Demasiado tarde

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Salió a los dos días de la enfermería, por la mañana. Madame Pomfrey le había limpiado los pulmones con una poción, hasta quitar el último rastro de gas tóxico para que no hubiera complicaciones. Le curó las quemaduras, que eran leves y le regresó la visión normal que tenía.

Volvió a su despacho. Estaba completamente limpio, pero sin nada en él. No había muebles, no había cuadros, cortinas o plantas. Agradecía haber guardado la única fotografía de su familia en el cajón de la ropa. Su dormitorio estaba intacto. La mayoría de sus pertenencias estaban a salvo.

Haría las maletas ese mismo día. Lo sentía mucho por Dumbledore, pero no le sería difícil encontrar a alguien que le reemplazara.

Tomó sus maletas y las abrió sobre la cama. Comenzó a ordenar la ropa interior cuidadosamente en la maleta más pequeña, junto con la ropa más de verano. Cada prenda que colocaba era parte del pasado; era como una terapia.

Llevaba la mitad cuando alguien entró a su despacho. Miró de reojo y no dijo nada. Sin embargo, Severus no se quedó callado. Se puso a su lado y comenzó a observar lo que estaba haciendo.

—¿Qué pretendes? —indagó con evidente enojo en su voz.

—Me marcho... —farfulló—. Es una decisión que debería haber tomado hace tiempo. Jamás debí...

—¿Jamás debiste qué?

Merlina no contestó. Ese "Jamás debí venir" no era lo que quería decir realmente.

—Me voy... —repuso y fue hasta el cajón para buscar más ropa. No se dio cuenta que Severus tomó un puñado de remeras y las tiró al suelo.

Merlina llegó con más ropa y la depositó en la cama.

—No puedo seguir aquí si Malfoy planea matarme el resto del mes y medio que queda...

Cuando ella giraba la cara para elegir una prenda, Severus tomaba más ropa y la volvía a tirar al suelo. Dado un momento sacó un sostén rojo y del tirante se lo colgó en el dedo.

—Esto es muy osado y sugerente. Me pregunto cómo se te verá puesto —expresó con una sonrisa torcida en sus finos labios.

Merlina miró y asintió desganada. Severus lo volvió a tirar al suelo ante sus ojos con la sonrisa borrada.

—¿Qué demonios haces? —cuestionó y luego vio el suelo. Furiosa se agachó y recogió lo más que pudo y lo colocó tal cual en la maleta. Cuando se agachó nuevamente, más ropa cayó.

Se reincorporó y desesperada gritó:

—¡DÉJAME EMPACAR!

Severus dejó de botar la ropa y la miró sorprendido. Luego la tomó por los brazos, pero ella se soltó.

—¿Es que no entiendes, Merlina? No te puedes ir. No te debes ir. No me puedes dejar... —todo eso lo decía con dificultad.

Merlina no soportó y se puso a llorar. Todas las lágrimas que había evitado liberar, salieron como gruesas gotas que le empañaron la visión.

—¿Es que tú no lo entiendes? —replicó de la misma manera—. No me puedo quedar aquí... No con todo lo ocurrido en los últimos días...

—Pero, Merlina, escúchame...

—¡Escúchame tú a mí! —le espetó. Le dolía gritarle, pero él no entendía, no comprendía... Estaba velando sólo por sus intereses—. ¿Sabes que es lo que reviví el día del incendio? —Severus estaba de piedra. Miraba su cara, sus mejillas mojadas, sus ojos hinchados—. ¡Volví a ver en mi mente la muerte de mis padres y mi hermano! ¡QUEMÁNDOSE! —vociferó fuera de sí—. ¡Quemándose como en un infierno! —Trató de respirar profundo, pero estaba congestionada—. Si me quedo aquí Severus... Si me quedo aquí... Creo que no voy a superar nunca esto.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora