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Blanco, eso es lo que veía ahora, un luz intensa, como si fuera una bombilla de color fuerte.
Después de unos segundos cambió, ahora había una pradera llena de flores de colores junto a un atardecer precioso de colores rojizos. Lo que más me llamó la atención fue una persona mirando el cielo, con su ballesta colgada en la espalda.
Sabía a la perfección de quien se trataba.
Corrí hacia él lo más rápido que pude mientras gritaba su nombre.
—¡Daryl!
Este se giró y caminó con rapidez hacia mi, tiró su arma al suelo.
Me tiré a sus brazos, deseaba este momento con ansia desde hace tanto tiempo...
Apoyé mi cabeza en su pecho mientras escuchaba los latidos de su corazón acelerándose a medida que pasaban los segundos, el mío debería estar igual.
Lloré, con mucha fuerza, le echaba de menos, quería estar junto a él, vivir feliz.
—Dalia, cariño...
—No te vayas, no de nuevo porfavor.—Sollocé.
—Tienes que ser fuerte, luchar contra los salvadores junto a toda tu familia.
Me incorporé y le miré con mi cuerpo tembloroso, este acarició mi rostro con delicadeza.
—Sabrina te necesita, no puede hacerlo sin ti.
—Sin ti tampoco puede, necesito que vuelvas porfavor.—Lloriqueé.
Me limpió las lágrimas.—Escúchame.
—Puedes con todo Dalia, lo sé de primera mano. No puedes rendirte, no ahora.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Besé sus labios por última vez antes de intentar despertarme, pensando en mi familia, me estaban esperando ahí fuera.
