Malos entendidos

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"Me rompió el vestido, el muy salvaje. Me lo rompió. Diez galeons directo a la basura." El resto de la tarde no pudo parar de pensar en eso. Al parecer, el estar lejos de Severus acrecentaba su rabia así que, apenas terminaron de cenar, lo siguió hasta su despacho, a unos pocos pasos de su espalda. Severus, que tenía ojos hasta en el pelo, sabía que lo seguía, así que fingió desentendimiento hasta llegar a la puerta de su despacho. Con ojos de falsa sorpresa se volteó hacia ella arqueando las cejas.

—Vengo y me voy rápido —avisó Merlina antes de que Severus diera algún paso en falso—, quiero recordarte que hoy me rompiste mi vestido, así que mañana me tendrás que ir a comprar uno. Me lo debes.

—Nunca te dije que no te lo compraría. De hecho, te dije que te lo compraría, así que no me suenan a amenaza tus palabras, Morgan.

—¿Por qué tienes el maldito gusto de intentar llevarme la contra? Siempre estás haciendo cosas que me moles...

Severus había acortado los pocos pasos que los separaban para plantarle un beso.

—Por esto mismo. Ya te he dicho mil veces que me encantas cuando te enojas —susurró en su oreja generando que la piel se le pusiera de gallina—. Además, si yo no te molestara y tú no te enojaras —agregó, mirándola a los ojos— estoy seguro de que no tendríamos por nada que pelear y, nuestra relación, tal vez sería demasiado perfecta...

Merlina sonrió exasperada, negando con la cabeza.

—Tienes los humos en el cielo, Severus.

—Es porque te tengo a ti.

—Y estás bastante romántico.

—Y es porque te tengo a ti. Eso te hace culpable —jugó con el pelo de la joven observándola con los ojos entrecerrados.

―¿Mañana a las nueve en el Vestíbulo?

―Mañana a las nueve en el Vestíbulo.

Se dieron el último beso de la noche. Luego Merlina siguió hacia el fondo del pasillo, para continuar con su labor en otros lugares del castillo.


―Esa es la tienda ―señaló Merlina que iba tomada del brazo de Severus, a la mañana siguiente―. Espero que no esté la mujer que me atendió el otro día. Parecía que tuviera alergia a las personas más sencillas o cortas de dinero.

―Bueno, y si está, se llevará la grata sorpresa de que te compraré un vestido de cincuenta galeones.

Merlina arqueó las cejas más que sorprendida.

―¿Cincuenta? ¿Cincuenta galeons? ¿Estás loco o es una broma?

―Broma no es y el menos loco aquí soy yo. Vamos ya, pruébate algún vestido.

—Me siento como una esposa trofeo —comentó ella con una mano en el pecho, impresionada.

Antes de que pudiera ponerse a elegir, se aproximó la misma bruja del día anterior que tenía esa mirada de petulancia y satisfacción.

―Buenos días ―saludó con una mueca―, ¿viene a comprar algún vestido de cinco galeons, señora? Yo le advertí lo de la tela.

Severus intervino por ella.

―Compramos ese vestido para romperlo ―susurró Severus con su típico tono de exasperación. La mujer alzó las cejas, comprendiendo el mensaje en doble sentido y colocándose roja―. Y ella es señorita, no señora. Ahora ―agregó―, venimos a comprar uno de cincuenta galeons.

―Pues... ―la joven entrecruzó las manos―. Perfecto. Allá están ―señaló un pasillo―. Tarden cuanto quieran. Y si necesitan que le arreglemos algo, se lo hacemos de inmediato. Adelante...

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora