamente seguros de que sus expresiones no se debían a la inesperada escena romántica que habían presenciado. Era otra la causa, por algo completamente diferente e inesperado, inimaginable y casi... imposible. Casi.

—Merlina... —dijo Hermione a punto de llorar. El corazón de Merlina instantáneamente se aceleró, sabiendo que algo malo había sucedido y que, de alguna forma, tenía que ver con ella.

¿Y ahora qué? —pensó pasmada.

—Tu despacho se está incendiando —continuó Harry sin aliento.

Merlina miró a cada uno analíticamente. Severus hizo lo mismo. "¿Incendiando?" ¿Qué era esa palabra? ¿Cuál era su significado? Tendría que volver a incluirla en su diccionario. Miró con una sonrisa insulsa a los chicos y dijo escéptica:

—Es imposible.

—No —respondió Harry y le puso su mapa en las manos—, te buscábamos a ti y vimos esto...

—Y hay gente adentro —agregó Ginny temblando

Merlina desplegó el mapa y buscó donde decía "Despacho M. Morgan". Un gran letrero rojo anunciaba la palabra "INCENDIO", y al lado tenía una estampa crepitante de fuego. Cinco motitas de tinta se arrejuntaban en un rincón, con los nombres "D. Malfoy", "P. Parkinson", "G. Goyle", "V. Crabbe" y "B. Zabini".

Severus miraba por encima de su hombro, tan ceñudo como Merlina. La respiración de la mujer comenzó a agitarse. Ella había puesto el hechizo... ellos no podrían salir, por más que lo intentaran, porque ella era la única capaz de deshacer el encantamiento antiintrusos... Iban a morir... Morir quemados, ahogados, en un incendio, en su despacho, no quedaría cuerpos, tal como había sucedido con sus padres; y su hermano, Drake, moribundo, dolorido...

Y entonces, en una fracción de segundos, en un azote brutal recordó todo lo que había bloqueado durante tantos años, en cientos de imágenes que corrían a la velocidad de la luz, como en una película. Recuerdos que por protección a su mente, a su alma y corazón había desechado para que no la siguieran atormentando durante toda su vida. Recuerdos malos, amargos, horrendos... Casi le explota la cabeza.


Una chiquilla de quince años recién cumplidos, delgaducha y alargada como una laucha, estaba sentada en la cama de su cuarto, sumergida en la lectura de sus libros de estudios del año siguiente. Había leído tres veces el libro de Pociones porque quería impresionar al idiota de su profesor, Severus Snape, quien había llegado el año anterior a dar clases. Solía mirarla extraño y la regañaba por cualquier cosa, dentro y fuera de clases. A veces, porque hablaba mucho; otras ocasiones, porque hacía travesuras con sus amigas en los pasillos. Ella en sus pociones era totalmente meticulosa, así que estaba obligado a no ponerle menos de un Supera las Expectativas en sus trabajos, y evidentemente eso a él le enfurecía. Aunque debía reconocer que ella ocasionalmente intentaba llamar su atención. Sentía una extraña satisfacción y mariposas en el estómago cuando él dirigía su mirada cruel hacia ella u oía el timbre de su voz. Ella era inteligente y, si no se equivocaba, sentía que había una pequeña atracción. ¿Alucinaba? No era imposible. Tal vez fuera sólo porque a ella le...gustaba y pensaba eso como cualquier chica adolescente y soñadora. ¿"Gustaba"? No, era mucho decir eso. A pesar de aquel sentimiento, jamás podría perdonarle la tremenda regañina del año anterior, cuando ella intentó rescatar al perrito herido que estaba en el techo de una casa arrendada de Hogsmeade. Una vieja de la casa de al lado lo había lanzado.

Snape la había llevado ante el director para que la expulsaran, pero no lo consiguió. Sin embargo, el profesor tuvo igualmente una excusa para castigarla sin que el director se enterara y la hizo ir por una semana a su despacho para que ordenara sus pociones, limpiar calderos sucios ¡y sin magia! Eso fue lo más terrible de todo, aparte de los deberes extra. Pero, de todas formas, ella sentía ese "algo"; no podía evitarlo. Era normal que una adolescente como ella le atrajera un profesor. Lo peor era que le gustaba el menos simpático, el menos sociable y el menos guapo para el ojo común. Claramente a ella le resultaba tremendamente atractivo.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora