Todo puede cambiar en una décima de segundo, pasé de comer en la cafetería a estar recostada junto al cuerpo sin vida de Dilan, quien murió en mis brazos. Por alguna extraña razón, su muerte hace que mi corazón duela, mi cuerpo se siente extraño, pesado, débil.
Me detengo cuando mi mirada se cruza con los cansados ojos del guardia, esos que han tenido una larga vida.
—¿Señorita? —me mira preocupado.
Sigo con mi camino, adentrándome al edificio, aun con su mirada siguiéndome.
—¿Afrodita? —levanta la cabeza, asombrada.
Se levanta del asiento de la recepcionista, camina hasta llegar a un lado mío, me mira con gesto preocupado.
—¿Qué te paso? —pregunta alarmada, clava sus dedos en la piel de mis brazos al zarandearme—. Es tarde, Saimons te ha estado buscando, está furioso.
—Emma —llamo su atención, me deshago de sus manos—, no estoy de humor para contestar preguntas, solo quiero... ni siquiera sé porque estoy aquí.
Dejo caer los brazos a ambos lados de mi cadera, mostrando lo agotada que me siento.
—¡Señorita Markau! —grita enojado.
Da largos pasos hasta llegar frente a mí, sus ojos se oscurecen, su ceño se frunce.
—¿Sabe qué hora es? —cuestiona irritado—. La hora de hornada está por terminar. ¡Debió estar aquí a las seis de la mañana! Aun así, tiene la decencia de presentarse —me toma del brazo, apretando su agarre, deja caer todo el peso de su mirada azul en mi—. ¿Dónde estuvo todo el día?
Lo miro atónita, retrocedo asustada, aun así, no me suelta.
—¡Conteste! —grita sobresaltándome.
Algunas personas susurran entre sí, mis amigas se acercan dispuestas a ayudarme.
—¡Suficiente! —grito molesta, retiro mi brazo de su agarre, dejándolo desorientado—. Voy a enterrar partes de su cuerpo en el desierto. ¡Estoy harta! Mi hora de trabajo empieza a las ocho de la mañana, no a las seis. Estoy cansada de hacer el trabajo que le pertenece a Vargas. ¡No me corresponde hablar con los inversionistas! —refunfuño, saltando sobre el piso—. ¿Quiere hablar sobre responsabilidades? ¡Ni siquiera tengo una oficina! Así que, no venga a hablar sobre responsabilidad, o venir a darme un discurso para dejarme en ridículo.
Me alejo de él, pero no avanzo ni dos pasos cuando su imponente voz me detiene.
—Da un paso más, solo un paso, y considérate una desempleada, mi programa, mis reglas —advierte tranquilo.
Sonrío con burla, no me molesto en verlo a la cara.
Levanto mi mano derecha, la bata de hospital se eleva, revelando las manchas de sangre en mi vestido blanco, las personas abren la boca, asustadas, pero ya no me importa. Cierro mi mano en un puño, solo dejando arriba el dedo de en medio, mostrándoselo a mi antiguo jefe.
ESTÁS LEYENDO
30 años, ¿Y qué?
RomanceAfrodita, sumida en los estereotipos y prejuicios de la sociedad y su familia, guiada por las influencias del alcohol, decide hacer algo que cambiará su vida por completo. ¿Quién dijo que un mensaje no puede entrelazar dos vidas? Sin ser conscien...