Invasión arácnida

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Su capa hacía demasiado ruido, pero eso no le impidió escuchar los pasos de Morgan. Se escondió en un hueco de la pared. No mucho después una franja de luz alumbró en esa dirección.

—¿Hay alguien ahí?

Sí, era Morgan. Intentó no respirar hasta que sus pasos se alejaron. Salió de allí y fue a su oficina. Entró con cuidado, y notó que no tenía ninguna de sus puertas con llave, por suerte. ¡Qué descuidada era! Pensaba que él no cobraría venganza, que jamás entraría a su habitación...

Se internó en su dormitorio y luego al cuarto de baño. Era de mármol blanco, mucho más bien cuidado y elegante que el de él. Prendió las luces y buscó en el aparador la botella de champú. Lo tomó y vació todo su contenido por el drenaje de la tina, que era más grande que el del lavamanos, y lo que quedaba lo limpió con magia. De su túnica extrajo el frasco de poción Alucinatoria y lo vertió todo. Pesaba mucho menos que con el champú, pero Morgan era tan despistada que no sospecharía nada.

Cerró la botella y la dejó donde estaba. Se guardó el frasco en el bolsillo nuevamente, apagó las luces y salió de allí rápidamente.

Finalmente se acostó en su cama muy contento porque, de día, Morgan tendría pesadillas.


Cuando llegó a la cocina se dio cuenta de que estaba más hambrienta de lo normal, así que estuvo unas cuantas horas probando los bocados que los elfos le ofrecían muy amablemente y con toda devoción. Si en algún momento se habían enojado con ella por el papelón que había hecho atrás —cuando Snape la envenenó para que dijera toda clase de insultos—, nunca se notó, y en esos instantes la atendían atentamente.

Sabía que no debía estar allí sentada y disfrutando, pero se lo merecía por tener a medio mundo en contra de ella. Volvió cerca de las seis a dar sus vueltas y a realizar una que otro acto de limpieza. A las nueve y media todos se estaban ya levantando, dirigiéndose a desayunar, ya que a las once comenzaba el partido. Ella ya no tenía hambre —con todo lo que ya había comido—, así que decidió regresar a su despacho pasadas las diez. Pero antes de dar un paso hacia esa dirección, Harry, Ron y Hermione la alcanzaron. Iban corriendo.

—¡Hola! ¿Cómo están?

—Muy bien, aunque tuvimos que esquivar a Peeves, que estaba lanzando babosas por el aire —contestó Ron.

—Y desenroscando una de las lámparas —agregó Harry.

—Y tirando las alfombras para que los estudiantes caigan mientras caminan sobre ella ¿Quieres desayunar con nosotros, Merlina? —invitó Hermione.

—Mmm... Ya comí, pero les haré compañía unos minutos.

Entró con ellos al Gran comedor y se sentó, intentando pasar desapercibida en la mesa de Gryffindor, cosa que no resultó con demasiado éxito.

—¿Por qué Snape te mira con tanta atención? —indagó Harry—. Parece enojado.

Merlina prefirió no dirigir sus ojos hacia allá.

—Harry —dijo ella—, ¿desde cuándo Snape me mira con ojos de ternura? Siempre está enojado. Y quizá lo esté, siendo que todo esto es culpa mía.

—¿Qué cosa?

—Ayer Draco me tendió una trampa —comentó, y explicó lo ocurrido con su banda y con el poltergeist—. Así que es mi culpa que Peeves esté haciendo de las suyas. Pero estoy segura de que Snape está detrás de todo eso, no sé, maneja como quiere a los de Slytherin, y quizá esperaba que me quedara atrapada en la red para siempre.

—¿Y qué hiciste respecto a Malfoy?

—Nada, ¿qué saco con hacer algo ahora? Da igual, Hermione —dijo Merlina abatida—. Esto va a seguir así hasta fin de año. Menos mal que no falta tanto. ¿Qué hora es?

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora