Amenazas tenebrosas

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Tocó varias veces la puerta, pero no obtuvo respuestas. Giró el pomo, pero estaba con llave. Abrió con el manojo que tenía ella y surtió efecto.

El despacho estaba vacío, así que dedujo que podría estar en su cuarto.

—¿Severus? —llamó en voz baja, temerosa.

Nadie contestó, sin embargo, la puerta estaba abierta. Entró lentamente, preparada para ser expulsada de inmediato, pero no fue así. Snape estaba sentado en el borde de su cama mirando el suelo, pensativo, con las manos entrelazadas sobre sus piernas.

Merlina avanzó, se sentó a su lado y lo observó apenada.

—No quiero ser obstinada..., pero creo que necesito una explicación. Hablé con Hermione, y me prometió que no dirá nada a nadie. Y, si tienes alguna duda, podemos usar Veritaserum. ¿Qué pasa?

Hubo un minuto de silencio antes de que Severus dijera algo. Parecía reflexivo.

—En realidad, esto te lo debería haber dicho hace tiempo... —susurró Snape y se enderezó. La miró preocupado, aunque su expresión seria no se diferenciaba mucho de la normal. Sólo Merlina podía distinguir sus emociones. Y Albus Dumbledore, por supuesto.

—¿Y por qué deberías habérmelo dicho antes? ¿De qué estamos hablando? —indagó desconcertada.

—Porque te lo insinué... —titubeó Severus, por primera vez rehuyendo de la mirada de la joven.

—¿Cuándo? No te sigo...

—Cuando volvimos el primer día de curso. "¿Fue por casualidad para relajarse y tener otra vista del mar a visitar Azkaban?" —repitió monótonamente.

Merlina hizo funcionar su mente.

—Yo pensaba que habías usado Legeremancia contra mí —reveló Merlina, sin comprender de qué iba todo eso—. ¿Y no era eso, entonces?

—No —Severus formuló una mueca.

—¿Cómo? —Merlina no entendía nada—. Explícame bien, que no te estoy entendiendo.

—La verdad es que el idiota de tu ex me envió una carta contándome de tu visita y amenazándome de que, si te tocaba, los dos íbamos a... —soltó abruptamente, pero Merlina le interrumpió.

—¡Espera! —Merlina enrojeció—. ¿Te dijo que...?

—Sí, que estabas enamorada de mí, sí.

—Sabías... —se cubrió la cara—. Qué vergüenza... jamás pensé que...

Severus rio brevemente, como si fuera un dulce recuerdo, pero el ahora fuera amargo.

—Ése no es el punto de todas maneras —retomó su preocupación.

—Lo siento, continúa. ¿Te amenazó de muerte?

—Algo así.

—Oh, vamos, Severus... —susurró ella colocando una mano en las suyas, que aún permanecían entrelazadas—. Está en Azkaban. ¿Por eso te preocupas de que lo sepan los demás?

—El noventa por ciento, sí. El otro diez es porque...

Miró a Merlina a los ojos profundamente por algunos segundos.

—¿Te da cosa? —inquirió ella mordazmente.

—Sí, pero no es por ti —se apresuró a decir y le tomó la mano—. No estoy acostumbrado a esto... Ya lo imaginarás. No creo que sea buena idea, después de todo, que todos se enteren... sumando a que a la mayoría los tengo como enemigos.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora