La lechuza herida

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Merlina estaba acomodando unos papeles en su oficina. Durante media hora se había dedicado a revisar lo que había en los cajones, pero había mucho que revisar, y se sentía agotada. No paraba de bostezar, así que decidió devolver todo a los cajones para ir a acostarse. Entonces alguien llamó a la puerta.

—¿Sí? —preguntó lo suficientemente fuerte como para que la oyeran, mientras se apartaba un mechón de la cara.

—Merlina, soy Albus. Sé que debes estar cansada, pero ¿me acompañarías un momento a la sala de profesores?

Merlina se acercó a la puerta y la abrió. Miró desconcertada al anciano brujo.

—Claro —aceptó curiosa.

Caminaron en silencio unos pasos —por suerte la sala no quedaba lejos de su despacho— y no se pudo contener de preguntar.

—¿Puedo saber para qué es?

—Puedes, pero, de todas maneras, la respuesta la hallarás cuando entremos a la sala —replicó Albus—, y estamos a menos de tres metros —añadió.

Merlina no comprendió por qué Albus se empeñó en parecer misterioso, pero pensó que, tal vez, se trataba de alguna sorpresa de bienvenida.

Albus abrió la puerta y la hizo pasar. Merlina miró para todos lados, y si no hubiese sido por el fuego que crepitaba en la chimenea, no se habría dado cuenta de que allí había alguien más. Se trataba del profesor que se había unido al término de la cena.

—Por una mala casualidad, el tiempo no me dejó presentarlos —continuó el director—. Merlina, él es el profesor Severus Snape, quien imparte Pociones, aunque ya debes haberlo visto en la ceremonia.

Merlina se sintió un poco nerviosa, pero avanzó con decisión. No fue capaz de mirarlo directamente a los ojos por temor a sentirse como en la cena cuando sus miradas se encontraron, así que sólo pudo fijarse que en otros aspectos de su rostro, como su semblante serio, quizá algo idiotizado, porque sobre sus cejas se le marcaba una arruga. Tal vez, como Merlina, se hallaba cansado y no deseaba perder tiempo en presentaciones absurdas.

—Y Merlina Morgan, Severus, como ves, es la nueva celadora del castillo que reemplazará a Filch.

Merlina alargó la mano como acto reflejo. Pudo notar que Snape hizo un gesto de desagrado, y notó que pasó más del tiempo permitido para que le estrechara la mano, pero finalmente lo hizo. Se sintió como un acto forzado, pero no fue una sacudida de manos de más de dos segundos. Fue algo extraño, en verdad producía corriente, ¿o ella se lo estaba imaginando? De todos modos, se sintió un poco avergonzada y se le fueron los colores a las mejillas.

—Bien, eso sería todo —concluyó el director dando un solo aplauso—. No quería dejar para mañana lo que debió haber ocurrido hoy; era oportuno que se conocieran, aunque, en teoría... En fin. No me gusta dejar cabos sueltos.

Merlina asintió sin decir nada y miró fugazmente a Snape, y otra vez sus ojos se toparon. Dirigió la vista inmediatamente al suelo, nuevamente cuestionándose por no ser capaz de sostenerle la mirada.

—Eh... —vaciló, tratando de sacar la voz—, si eso es todo, buenas noches a los dos, y gracias por todo, Albus.

—Buenas noches —contestaron a coro, con la diferencia de que Albus lo hizo de buenas maneras. Al parecer Snape no tenía ganas de conocerla. Era eso, o al menos que la conociera. Pero Albus no había dicho nada que diera alusión a que así había sido.

Vamos, ¿qué me pasa?¡No pueden intimidarme con tan poco! —pensó Merlina una vez estuvo afuera, y emprendió camino a paso rápido hacia su habitación.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora