De mal en peor

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En cualquier otra ocasión Merlina hubiera dormido con verdaderas ganas y hubiera soñado cosas lindas y placenteras durante toda la noche, pero la voz de Severus Snape seguía resonando como bocina en su cabeza. Estaba recostada en su cama, con ropa, con las manos en los muslos, mirando en un punto fijo del techo alto, sin pestañear. Los ojos los tenía coloradísimos y le ardían.

"Tan tonta como siempre..." "...todavía no encuentras el tornillo que te falta." "...madura de una vez". La barbilla le temblaba, y no hubo momento en que no estuviera colorada; era una tetera en constante ebullición. Se descargó de todos sus malos sentimientos escribiendo una carta para Craig, la que tenía al lado, en la mesita de noche, sellada y lista para enviar, pero tenía un terror horrible de volver a la lechucería, porque temía que pudiera repetirse la historia. Por supuesto, ¿cuáles eran las probabilidades? Pocas, pero nunca cero. De todos modos, si tuviera que salvar a la lechuza, lo haría de nuevo. No había nada de estúpido en lo que había realizado... Ni tampoco heroico.

—Tengo que hacer algo —farfulló autoconvenciéndose—, tengo que hacer algo... ¿Pero qué? ¿Entrar a su despacho? ¿Y qué puedo hacer luego? No..., ya no tengo ideas... Esa capacidad la perdió hace muchísimo tiempo. Mi cerebro se ha atrofiado con los años. Estoy lejos de lo que fue alguna vez la Merlina de antaño.

Pestañeó y sintió los ojos extraños y ásperos. Llevaba cinco minutos sin haberlos cerrado.

—Oh..., vamos, tienes que tener una maldita idea, si no, te va a seguir molestando y no volverás a descansar nuevamente... —"...madura de una vez"—. No, no haré nada. Lo más probable, si es que hago una bobada, las cosas se tornen de color negro y todo se vuelva en mi contra, como siempre pasa.

Se sacó los zapatos y se metió tal cual a la cama, sin querer saber nada más del mundo. Ya había empezado mal las cosas y ni siquiera se habían cumplido los dos días. ¿Podía tener más mala suerte? Y para peor, era evidente que Snape se aprovechaba de los más débiles. Y ella era débil, o se sentía así en esos momentos; pequeña, como una hormiga.


Soñó todo el tiempo con Snape. Se miraba al espejo y lo veía a él, tomaba sopa y lo veía a él, iba al baño y en el retrete estaba él. La escena se le volvía a repetir, y cada vez se sentía más rabiosa, pero hubo un momento en que aquél Snape de sus sueños se pasó de la raya: le había zarandeado violentamente de los brazos, insultándole con peores cosas que no podía reproducir verbalmente.

—Déjame... —exigió, apretando los ojos con fuerza.

—Merlina —dijo una voz profunda, a su lado, moviéndole suavemente el brazo.

—No tiene derecho a tratarme así, realmente...

—¡Merlina!

Merlina se incorporó en la cama y miró hacia todos lados con ojos de pescado.

—¡Qué! —gritó al aire, aún sintiendo que estaba en un sueño.

—Son las cinco —dijo Dumbledore, divertido, con una amplia sonrisa, sin ni una pizca de enojo.

—¿Cómo?

—Te has quedado dormida.

Merlina tomó el reloj de la mesita y miró. Eran las cinco de la tarde con dos minutos. Se puso las manos en la cara. Snape la había zarandeado en sueños.

—Lo siento, lo siento mucho, Albus, en serio, no sé en qué pensaba...

—No veo porqué tengas que disculparte demasiado, a más de alguien le debe haber ocurrido lo mismo.

—Pero es el primer día de trabajo...

—Y en el mismo día de trabajo —la atajó Albus con presteza. Hizo una pausa—. Cuesta acostumbrarse a este horario, así que no te voy a sancionar, si es lo que piensas.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora