Después de esa conversación con Gabriel, él intentó hacer las pases y aunque ya no me encontraba molesto con él, no terminaba de confiarme. Así que estaba siendo pasivo agresivo, lo reconozco, pero tenía que dejarle las cosas muy claras. Estaba consciente de que lo hacía para molestarme, la misma venganza infantil de siempre, y también para presionarme a dar el paso que me faltaba con Amelia, pero una parte de él lo hacía porque de verdad encuentra a Amelia atractiva, como en efecto lo es, y eso era lo que hacía que me mantuviese alerta con él.
Logramos terminar los trabajos y ponernos al día. Amelia estuvo estresada el resto de la semana, estudiando entre clases, estudiando en las clases, estudiando desde que la pasaba a buscar hasta que la llevaba una vez más a su casa. Muchas veces noté como releía paginas por horas, como si no lograse entender lo que decía, o mejor aún, como si estuviese muy distraída para procesarlo. Eso me alegraba inmensamente, porque recordaba lo que había dicho Pacita al respecto, que yo era el motivo de su distracción.
Y considerando que yo no podía sacarme a Amelia de la cabeza, pues sería lo justo que a ella le pasase lo mismo conmigo.
Pero por más que lo odiase, Gabriel tenía la razón, no podía seguir perdiendo el tiempo con Amelia. Yo no era nunca el que perseguía a las chicas, siempre fui el perseguido. Si invitaba a las chicas a salir, solo después de que ellas habían dejado muy claro que les gustaba. La verdad era que yo no era un gran jugador, odiaba perder, así que siempre iba por lo seguro. Con Amelia nada de eso funcionaba, no podía exhibirme delante de ella hasta que cayese, porque su auto-control era ridículamente inquebrantable, muy distinto al mío definitivamente. Ella tenía que estar confeccionada en piedra.
Tenía que ir tras ella porque si continuaba esperando que fuese al revés, otro, con más bolas de las que en estos momentos yo tenía se me adelantaría. Y si eso llegase a pasar estaba muy seguro de que me expulsarían, porque le partiría la boca.
Así que no lo dudé más y tomé mi teléfono y marqué el número de Amelia; la invitaría a ver unas películas.
—¿Qué haces?—le pregunté tratando de sonar casual.
—¿Dejarás de acosarme?—me reprochó de inmediato— En serio, que ese programa es bien exacto, aunque técnicamente sigo en la casa, en el techo, pero sigo en la casa. ¿Acaso tiene una alarma cuando salgo del cuarto? ¡DIOS! Si me dices que te avisa hasta cuando estoy en el baño me muero
¿Qué mierda?
—El programa no es tan específico... ¿Qué haces en el techo?—pellizqué el puente de mi nariz, tal como hacía mi papá cuando estaba estresado, un día me dijo que lo ayudaba a concentrarse, y lo hice deseando que funcionara.
—¿Viendo la noche?—dudó y una ráfaga de sentimientos de molestia, preocupación y angustia pasaron por mí.
—No te muevas de allí Amelia—le ordené y colgué el teléfono para no perder más tiempo.
Tomé mi sudadera y le avisé a Gabriel que saldría con Amelia: «Ya era hora» fue lo que me gritó en respuesta. Le había dicho tantas veces que me llamase sí quería salir de su casa, sí no quería estar allí, sí estaba aburrida, y sin embargo me entero por pura casualidad que está en el techo de su casa huyendo quien sabe de qué o quién. ¿Si no la hubiese llamado la hubiese encontrado otra vez en el parque?.
Estacioné frente a su casa y pude ver su silueta en el techo. La distancia desde la ventana de su cuarto hasta allí no era poca y maldije porque pudo haberse lastimado.
Entré al patio de su casa y tomé impulso para alcanzar el borde del techo. Menos mal que hacía barras todas las noches, porque de lo contrario no hubiese podido alzar mi peso y subirme. Caminé sobre las tejas y me senté a su lado, y como siempre que la tenía cerca mi corazón martillaba con fuerza y yo enmudecía.
Era una noche preciosa, se veían algunas estrellas, bastantes considerando la cantidad de luz en la calle. Las noches en Marsella siempre me gustaron más que en todas las partes que hemos vivido, porque su cielo siempre brillaba con tantas estrellas que la ciudad resultaba ser la envidia del país.
Había querido hablar con ella para pedirle una cita, y sin embargo terminaría pidiéndole una explicación del por qué se encontraba en el techo. Respiré profundo dispuesto a preguntarle cuando ella me interrumpió
—No estoy loca. Tampoco soy suicida. Solo quería espacio para estar a solas. Quería correr, pero no quiero seguir huyendo.
—No te estaba acosando—tuve que explicarle, podía bromear al respecto, pero no quería que creyese que conmigo también tendría problemas de privacidad—, te llamé solo para saber si querías ver unas películas en la casa, sé que los viernes tu mamá no está.
—Oh, pensé que... Te escuchaste molesto, no tenías por qué venir si no querías.
¿Qué le hace pensar que no quería venir?, si justamente la invitación era con el único propósito de pasar más tiempo con ella. Pero no era el momento de decirle esto.
—Me molesté cuando dijiste que estabas en el techo de tu casa. Pensé que teníamos un acuerdo. Me llamarías si no querías estar aquí y yo te vendría a buscar. Y te llamo y resulta ser que tú decides meterte a Bert y limpiar las chimeneas.
Mary Poppins era una de las películas favoritas de mi mamá y por ende una de las mías.
—Si yo soy Bert...—una pequeña burla se filtra en sus labios y a mi me encantó que ella entendiera la referencia.
—Yo no soy Mary, por más complejo que tú tengas de limpia chimeneas. Si no querías estar acá, ¿por qué no me llamaste?
Necesitaba saber si no confiaba en mí lo suficiente para pedirme ayuda, o si no había quedado suficientemente claro mi disposición a ayudarla.
—Ya te dije. Quería correr de mis problemas pero estoy cansada de huir
Un pequeño dolor se alojó en mi pecho: —¿Y conmigo sientes que huyes de tus problemas?
—Contigo siento que no tengo ninguno.
Mi corazón retumbó tan fuerte que temí que lo hubiese escuchado o incluso notado por encima de mi ropa. Me dolió su retumbar, como si quisiera escapar de mi caja torácica .
—¿Y eso es malo?—insistí necesitaba tener respuestas.
Pero nunca me respondió porque su padrastro nos interrumpió. Tuve que refugiarme en su cuarto mientras él le hablaba de un novio. ¿Le había dicho a su familia que yo era su novio? Odiaba cuando la esperanza me embargaba, porque la decepción era más dolorosa.

ESTÁS LEYENDO
No Juzgues La Portada. Ahora contada por ellos 1
Подростковая литератураRámses y Gabriel O'Pherer llegan a una nueva ciudad a cursar el ultimo año del instituto. Para nivelarlo en sus estudios le asignan a dos tutoras: Amelia y Marypaz. Rámses es un francés petulante, está molesto con la vida por quitarle a su mamá, tie...