No debí alegrarme tanto
El que Amelia no haya traído ropa interior solo ha empeorado las cosas para mi torturada entrepierna. Ella se dio un baño y se quedó dormida al poco rato pero yo sigo pegado a la computadora sin poder conciliar el sueño. Quizás un poco de té me ayude.
Con cuidado de no despertarla bajé a la cocina para prepararme un té, sin poder evitar recordar a mi mamá y todas las veces que nos preparaba té para que durmiéramos mejor, nunca funcionaba, nos dormíamos porque ella nos acariciaba. Encendí la estufa y puse la tetera.
—¿Me das uno a mi también?—preguntó mi hermano entrando a la cocina—Te quedan mejor a ti que a mi.
Lo que quería decir en realidad es que le recordaban más a los de mamá. Asentí y saqué otra taza. En silencio coloqué las bolsas de te, la cucharada de miel en cada uno, la hoja de menta y las dos gotas de limón, tal como ella me enseñó.
—¿Me dirás que hace Amelia aquí? O mejor dicho, cuéntame ¿cómo terminó anoche en tu cama?.
Su voz fue de reproche, pero no entendía el por qué.
—Tiene problemas en su casa—fue todo lo que atiné a decirle al respecto—.
—Entonces si terminó en tu cama...—respondió.
—No en la forma como lo estas insinuando, pero si.
—¿Qué está pasando Rámses? Solías contarme todo y de un tiempo para acá debo sacártelo con cucharita—Me estaba reprochando mi distanciamiento y la verdad es que tenía razón—. Y ayer te pones como energúmeno cuando intenté acercármele...
—No quiero que te le acerques de esa forma. No quiero que ella forme parte de tu juego. Ella no es como las demás—el agua hirvio y la vertí en las tazas; luego me senté frente a él en la mesa. El té quedó bueno, pero distaba mucho de ser como el de mamá, sin embargo Gabriel lo degustó satisfecho.
—No es tu tipo de chica, pero es igual a las otras.
—No es igual a las otras, al menos no para mí.
—Te gusta—afirmó
—Si—no tenía caso negarlo
—Pero tu a ella no—su sonrisa torcida me molestó
—Si lo hago—afirmé tomándome lo último del té
—Suenas muy confiado en que será así—su tono volvió a desagradarme; él se levantó de la mesa y retiró las tazas para lavarlas.
— Es solo cuestión de tiempo de que se de cuenta de que le gusto.
—Eso es, si nadie interviene—murmuró, pero alcancé a escucharlo.
—Gabriel—le advertí—no he sido nunca más serio con nada en mi vida como en esto: Mantente. Alejado.
Él soltó una seca carcajada, quizás mi advertencia le pareció vacía, o quizás porque dejé al descubierto mis sentimientos; no estaba seguro de nada en este momento.
Regresé a la habitación y me acosté a un lado de Amelia, permitiéndome verla dormir con tanta tranquilidad, hasta que por fin me dio sueño y terminé cayendo rendido.
Una patada en mi pierna.
Y otra
Y otra.
Me desperté, esperaba que Amelia tuviese una buena razón para molerme a golpes de esa forma. Pero ella estaba dormida, sumergida en una pesadilla intensa. La tomé por los hombros para que despertara, pero al sentir mi contacto comenzó a gritar "Para" "No". Me alejé de su lado, era obvio que mi cercanía solo empeoró las cosas, pero siguió gritando. La puerta de mi cuarto se abrió con tanta fuerza que pegó de la pared con fuerza, Gabriel con su rostro desencajado de ira, irrumpió en la habitación pero se quedó sorprendido cuando me vio parado en un extremo y a Amelia siguiendo luchando con los demonios en su sueño.
—No la toques—le advertí cuando se acercó a ella—se pone peor si lo haces.
Gabriel se paró a su lado y yo me atreví a acercarme hasta los pies de la cama, gritándole una y otra vez que despertara. El desespero de su voz me estaba volviendo loco. ¿Cómo podía protegerla en sus sueños?.
Pero entonces los gritos cesaron y ella despertó. Gabriel estando más cerca que yo se sentó a su lado y la abrazó, pero cuando ella cerró sus ojos dejándose reconfortar, salí del cuarto. Esa imagen, de ella en sus brazos, me resultó dolorosa. Bajé a la cocina por un poco de agua y regresé todo lo rápido que pude.
"Fue solo una pesadilla" dijo como si nada. Y el miedo que sentí se convirtió en rabia.
—Y una mierda... ¿Qué mierda fue eso? Comenzaste a patalear como loca en la cama, a gritar y lo más angustiante no podía despertarte. Maldición Amelia, Gabriel entró en la habitación como si yo te estuviese matando y fue cuando comenzaste a gritar «para» «no».
—Rámses...— Gabriel intentó que me calmase, pero yo no era él, no podía estar tan tranquilo después de que lo que vi.
Halé mi cabello preso de la frustración, tratando de no empeorar las cosas. Mi carácter solía ser explosivo pero con el tiempo logré calmarlo, sin embargo, desde que Amelia entró en mi vida, me estaba costando controlar mis arranques. Decidí hacer lo único que podía: darme una ducha para calmarme.
Mientras el agua caliente me calmaba traté de despejar mi mente. En este momento debía ser su apoyo, no una angustia más, si quería ayudarla debía saber que podía confiar en mi. Recordé la conversación con Gabriel en la cocina, yo sabía que le gustaba, quizás aún no estaba lista para reconocerlo, pero le gustaba y su subconsciente lo decía a gritos, solo era cuestión de darle... el incentivo adecuado.
Cerré el agua y tomé una de las toallas, no era la más grande, pero lo tomaría como una señal. La anudé a mi cintura y sin secarme salí del cuarto de baño. La encontré sentada en la cama y tuve que evitar sonreír victorioso, estaba seguro de que Gabriel intentaría hacer que durmiese en el cuarto de huéspedes, pero eso solo ocurriría sobre mi cadáver frío y putrefacto, y creo que ni así.
Me sentí visualmente ultrajado con su mirada y me gustó. Sin ningún pudor recorrió todo mi cuerpo con sus ojos abiertos cuan grandes eran. Si hubiese tenido la boca abierta, se hubiese babeado. Tuve que aguantar las ganas de reírme cuando la vi tragar grueso. Me encantaba saber que causaba en ella lo mismo que ella en mí: lujuria.
Le di la espalda porque no quería que notase lo que su mirada me estaba ocasionando, pero más pudo mi curiosidad que otra cosa, porque al girarme la vi con su labio mordido aún contemplándome y tuve que agarrarme con fuerza al borde de la cómoda para no saltarle encima y...
—¡Tienes un piercing en la tetilla!—gritó sorprendida y se colocó a cuatro patas sobre la cama. Ahora su cara quedaba muy cerca de mi cuerpo. Y esa posición... ¡Dios!.
Me apresuré a vestirme, sino me terminaría lazando encima de ella como perro cachondo, sin embargo ella no se retractó por el contrario se acercó, tan peligrosamente a mi tatuaje de la pelvis, que mi entrepierna reaccionó con violencia, animándome a tomar acciones. No me quedó de otra que reírme de la ridícula situación, ella se me insinuaba tan descaradamente y sin embargo no era consciente de lo que hacía, y yo, que me moría por ella debía controlarme.
Pero entonces lo hizo. Estando aún en cuatro sobre mi cama, cerca de mi entrepierna, me miró a los ojos y solo vinieron imágenes porno muy gráficas a mi cabeza. Sus ojos café y verde me contemplaban un tanto decepcionada por haber roto su escrutinio, sus labios humedecidos y entre abiertos me invitaban a besarla hasta que no pudiéramos respirar.
La deseo con cada fibra de mi cuerpo, la deseo tanto que me asusta.
—¿Te gusta lo que viste?—y se sonrojó haciendo empeorar mis malos pensamientos.
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No Juzgues La Portada. Ahora contada por ellos 1
Fiksi RemajaRámses y Gabriel O'Pherer llegan a una nueva ciudad a cursar el ultimo año del instituto. Para nivelarlo en sus estudios le asignan a dos tutoras: Amelia y Marypaz. Rámses es un francés petulante, está molesto con la vida por quitarle a su mamá, tie...