El deseo que avasalla

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Merlina pensó que ya nada podría hacerle sentir más felicidad y seguridad de lo que ya le había ocurrido, sin embargo, no fue tan así. De todas las cosas insólitas, incluyendo a un Severus Snape riendo contento, ocurrió la más extraordinaria de todas. Fue a la hora de la cena, cuando se estaba tomando la sopa.

La mujer divisó a Malfoy junto con Pansy que se levantaban de la mesa de Slytherin y que luego comenzaban a caminar hacia la mesa de profesores. Merlina se les quedó mirando con el ceño arrugado, apostando a que iban a ir hacia Dumbledore o hacia Severus. Sin embargo, fueron directo hacia ella. En unos cuantos segundos más estuvieron enfrente de su lugar. Ella dejó su cuchara de sopa a un lado y los miró alerta, uno a uno.

Malfoy fue quien le dirigió la palabra, con voz de ultratumba y sin esa típica mirada de odio que le embargaba cuando la veía.

—Tenemos que hablar contigo, a lo que acabes. En el Vestíbulo.

Ella asintió lentamente en respuesta. Los dos jóvenes, colorados, dieron media vuelta y se devolvieron a sus puestos raudamente.

Severus la miró inquisitivo e hizo el ademán de pararse cuando ella iba a irse, pero Merlina hizo un gesto con la mano para que se quedara tranquilo. Si le habían hablado sólo a ella, era por algo.

Salió por la puerta principal seguida por varias miradas curiosas. En las escaleras del Vestíbulo estaba el mismo grupo al que había rescatado.

—Estoy aquí —avisó Merlina acercándose.

Malfoy miró a los demás y luego a ella.

—Queríamos disculparnos —habló el rubio con palabras torpes, serio, casi enojado por lo que le costaba manifestar eso, pero se notaba que había sinceridad en ellas.

Merlina frunció el ceño, incrédula, pero terminó por afirmar con la cabeza. Hubo silencio.

—Gracias por habernos rescatado —completó Parkinson, al percatarse de que a Draco no se le ocurría nada mejor que decir.

—¿Algo más? —preguntó Merlina dudosa.

Los muchachos se miraron las caras y negaron con la cabeza.

—Entonces, disculpas aceptadas —los tranquilizó ella de corazón. No guardaba rencor—. Haber muerto así habría sido indigno ¿no?

Merlina notó que, ante esas palabras, a Pansy se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Pero ya pasó. Los dejo y... estén tranquilos —concluyó sintiéndose aliviada y ofuscada ante esas palabras. Con una rara sensación de paz se fue a vigilar los pasillos, pero antes de que se alejara mucho, apareció Severus de la puerta del corredor oculto que llevaba a la entrada de personal del Gran Comedor. Merlina se sobresaltó.

—Me asustaste —susurró poniéndose una mano en el pecho.

—Lo siento —se disculpó Severus con brusquedad—, pero es que me preocupé. Temí hallarte en el suelo amarrada, o tal vez con una gelatina pegada en la cara, o jugando con un unicornio... Quería asegurarme de que estuvieras bien.

—Lo estoy, gracias —contestó con exasperación, pero lo abrazó y le dio un beso en la mejilla. Severus la miró de soslayo, inmutable, sin embargo, los ojos le brillaban extrañamente—. Nos vemos en un rato, debo ir a cumplir con mi trabajo.

Merlina pasó largo tiempo, de pasillo en pasillo, correteando a estudiantes desobedientes, pero siempre dentro de los límites de su enojo. No quería contagiarse con una actitud cascarrabias como lo hacía el viejo Filch. Lo bueno era que no se tardaban en obedecerle ni iban contra su voluntad. Al parecer, la veían como una real autoridad. Ya habían pasado los tiempos de "Merlina la boba", y en parte agradecía profundamente a Severus. Si no le temieran a él, seguro estaría siendo víctima de alguno de esos diablillos.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora