La guerra... ¿continúa?

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Ninguno de los muchachos se apareció por donde estaba ella, así que, prácticamente, tuvo una noche tranquila hasta que llegaron las doce. Los corredores estaban desiertos y no corría peligro, por lo que ya no podía seguir haciendo caso omiso a su estómago. Estaba famélica y decidió bajar hasta las cocinas.

Los elfos domésticos estaban limpiando platos, separándolos por tamaño y función, lo mismo que los servicios, los vasos, las copas, etc. Todavía, al final, sobre unos maderos apagados, había una olla enorme que humeaba un poco, apegada a la cuarta mesa, que tenía unos escalones que conducían hasta el borde de la olla; los elfos debían subirse allí para revolver el contenido con unos enormes cucharones. En una mesa larga había en una bandeja enorme, más o menos del porte de una cama de una plaza, pero de diez centímetros de profundidad, repleta de pastel de carne y verduras.

—¡Buenas noches, señorita! —la saludó una elfina chillona, haciendo una reverencia pronunciada.

—¡Hola! —saludó, sonriente al ver a alguien que no era humano. Ya no quería estar en presencia de personas, al menos no en esos instantes.

—¿Qué desea?

—Bueno... Quiero comer algo —dijo ella y la elfina sonrió en respuesta. Merlina comenzó a mirar las mesas viendo qué podía elegir. Allí había para regodearse. Había tantas cosas...

—Elija lo que quiera y avíseme cuando decida, para servirle.

Merlina sintió y se paseó un par de minutos por la mesa, hasta que decidió.

—Quiero de ese pudín de chocolate con crema y mermelada de fresa —anunció a la misma elfina.

—¡En seguida!

El pequeño ser corrió, tomó un plato y un cuchillo con una velocidad asombrosa y volvió hacia ella con un gran trozo cuadrado para ella. Se veía algo pegajoso, pero exquisito.

—Muchas gracias —dijo.

Se encaminó hacia la puerta, porque no pensaba comer allí, había demasiada bulla. Sin embargo, antes de estirar el brazo hasta el pomo, la puerta se abrió y le pegó en las manos, lo que hizo que el postre se fuera contra su propio pecho, dejando el plato estampado en él.

Con la boca abierta de la sorpresa miró hacia adelante y vio a Snape. Él cerró la puerta y la miró con detenimiento.

—Mira lo que hiciste —le espetó ella con malas pulgas sacándose el plato de allí y evaluando su túnica sucia con pudín—. Además, ¿quién te mandó a llamar?

Snape carraspeó.

—No pensé que fueras a estar justo aquí y en la puerta —replicó alzando una ceja—. Y si lo hubiera sabido, lo habría hecho de todas maneras. Y no te incumbe a qué vine, pero puedo decirte que no estoy para comer como tú, Cerdita Parlanchina. Las cocinas son parte del castillo, así que no te creas la dueña.

Merlina sonrió con ironía.

—Qué bromista, ¿no?

—No es una broma —corroboró Severus pasando por su lado y rozándola con su hombro.

No... No hagas nada, tranquila —pensó. Sin embargo no se quedó tranquila, no pudo. Aún tenía demasiadas emociones guardadas y su lado racional no funcionaba al cien por ciento. Fue tras él y, sin controlarse, lo abrazó por la espalda, ensuciándolo a él también con el pastel que aún tenía pegado en la túnica. Snape se zafó de ella y se volteó rojo como un tomate.

—¿Qué haces?

—¡Bueno, bueno, lo mío tampoco fue una broma!

Snape se intentó mirar la espalda y tocó la papilla de pudín que tenía. Hizo una mueca de asco. Luego se giró hacia ella.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora