Arrojo la falda a la desordenada cama, junto a los demás conjuntos de ropa, los cuales he desechado desde un principio. No me había dado cuenta de que solo tengo ropa formal, ningún vestido para una comida, solo faldas, y no de las bonitas.
Miro mi ropa con una mueca en los labios, no tengo nada adecuado para ponerme.
Un carraspeo detrás de mi llama mi atención, observo a la persona que se encuentra en el marco de la puerta, me remuevo incomoda, buscando alguna salida.
Alejandra no es mi persona favorita, eso quedó claro, pero ella es la esposa de mi hermano, con quien decidió pasar el resto de su vida. Jeff la conoció en el trabajo, nunca nos la presentó, no hasta que decidieron casarse porque ella estaba embarazada, eso solo facilito que naciera una enemistad entre las dos, terminamos odiándonos.
—¿Puedo pasar? —dice tímida.
Asiento a su petición, entra portando toda la seguridad del mundo, contaminando el ambiente con su perfume barato.
—Veo que no me equivoqué —dice al ver la ropa esparcida en la cama.
—¿Vienes a reírte del poco buen gusto que tengo en ropa? —cuestiono irritada.
Las pilas de telas mal dobladas sobresalen, las vigilo con recelo, furiosa por la escasez de prendas comunes.
—No —excluye, me muestra un vestido azul—, solo vengo a prestarte un vestido, te va a quedar un poco grande, pero funcionará.
Dudosa y desconfiada, acepto su ofrenda de paz, lo coloco sobre la almohada, lo extiendo de manera que no adquiera arrugas.
—Gracias —es lo único que consigo pronunciar.
Retira las prendas dejando un espacio, se sienta a un lado mío, nos quedamos en completo silencio, sumidas en nuestros propios pensamientos, sin poder llenar ese vacío que se ha formado entre nosotras.
—No te odio —aclara.
La examino de reojo, le muestro una media sonrisa, hace lo mismo.
Creo que son las mejores palabras que podría escuchar en mi vida, mi cuñada no me odia, tampoco creo odiarla, solo se trata de la falta de comunicación que hay entre nosotras, y el hecho de que empezamos con el pie equivocado.
—Ponte el vestido —pide, terminando con el pequeño momento—, te ayudaré a arreglarte, quedarás bien.
Me levanto de la cama, dispuesta a hacer lo que me pide, voy hacia el baño, pero me detengo a la mitad del camino, girándome ligeramente.
—Gracias —susurro, siendo sincera.
Entro en el baño de la casa, examino mi rostro, no me encuentro feliz, por alguna extraña razón que no comprendo, tengo un presentimiento, esos que te advierten cuando una tormenta está por venir.
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30 años, ¿Y qué?
RomansaAfrodita, sumida en los estereotipos y prejuicios de la sociedad y su familia, guiada por las influencias del alcohol, decide hacer algo que cambiará su vida por completo. ¿Quién dijo que un mensaje no puede entrelazar dos vidas? Sin ser conscien...