CAPITULO 8. POV Rámses. SAN VALENTÍN HORMONAL (primera parte)

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Toda la semana me levanté un poco más temprano para que pudiésemos ir a buscar a Amelia primero, y después de que vi que comía comida para pájaros como desayuno, me inventé distintas excusas para llevarle el desayuno. También me gustaba entrar con ella en el Instituto, las miradas que las chicas nos daban como de costumbre, no me molestaban si ella estaba a mi lado, pero en cambio ella las odiaba, y a la mínima oportunidad que tenía me abandonaba a manos de la jauría de estudiantes que insistían en ser nuestros mejores amigos. Gabriel era bueno disimulando, incluso fingiendo y siguiéndoles el juego, yo en cambio, no lo era y ni me importaba aprender a hacerlo.

San Valentín se acercaba y nunca me había importado sino hasta este momento. Gabriel saldría con Pacita y la verdad era que lo envidiaba, porque yo quería salir con Amelia, pero no conseguía la forma de hacerlo. Me resultaba bastante molesto ser un maldito cobarde infantil y no poder invitarla en una cita. Así que llegó el fin de semana y tuve que ver a mi hermano prepararse entusiasmado para su cita, mientras que yo... bueno yo solo navegaba en internet.

Ya tenía el local donde se presentaría Cólton, y tenía incluso la casa que alquilarían, solo esperaba la respuesta de Germán, un tatuador de la ciudad recomendamos por Jenan, mi tatuador en Marsella, para que finalizara la ultima sesión que tenía pendiente. El chico era el mejor de la ciudad, lo que implicaba que tomar una cita con él no era nada fácil, esperaba que Jenan lograse conseguirme un espacio en la agenda de Germán.

No dejaba de pensar en Amelia, tanto que llegué a tomar mi teléfono para escribirle, pero el mutismo que me entraba cuando se trataba de ella, al parecer también aplicaba para los mensajes de textos. Frustrado apagué la luz, esperando poder quedarme dormido y que este día tan idiotamente comercial se acabase de una vez por todas.

Pero cuando por fin tuve sueño y comencé a quedarme dormido mi teléfono sonó anunciando a la única persona con la que moría por hablar, pero la hora en que lo estaba haciendo me puso sobre alerta de inmediato.

— ¿Amelia vous trouvez bien?- Amelia, ¿te encuentras bien?—atendí al segundo repique sin ni siquiera esperar que ella saludase.

—Si. Yo... ehm—titubeó—. Espero no haberte despertado o interrumpido, no sé si estabas haciendo algo, quizás en una cita, al fin y al cabo...

—¿Qué pasa? ¿Dónde estás?—le pregunté y me incorporé en la cama, un mal presentimiento se apoderó de mí.

—Todo está bien, solo quería saludar, pero no me fijé de la hora. Lo lamento. Adiós

¡¿Me colgó?! ¡¿Pero que mierda...?!

Abrí el programa de rastreo desde mi computadora y coloqué el teléfono de Amelia, comenzó a disparar información y finalmente me dio la ultima locación, desde donde llamó. Coloqué esa dirección en google maps y ahogué un suspiro cuando vi donde me decía que estaba. Ni siquiera esperé calmarme, la angustia que sentía era tan grande que no podría hacerlo sino hasta que viese con mis propios ojos que se encontraba bien. Tomé mi teléfono y marqué su numero mientras me despojaba de mi pantalón de pijama y me colocaba ropa para salir. Si Amelia se atreviese a no atenderme el teléfono, me conocería por primera vez molesto, pero atendió después de lo que me pareció una eternidad, que en nada ayudó a mi desespero.

—Rámses todo está bien en serio...

—No sé qué mierda haces en ese parque a esa hora, pero más te vale que no te muevas de allí hasta que llegue—le advirtí esperando haberle infundido suficiente temor como para que no se moviese de allí.

Bajé corriendo las escaleras de la casa y tomé las llaves de la camioenta, terminé de colocarme la sudadera en el auto, y mientras esperaba que la puerta del garaje se abriese terminé de calzarme los zapatos. Manejé como un loco imprudente, solo pensando en que estaba en un parque en la madrugada y esperaba que sola, porque a quien sea que tuviese a su lado terminaría en el hospital por exponerla de esa forma.

Me salté tres semáforos, rompí los límites de la velocidad establecido, giré en varias calles de forma imprudente e incluso conduje por una cuadra en sentido contrario, pero cinco minutos después de que le avisé que saldría a buscarla llegué al lugar. Me bajé del auto y en cuanto la vi sentada sola apoyaba de un árbol, en el parque cerrado, pude respirar un poco más tranquilo; estaba sola por lo menos.

Pasé por la misma reja por donde ella tuvo que haberse colado, tratando de entender que la hizo llegar hasta aquí a estas horas, pero cuando estuve lo suficientemente cerca vi que no estaba bien. Llevaba puesto unos pantalones tipo bermuda de jeans, por sobre la rodilla, unos converse grises y una camiseta aguamarina de puntos azules. No llevaba bolso ni cartera consigo, por lo que lo que sea que la hizo terminar aquí, no le dio tiempo a tomar sus pertenencias. Y a pesar de todo, se veía bien, aunque su cara era de tristeza, angustia y quizás un poco de miedo.

La sola idea de que el miedo fuese por mi y por la forma como le hablé por teléfono me hizo calmarme. No quería asustarla, quería que supiese que podía contar conmigo para lo que necesitase.

Me agaché cuando estuve lo suficientemente cerca, descansando mis brazos en mis rodillas, algo en ella me hacía guardar la prudencia, había huido, estaba seguro de eso, y no quería que huyese de mí.

—¿Qué haces aquí?—pregunté

—¿Cómo sabias que estaba aquí?—replicó.

Ella me llama en la madrugada, desde un parque desierto, ¿pero soy yo el que tengo que responderle?

—Rastreé tu teléfono—no le mentiría—. ¿Qué haces aquí?— volví a responder—.

—No quiero ir a casa—y su voz estaba apagada, no era la misma voz dulce que siempre me llenaba de alegría, ésta fue triste, rota, desesperada.

Asentí y me levanté extendiéndole mi mano. Se puso en pie y maldije cuando su mano helada tocó la mía. Estaba muerta de frío. Me quité la sudadera sin que me importase sus ridículas negativas y se la coloqué por encima de los hombros, mientras seguíamos caminando. Sostuve la reja del parque para que pudiese pasar agachándose por debajo de mi brazo, solo para poder oler otra vez su perfume floral. Tendría que terminar preguntándole cual era y comprarme una botella, para no tener que estar oliéndola como un completo depravado.

—Lamento haber interrumpido tu cita—había frenado su avance y cuando me giré a verla estaba bastante apenada, miraba el auto como si alguna chica furibunda fuese a saltar de ella y no pude hacer más que reírme con fuerza.

—No estaba en ninguna cita, aunque si interrumpiste mi sueño—respondí y seguí caminando hasta que le abrí la puerta del copiloto para que subiese.

Ella me seguía mirando con atención y fue cuando entendí que era la primera vez que me veía con mis piercings puestos.

—¿A dónde quieres ir?—pregunté, quizás ella tuviese algo en mente, aunque yo solo la quería llevar a mi casa

—A cualquier lugar que no sea cerca de mi casa—afirmó dándome una pieza más del rompecabezas que era esta noche para mí—.

Y por más tentador que fuese, no podía llevarla a mi casa, si huyó fue porque se sintió encerrada, no la volvería a encerrar en una casa.

—Ya sé a dónde iremos. ¿Qué opinas de una fiesta para solteros en una playa?

—Oh no, Ana María te convenció de ir a la fiesta en playa Coral—se burló

—Bueno, es ir a la playa o ir a mi casa— esperaba que dijese que mi casa pero no

—La playa no suena mal.

Y reí, conduciendo a la dirección que Kariannis me había dado. Finalmente llegamos al lugar y cuando nos bajamos del auto rebusqué una sudadera adicional, era de madrugada y la brisa marina se me antojó fría. Solo había una de Gabriel que me quedaba un poco pequeña, pero aunque me cortase la circulación me la colocaría yo, ni drogado dejaría que Amelia se pusiese la ropa de mi hermano. Su olor quedaría en mi ropa, no en la de él.

No Juzgues La Portada. Ahora contada por ellos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora