Atravesando el hielo

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Se despertó muy tarde al día siguiente. Jamás había pasado tanto de largo. Se saltó el desayuno y el almuerzo, así que estaba más hambrienta que león con diez estómagos. Todavía tenía un poco de dolor la espalda y en el abdomen, pero los moretones seguían casi igual que antes. Sólo sería cuestión de paciencia para que desaparecieran.

Lo ocurrido la noche anterior parecía más un sueño que realidad. Había estado más cerca que nunca de Severus y de una manera completamente distinta, no como en los típicos encuentros embarazosos que tenían habitualmente, o cuando él la increpaba. ¡Qué ganas le habían dado de besarlo! Sin embargo, él no mostró ningún interés en eso y aquello fue deprimente. Además, ella se había sentido debilucha y mareada y podría hasta haberle vomitado. Eso sí que le habría causado enfado y ella hubiera muerto de vergüenza. Hubiera sido capaz de correr hasta la jeringa que estaba en la mazmorra para inyectarse nuevamente el veneno de la serpiente.

Luego de levantarse subió al despacho de Albus, cerca de las dos, cuando todo el mundo estaba en clases. Tendría que explicarle lo que había pasado. Él no era tonto, así que era más que probable que se hubiese dado cuenta de sus dos ausencias en las comidas. Se aclaró la garganta antes de tocar. Nadie contestó. Asomó la cabeza y la única presencia notable era la del fénix de Albus, Fawkes, que permanecía en su perchero majestuosamente, con sus bellos colores rojo y dorado adornando sus suaves plumas.

Cerró la puerta y salió. Bajó dos pisos y por mera casualidad se encontró con el director frente a frente.

—Buenos días, Merlina —saludó sonriendo—. Justo te estaba buscando.

—Y yo a usted, director —se sintió rara al llamarlo así, pero la ocasión lo ameritaba—. Necesito hablarle.

—¿Es sobre tus ausencias?

—Sí, y quería pedirle disculpas. La verdad es que ayer no cumplí con casi nada. Tuve un pequeño problema... que no es tan pequeño, y se lo tengo que decir.

—No tienes nada que contarme, ya estoy enterado.

—Sí, mire... —comenzó Merlina, pero se calló, sorprendida—. ¿Snape le contó?

—Exactamente. Fue hoy en la mañana exclusivamente a excusarte.

La joven sonrió involuntariamente.

—¿Fue... y le contó?

—Sí —Albus le sonrió afablemente observándola con sus intensos ojos azules. Merlina tuvo la impresión de que él sabía lo que estaba pensando... y sintiendo.

—¿Todo?

—Todo.

—¿Y le reveló cómo se enteró?

—Bueno, en ese sentido fue más claro: me dijo que te había dicho a ti que fueras después de las clases a su despacho, así que no era necesario que te lo contara yo.

—Ah... bueno. Entonces ¿no tengo baja de sueldo?

—Por supuesto que no. Menos por lo que me contó Severus. Después te enterarás.

—¿Soy yo la afectada y tengo que saber de los últimos?

—Yo sólo respeto las peticiones, Merlina, porque no quiero causar malos entendidos —explicó Albus mirándola por sobre sus lentes de medialuna.

—Si tú lo dices...

—¿Ya no soy "usted"?

—Ahora que sé que estoy disculpada, vuelvo a la normalidad —admitió con una sonrisa.

—Bien, ahora quedamos claros, te aconsejo que vayas a comer. Estás terriblemente pálida y demacrada, y créeme que si puedo, me reservo esa clase de comentarios.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora