Capitulo 3

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Tumbadas en el mismo sofá, la televisión quedando frente a nosotros, sumidas en un cómodo silencio, reflexionamos sobre el arduo trabajo que tuvimos que hacer en el pasado para llegar hasta donde estamos

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Tumbadas en el mismo sofá, la televisión quedando frente a nosotros, sumidas en un cómodo silencio, reflexionamos sobre el arduo trabajo que tuvimos que hacer en el pasado para llegar hasta donde estamos.

Recargo mi cabeza sobre el hombro de Coraline, en este momento todo parece tan simple.

—Le temo a mi reloj biológico —admito en un susurro—. Temo el día en el que mi fertilidad muera.

—¿De qué hablas? —suelta una pequeña carcajada.

—Pues el reloj biológico —pronuncio como si fuera lógico, muevo las manos en el aire.

—No sé de qué me hablas —se burla.

Toma otra botella de lo que sea que estamos bebiendo, retiro los mechones rebeldes de mi cara.

—Cuando vivía con mis padres —comienzo a relatar, intento sonar tranquila.

—Hace una eternidad —comenta aburrida, su tono de voz me hace ver como una anciana.

Chasqueo la lengua.

—Como sea —digo irritada, procedo a seguir contándole el recuerdo que tanto me atormenta—. Mi madre solía decirme que todas las mujeres tenemos un reloj biológico, el que nos permite tener hijos, procrear vida, ya sabes a que me refiero.

—Si, ¿y? —dice desinteresada.

Saca un cigarro del interior de su bolso, lo enciende haciendo que el humo salga de este, lo aprisiona con ambos labios, me inclino de lado, aproximándome a ella, le arrebato el cigarro de la boca de una sola estocada.

—¡Oye! —se queja, elevando un brazo.

Lo boto al piso, no pierdo tiempo pensándolo, termino aplastándolo con mi pie.

—Maldición —me quejo en el momento que la planta de mi pie toca el cigarro encendido—. Mierda.

Me siento sobre el borde de la mesa de la sala, sigo maldiciendo en voz baja, sosteniendo mi pie descalzo, herido por el fuego, mi piel quema y arde, una combinación poco recomendada. Ventilo mi pie con una mano, distingo la risa burlona de Coraline.

—Babosa —espeta entre risas—. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso?

Le arrojo un cojín situado en el suelo.

—Pensé que traía zapatos —admito, escandalizada.

Niega, divertida.

—Solo a ti se te puede ocurrir hacer eso —se frota contra el mueble, recordándome a una gata en celo.

—El vicio te matará antes de que llegues a ser una anciana arrugada y gruñona —la reprendo, suelto mi pie.

Hace un puchero muy poco propio de una dama.

¿Dama? ¿Somos damas?

No es un secreto que el que le guste fumar, no es un vicio, pero está a un solo paso de serlo, nunca sabes cuando viene el problema, no hasta que ya te atrapó, es ahí cuando lo quieres dejar, sin embargo, es casi imposible hacerlo.

30 años, ¿Y qué? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora