Sigo cumpliendo. Gracias ❤️❤️❤️
—¿Entonces vandalizaron una casa? —pregunta asombrado.
Le doy una gran mordida a mi hamburguesa, provocando que la salsa de tomate se desparrame en mis dedos.
—Uy —bramo, lambo el líquido de mis dedos, mastico rápido—. Si, rompimos las ventanas, rayamos paredes —relato tranquilamente—. Hicimos todo eso sin ningún inconveniente.
—¿Y cómo las atraparon? —entrecierra los ojos—. ¿Los dueños volvieron?
Niego, bebo un trago de cerveza.
—Adelante, cuéntale como es que nos atraparon —anima Danna, molesta por ese detalle.
—Y dile de quien fue la culpa —agrega Emma, apoyando a su fiel amiga.
—No todo es su culpa —me defiende Coraline, comiendo de mis papas.
—Cierto —asiente Emma, arruga los labios—. Todo es culpa Coraline.
Las tres se meten en una discusión acalorada, señalándose las unas a las otras, culpándose, quejándose. Sus gritos hacen contraste con el ambiente del restaurante, ese mismo donde Axel nos trajo para que cenáramos algo, si es que aun cuenta como cena. Son las tres de la mañana, y aquí estamos, comiendo en un solitario restaurante abierto las 24 horas del día.
En medio de todo el caos, la mano de Axel toma la mía, el calor de su palma se mezcla con la fría temperatura de mi piel, me pierdo en la unión de nuestras manos. Es extraño, pero, no me siento incomoda, por el contrario, esto se siente bien, es reconfortante.
—¡El caso es que nos atraparon! —finaliza Emma, terminando con la discusión.
Alejo mi mano de golpe, avergonzada y apenada. Axel me da una corta mirada, haciéndome saber que notó mi indiferencia.
—¿Por qué las atraparon? —pregunta después de unos segundos.
Le doy el ultimo bocado a mi comida, limpio mis dedos con una servilleta, pasándola lentamente en la mano que el tocó.
Bebo un trago de cerveza bajo su atenta mirada.
—La alarma —sonrío recordando el momento—. Ya habíamos terminado, estábamos admirando nuestra obra maestra, me recargué sobre el buzón de la propiedad, la alarma comenzó a sonar en todas partes —relato sonriendo.
Los cinco rompemos en carcajadas, las personas a nuestro alrededor nos miran perturbados. Cubro mi boca con una servilleta, ocultando la forma en la que las comisuras de mis labios se elevan cuando sonrío o río.
—¿Un buzón? —pregunta entre risas, las cuencas de sus ojos se inundan de lágrimas.
—Si, es lo más absurdo que he visto en mi vida —me burlo.
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30 años, ¿Y qué?
RomantiekAfrodita, sumida en los estereotipos y prejuicios de la sociedad y su familia, guiada por las influencias del alcohol, decide hacer algo que cambiará su vida por completo. ¿Quién dijo que un mensaje no puede entrelazar dos vidas? Sin ser conscien...