Capítulo 1✔

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POV. Sabannah

Ahí estaba yo, en la puerta de mi casa, con mis maletas en las manos y unos padres furiosos mirándome con desaprobación. Puse los ojos en blanco.

- ¿No creéis que estáis exagerando?- les pregunté por cuarta vez en el día.

Mi padre soltó un bufido sarcástico. Luego se preguntaban de quién había sacado "semejante gesto vulgar".

- ¿Crees que es una medida desmesurada que te enviemos a la universidad de San Francisco a vivir con tu tía millonaria por haber roto los cristales del escaparate de una tienda, porque te hayan denunciado por escándalo público, porque hayas estado dos veces en comisaría...?

- En realidad fueron tres.- lo interrumpí levantando el dedo índice.

Mi madre se hizo un facepalm, sorprendiéndonos a todos.

- Eso Sabannah, tú arréglalo más, hija.

- ¿Pero no veis que mi vida está aquí? Que aquí están mis amigos, mi novio...

- El de esta semana...- masculló mi padre con burla. Lo fulminé con la mirada y él a mi. Mi madre, como siempre, intervino para que no estallase la tercera guerra mundial.

- Bueno, hija, es lo único que nos queda por hacer. Lo hemos intentado todo y sigues en tus trece así que ahora asume las consecuencias.- dijo ella con dureza. Genial, cuando mamá osa se pone de parte de papá oso es imposible llevarles la contraria sin salir perjudicado.

- Pues bien que Nathaniel no asume las consecuencias...- mascullé con fastidio.

Mi hermano tenía veinte años, dos más que yo, y se pasaba el día encerrado en su cuarto, deprimido, desde que su mejor amigo había muerto en un accidente.

Sé que es duro, porque mi mejor amigo también había muerto en aquel accidente, pero es mejor intentar salir adelante y volver a levantarse que quedarse en el suelo esperando a que un camión te pase por encima y te remate, que es lo que mi hermano estaba haciendo. La mirada de mis padres se volvió de piedra.

- Súbete al taxi ahora mismo.- dijo papá oso en tono amenazador. Miré a mamá osa en busca de apoyo pero sus preciosos ojos grises se habían vuelto de acero puro. Fruncí el ceño y me sentí dolida.

- ¡¡Claro, Nathaniel puede estar todo el puto día encerrado en su cuarto, deprimido en sus mierdas, y yo tengo que joderme y abandonar mi vida aquí para mudarme con una señora a la que he visto una puta vez en mi vida!! Pues vale, ¡¡iros todos a la mierda de una jodida vez, que yo estaré lejos cuando lo hagáis!!- grité dando cuerda a toda mi rabia acumulada. Cogí mis maletas con brusquedad, las metí en el maletero del taxi, ignoré los gritos de mis señores padres y me subí en el asiento del copiloto.

- A San Francisco, por favor.- dije sin mirar a nada en concreto. El hombre, algo incómodo por mi expresión adusta, se limitó a asentir en silencio y conducir a la máxima velocidad permitida por la ley.

Me pasé el viaje de dos horas mirando y observando los diversos paisajes que iban apareciendo por mi lado de la ventanilla. Cerré los ojos durante unos instantes para echar una cabezadita y me desperté justo cuando pasábamos un cartel que citaba: Ha llegado usted a San Francisco.

Me estiré en mi asiento como un gato desperezándose y al hacer aquel simple gesto se levantó mi corta camiseta, dejando a la vista mi piercing de luna en el ombligo. El conductor del taxi desvió su vista descaradamente hacia esa parte de mi cuerpo y yo lo miré con reproche.

- ¿No le esperan su esposa y sus hijos en casa?- le pregunté en tono mordaz.

El hombre, azorado, fijó la vista en la carretera y se sonrojó. Bufé con incredulidad y miré el contador del dinero que le iba a deber. 60$. Abrí mis ojos como platos y rebusqué en mi cartera todo el dinero que tenía. 60$ justos. Esbocé mi mejor sonrisa angelical y miré con fingida inocencia al hombre que conducía.

- Emmms... Tan solo tengo 60$...

El hombre frenó en seco y miró el contador, el cual ya marcaba 63'50$. Cogió los sesenta euros que le tendía, me echó del taxi y puso en marcha el motor.

- ¡Hey! ¡¡Mis maletas!!- le grité indignada. El hombre se bajó con un portazo, abrió el maletero, me tiró las maletas a los pies, se volvió a subir al coche y arrancó a toda velocidad hacia el centro de la ciudad mientras yo me quedaba en medio de la autopista con tres pesadas maletas a mis pies. Cojonudo. Cogí mis maletas con rabia, y mientras mascullaba insultos y maldiciones por lo bajo, comencé a andar con los pies embutidos en mis vans favoritas en dirección a la mansión de mi tía Meredith.

¡Playgirl a la vista!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora