Intrusión en la mazmorra

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Apenas terminó de cenar se fue a dar un baño, se cambió de ropa y bajó nuevamente para ejercer la vigilancia. Antes de que tuviera la reunión con los cuatro Gryffindor, fue a alimentar las chimeneas que amenazaban con apagarse, aunque no mucho después se iba a ver obligada a extinguirlas, lo mismo que las antorchas. Luego se dirigió a limpiar el Vestíbulo con un par de escobas, manejándolas con la varita, y lo mismo hizo con el trapero. Así, si es que alguien pasaba por allí, podía ver que era eficiente en su trabajo. Por suerte los elfos domésticos se encargaban de lo demás, que era lo más pesado y difícil de hacer. Lo raro es que no se había topado con ningún elfo aún, y es que eran demasiado silenciosos. Hizo, en el camino, varias señas a los profesores que conocía y que subían a sus despachos. Miró de reojo a los muchachos que pasaron muy cerca de ella, mientras terminaba de sacarle la tierra a una de las armaduras, todo mediante magia. Draco Malfoy también pasó cerca de ella y sin disimulo escupió en la alfombra, pero nadie más se percató de su inmundo acto. Merlina contó hasta diez y lanzó un gran suspiro. Segundos después evitó la mirada de Severus, quien caminaba a varios metros de distancia.

Por fin a las diez ya no quedaba nadie merodeando en los pasillos, aunque permaneció patrullando por allí con la luz de la varita encendida hasta siete minutos para las doce. A esa hora partió a su despacho.

Entró y, antes de que se cerrara la puerta, unas voces hablaron y la hicieron sobresaltar.

—Merlina, somos nosotros.

—Pasen —murmuró como un ventrílocuo inexperto y se hizo a un lado viendo tres pares de pies que se asomaban por debajo de la capa de invisibilidad. Luego de asegurarse de que estaban adentro, cerró la puerta y tres jóvenes aparecieron de la nada. Harry dobló su capa y la dejó en el escritorio de Merlina.

—Vaya —exclamó Ron, asombrado, mirando el entorno—, esta oficina es mucho más grande de la que tenía Filch, y agradable.

—Sí —dijo Merlina, sin darle mucha importancia, ya que de nuevo estaba preocupada—. ¿Nadie los ha visto venir? —Los tres negaron con la cabeza—. ¿Dónde está tu hermana? —dijo a Ron.

—Tuvo que quedarse haciendo unos deberes —respondió Hermione—, a la pobre la bombardearon hoy con tareas por culpa de un alumno de su clase que hizo estallar un caldero, y como ley pareja no es dura, los castigaron a todos.

—¡Vaya! Qué mal —replicó Merlina, horrorizada—. ¿Y quién fue? ¿McGonagall? —indagó pasando por alto lo del "caldero".

Los tres se miraron lúgubremente y exasperados.

—¿A que no adivinas?

Merlina se puso una mano en la cara, sintiendo que enrojecía de ira. Ahora cualquier cosa que tuviera que ver con aquel vil hombre del demonio le enfurecía. Luego de ese ataque de rabia, respirando hondamente, se calmó.

—Bueno, bueno, por algo estamos aquí. Pero es mejor que entremos a mi habitación, que desde aquí se pueden oír las voces, y adentro tengo sillones más cómodos.

Echó llave a la puerta de la oficina y a la de su cuarto cuando entraron. Se sentaron plácidamente, pero todos con cara de nerviosismo.

—Entonces, ¿es cierto que tienen un plan?

—En realidad, Ginny fue el genio —reconoció Ron satisfecho—, y es un plan bastante bueno.

—Cuéntenmelo ahora, que tengo unas ganas locas por vengarme... En serio, ahora ya no temo a nada, realmente se ha comportado como un cerdo...

—¿Y cuándo no? —dijo Harry frunciendo el entrecejo.

—Sí... —admitió con pesadumbre—. En fin, díganmelo.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora