Un compromiso

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Merlina resopló por la nariz. Estaba que casi escupía fuego como un dragón. No entendía por qué la desconocida la trataba de esa manera, como si mereciera esa humillación.

―No... te atrevas...―farfulló Merlina sin moverse de su lugar, aunque temblando. Nunca se había sentido así en su vida. No podía controlar su cuerpo o su ira. Ella no era dueña de Severus, eso lo tenía claro. Pero era lo único que podía considerar que le perteneciera. No tenía familia, y Severus conocía más de ella que cualquier otra persona. Nadie se lo podía arrebatar de la noche a la mañana.

No pudo hablar más, porque la gente comenzó a gritar y a correr. De pronto se desató el caos: nadie sabía qué había ocurrido. Algunos creyeron que se avecinaba un terremoto; otros creyeron que había sido producto de un tornado. Unos pocos creyeron que el lugar estaba poseído por demonios y, sólo algunos supieron que se debía a obra de magia involuntaria. Phil los trató de calmar hablándoles por micrófonos, pero no lo logró.

Merlina, quien todavía no estaba en sus cabales, dio media vuelta, sin oír lo que estaba diciendo Severus. Y, finalmente, su primo había optado por la opción de llamar al equipo mágico para controlar a las personas. Al menos, él sí había llevado su varita. No era bueno mezclarse con los muggles en eventos como esos.

La gente corría de un lado a otro, a pesar de que el recinto en sí estaba tranquilo. Merlina estaba furiosa todavía, pero ya se había controlado.

Eso no es justo. No es justo que estuviera con ella cuando podía estar conmigo. No...

Severus la alcanzó entre la multitud y le puso una mano en el hombro.

―¿Merlina?

Esa palabra fue mágica: como si le hubiesen quitado los tapones de los oídos. Merlina se giró, pero más para observar lo que estaba sucediendo que a Severus.

―¿Qué... ―murmuró― hice? Por las barbas de Merlín...

Se dejó caer en una silla cubriéndose la cara. Severus se quedó junto a ella, preocupado, pero sin decirle nada.

Poco a poco el equipo regulador calmó a la gente y fueron borrándole los últimos minutos de la mente con el hechizo Obliviate, antes de que ocurriera lo de las mesas. Phil se acercó a zancadas hasta Merlina quitándole las manos de la cara.

—Lo siento, Phil, lo siento mucho, arruiné tu matrimonio, lo siento...

―Cállate. ¿Estás bien?

Merlina asintió. Phil sonrió a medias.

―Al menos alcanzamos a bailar una pieza musical más. El resto iba a ser aburrido.

―No te hagas conmigo el piadoso, arruiné tu matrimonio.

―En fin, no tienes la culpa. Supongo que alguien te tendrá que explicar algo ―Phil miró fugazmente a Severus, quien lo ignoró. Merlina no se dio cuenta.

―¿Qué quieres decir?

―Espera, ya vuelvo ―dijo Phil y fue hasta unos familiares para despedirlos.

Los celos son lo peor que puede existir...

Merlina apoyó un codo en la mesa y esperó junto con Severus, sus tíos, su primo, su esposa y los padres de esta para marcharse. Y Phil no le explicó nada, simplemente se despidió de ella con un enorme abrazo y sonoro beso en la mejilla antes de subirse a su coche para partir con Celyn hacia la primera parada: un hotel. Luego irían hacia la Habana en el vuelo de las seis de la mañana. Merlina había acabado un poco antes con la diversión.

―Perdóname, tía.

―¿Perdonarte por qué, Merlina?

¿Acaso su tía no lo sabía? ¿Sólo lo sabía su primo? Su tía no tenía idea que ella había sido la del incidente. Phil seguro se había echado alguna mentira para cubrir el caos.

En pie de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora