Las grandes puertas de Alexandria se abrieron ante nosotros y comenzamos a caminar dentro de la comunidad.
Un ruido se escuchó entre los arbustos y todos apuntamos a este con nuestros cuchillos y pistolas. Unas zarigüeya apareció. Daryl le clavó una de sus flechas acabando así con su vida.
-Traemos la cena
Sonreí ante lo que había dicho el ballestero. El hombre que nos abrió la puerta nos miró de forma intimidante, inmediatamente Aaron se acercó a él.
-Tranquilos.-habló.-Entrad por favor.
Entramos cautelosos, no sabíamos cómo era este sitio, solo nos podíamos fiar de unas fotos y las palabras de un hombre que no conocíamos casi.
Alcé la mirad y observé casas perfectas pintadas con colores preciosos, niños jugando en las calles, sonreí al ver eso, se les veía muy felices. También entraba un aroma delicioso por mi fosas nasales que me abría el apetito.
La verja se cerró tras nosotros, hizo un gran estruendo y un otro señor se acercó a nosotros.
-Antes de continuar necesito que me entreguéis vuestras armas.-explicó.- Solo así os podéis quedar
-Y una mierda.-soltó Marco.-
Rick se acercó con Judith en sus brazos.-No sabemos si nos quedaremos.
-Tranquilo Nicholas.-Interrumpió Aaron.
-Si fuésemos a usarlas ya lo habríamos hecho.-Dijo Sab.
-Que hablen con Deanna antes.
El pelirrojo se acercó y cruzó sus brazos.-¿Quién coño es Deanna?
-Ella sabe todo lo que queréis saber sobre este lugar.-Aaron Explicó.
-Rick, ¿por qué no vas tú primero?.-Sugirió Michonne.
Grimes nos miró y se desvió de inmediato hacia Aaron.
-Sasha.-le advirtió a la de tez morena.-
Esta disparó al caminante que se encontraba en la valla y cayó al suelo al instante.
-Por suerte estamos aquí.-Dijo Grimes de forma victoriosa.
Nos encaminamos hacia el hogar de la líder de toda esta comunidad, caminaba en medio de los Dixon, miraban a todos de forma asesina, lo ignoré y miré hacia el frente de nuevo.
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-Pasa.-Me indicó Daryl, quien había entrado antes.
Me adentré en la casa, se suponía que todos debíamos pasar una entrevista para saber si éramos o no válidos para la comunidad.
Me senté en uno de los sillones de la sala y enseguida llegó una señora rubia, me sonrió, pero yo en cambio mantuve mi mirada y mi gesto serio.
