Capitulo 16

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—Llegamos —avisa, rompiendo el silencio

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—Llegamos —avisa, rompiendo el silencio.

Entra en un estacionamiento subterráneo, deja el auto en una plaza llena de luces, de hecho, es la más segura de este lugar. Todo parece digno de una película de terror, en la que te secuestran y torturan. Noto el pequeño cartel al frente, donde especifica que este lugar es privado, ¿por qué tendría un estacionamiento privado?

Axel rodea el auto, abre la puerta para mí, tomo la mano que me ofrece, aceptando la ayuda que me brinda.

—¿Eres socio del restaurante? —cuestiono mientras me bajo del auto.

Lo piensa un segundo, ladea la cabeza, inconscientemente, hago lo mismo, me alejo del auto para que pueda poner la alarma de seguridad.

—Algo así —sonríe forzado.

Subimos al ascensor, me quedo quieta en la parte trasera, sujeto la barandilla con fuerza, mi estomago se revuelve cuando subimos, reconociendo la sensación familiar de ser elevada, trato de concentrarme en cualquier otra cosa, sin darme cuenta, las náuseas se detienen, al igual que el mareo.

—Tranquila, concéntrate en otra cosa —susurra cercas de mi oído.

Ya tengo otra cosa en la cual concentrarme, en su mano aferrada en mi cintura, dándome seguridad y tranquilidad, en como esa calidez recorre toda mi espina dorsal, dándome pequeñas descargas eléctricas. Sonrío para mí misma, me siento como una adolescente, mi cara enrojecida no puede delatarme más de lo que ya ha hecho, él solo sonríe al ver mi cara, pero no hace un ademan de apartar su mano.

—Adelante —extiende un brazo, indicándome que salga antes de él.

Estaba tan relajada que no me percaté de que vinimos al restaurante que tanto ama Danna. Caminamos hasta detenernos en una mesa cercana a un gran ventanal, por donde se puede apreciar una impresionante vista. Axel me ayuda a sentarme, él toma asiento frente a mí.

—¿Qué deseas pedir? —rompe con el silencio que habíamos mantenido.

—Un filete —hago un puchero fuera de lugar—, muero por probar carne.

—Entonces eso haremos —dice complacido.

No tarda en venir un mesero a pedir nuestra orden, incluso trae algunos aperitivos y bebidas, me sorprende la familiaridad con la que le habla a Axel, como si lo conociera a fondo.

Decido concentrarme en ver las demás mesas, las más cercanas solo son ocupadas por una pareja de ancianos y alguna que otra pareja joven, dejando las demás completamente vacías. La anciana me sonríe, llamando mi atención, es una mujer grande, pero eso no le quita la belleza que la embarga, quisiera ser igual a ella cuando llegue a su edad, le regreso el mismo gesto que ha tenido conmigo.

—Te he traído otro regalo —habla nervioso, intenta ocultar una sonrisa.

—Ah, ¿sí? —frunzo el ceño, cuadro los hombros—. Las rosas fueron un lindo gesto, no debías de molestarte con otro obsequio.

30 años, ¿Y qué? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora