Capitulo 11

623 93 5
                                    

—Voy a llegar tarde

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Voy a llegar tarde... voy a llegar tarde —repito varias veces, mientras corro entre la arena del parque.

En una de mis manos llevo mis tacones blancos, con la otra sujeto mi bolso y mi portafolio, mi cabello se encuentra suelto, algunos mechones se pegan a mi rostro, quitándome la visibilidad. Esta mañana me he levantado más tarde de lo inusual, la alarma no falló, pero yo sí, apague el irritante sonido que producía el despertador, pidiendo otros cinco minutos, que luego se convirtieron en treinta.

—¡Rayos! —me quejo, levanto la mirada hacia el cielo nublado—. ¿Qué te he hecho, Dios?

Saco mi pie del agujero de arena, ¿por qué a los niños les gusta jugar con ella? Es caliente y escurridiza.

Soy consciente de que estoy pagando por mis pecados, no encontré un estacionamiento cercas del edificio, el aparcamiento privado está siendo renovado, tuve que dejar el auto cruzando el parque que está en la esquina de donde trabajo.

Coloco un mechón de cabello color rubio detrás de mi oreja, me aventuro a correr entre los automóviles parados, algunos tocan el claxon, el ruido típico de la gran ciudad, o eso quiero pensar. Me detengo en seco frente a un auto negro, coloco mis manos sobre el cofre, mi corazón palpita a mil por hora, asimilando la situación, casi soy atropellada por un auto lujoso. Los vidrios polarizados no dejan que vea más allá, una fuerza invisible me obliga a seguir viendo el vehículo.

—¡Cenicienta! —grita uno de los taxistas—. No olvides tu zapato.

Volteo a mi derecha para verlo, me sonríe con burla, apunta al suelo frente a él, donde descansa uno de mis tacones, mis mejillas se tiñen de rojo, recojo la poca dignidad que me queda, tomo el reluciente tacón de aguja.

—Gracias —hago el intento de sonreír.

El ruido de un claxon me saca de mi pequeño momento vergonzoso, vuelvo a la realidad, llegaré muy tarde.

Entro corriendo al edificio, sintiéndome a salvo, ya no volveré a ver la película Cenicienta, al menos no de la misma manera, ese taxista ha arruinado una de mis películas favoritas.

—Señorita —saluda el guardia de seguridad, asiento a su saludo.

—Señorita, afrodita —dice la recepcionista de la entrada.

—Lili —la saludo, me detengo a un lado suyo.

—¿Señorita? —cuestiona confundida, se levanta de la silla giratoria.

—Necesito un favor —explico, arrojo mis cosas al mostrador—. Ve al segundo piso, donde están los cubículos, dirígete al escritorio de Danna, pídele un cepillo y maquillaje —pido.

—¿Con la señorita Danna? —pregunta alarmada.

Danna es una diva, critica la vestimenta de la mayoría de las mujeres, un daño colateral de los tres meses que estudió diseño, no me extraña que la chica este asustada.

30 años, ¿Y qué? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora