Capitulo 13

510 78 4
                                    

No pasa más de media hora cuando logro escuchar pasos debajo de la ventana, me inclino hacia el frente, solo logro ver una cabellera castaña, con un traje negro hecho a la medida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No pasa más de media hora cuando logro escuchar pasos debajo de la ventana, me inclino hacia el frente, solo logro ver una cabellera castaña, con un traje negro hecho a la medida.

Él no es Emma.

—Afrodita —susurra, buscándome, mira a todos lados.

Me debato entre hablar o no, se quién es, eso es lo malo, muy malo.

—Aquí —llamo su atención.

Levanta la vista, enfocándola en mí, coloca su mano en su cintura, levantando un poco el saco que lleva puesto, me encojo en mi lugar, su mirada esta teñida de diversión.

—¿Qué haces ahí? —cuestiona con burla.

—Larga historia —me limito a contestar—. ¿Dónde está Emma?

—No aquí, ¿tu logras verla? —levanta su mano, señalando el lugar que lo rodea. Ruedo los ojos—. Solo estamos tú y yo, cariño.

Su enorme sonrisa es altanera.

—¿Por qué estás aquí?

—Bueno, yo fui quien contesto la llamada, estaba con ella, sonabas alarmada, así que vine de inmediato —explica, observa a su alrededor—. Ahora veo que necesitas ayuda con urgencia.

—¿Por qué estabas con Emma? —encarno una ceja.

—Demasiadas preguntas. Larga historia —usa las mismas palabras que yo.

—Bien —digo rendida—. ¿Traes una escalera contigo?

Hace una mueca, piensa por unos segundos, frota su frente, frustrado, algunos mechones de su cabello castaño caen sobre su frente, sus ojos azules se iluminan, maravillado por la idea que se filtra en su cabeza.

—Salta —propone.

Lo observo alarmada.

—¿Qué? —pregunto histérica—. ¡No pienso hacerlo!

—Oh, vamos, no es una altura extraordinaria —intenta convencerme, sonríe amable—, yo te voy a atrapar.

Suelto una rotunda carcajada, que hace eco en la noche estrellada, podría decir que incluso es más escandalosa que el ruido de la ciudad, algunos perros aúllan en señal de apoyo

¿Eso me convierte en una perra?

—Señor Saimons, le recuerdo que tiene un brazo fracturado, no podría atraparme, aunque lo deseara —alardeo, me mira indignado—. Además, no soy Rampusel como para saltar de una ventana.

—Lo siento —dice divertido—, no recordaba que a ti se te da más lo de ser Cenicienta.

Ahora es mi jefe el que ríe, declarándose ganador de este imaginario duelo, solo me queda mirar como disfruta de su pequeño momento.

30 años, ¿Y qué? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora