30 - Inconsciencia.

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Tres días.

Esos eran los días que Aegon llevaba inconsciente en cama, sin dar ninguna señal de recuperarse. No tenía otra herida más que la de la cabeza por el golpe que Aemond le había dado en la arena.

- No puedo aseguraros que sobreviva, princesa - me dijo el maestre cuando le pregunté .

Yo estaba al lado de él, tomándole de su mano inerte pues no hacía ningún gesto, era como si estuviese en un sueño que no terminaba nunca.

Al otro lado de la cama Alicent no dejaba de llorar, aunque cada día lo hacía menos y más en silencio, supongo que día tras día se iba haciendo a la idea.

Idea que para mí era inconcebible.

No podía dejarme, no ahora. No cuando había aceptado casarme con él. No cuando nos habíamos dicho tanto, no cuando él me había dicho tanto. No ahora que lo había conocido y había descubierto tanto de él.

No ahora que sabía que lo quería.

- Él respira - dije con los ojos envueltos en lagrimas - y mientras lo haga, es que hay esperanzas.

- Princesa, lleva tres días sin despertar... las posibilidades son remotas por cada día que pasa sin abrir los ojos.

Alicent salió de la habitación llorando, no la culpaba, yo también lo hubiese hecho de no ser porque no quería perder ni un sólo segundo sin soltar su mano.

El maestre salió dejándome sola con él. Aproveché aquel rato a solas para llorar sin remordimiento, apoyando mi frente en su pecho que se levantaba levemente con su respiración.

- Despierta Aegon... - supliqué entre sollozos - por los Siete; tienes que despertar.

Escuché cómo la puerta se abrió y como entro una leve línea de luz que volvió a desaparecer al cerrarse de nuevo. No me giré, simplemente espere a que quien fuera quien había entrado se presentara.

- Yo... no quería esto - dijo Aemond a mi lado - te lo juro Daemyra, me tienes que creer.

Levanté poco a poco la cabeza hasta llegar a él. No me preocupé en esconder las lágrimas que brotaban libremente por mis ojos; manchándome las mejillas.

- Me es difícil creerte.

- Juro por los Siete que nunca pensé en que esto acabara así.

Puso su mano en mi hombro pero la quité de un manotazo, levantándome y encarándome a él.

- ¿Eres consciente de que has matado a tu hermano? Eres un matasangre - dije furiosa.

- ¡Yo no quería joder! - gritó en mi rostro.

- ¡Pero es lo que has hecho!

- Si no hubieses aceptado su petición, si me hubieses dado una miserable oportunidad esto... esto no hubiese pasado.

Lo miré dudando, ¿Aegon se lo había dicho?

- Os escuché... antes de que te follara en la Sala del consejo - me dijo leyéndome los pensamientos - sé que le dijiste que sí.

- Y también dijo que seguiríamos estando los tres juntos como hasta ahora - susurré.

- Lo sé, pero yo... yo te quiero para mí - quiso poner sus manos en mi rostro pero yo se las quité - me pudo los celos...

Miré a Aegon que seguía en la cama, sin dar señales como si siguiese durmiendo profundamente y volví mi vista a Aemond.

- Por celos... - susurré - ¿por celos, o porque no soportas perder, Aemond?

Él resopló fuertemente y tras acomodarse el parche y  peinarse, volvió a mirarme.

- ¿Puedo hacerte una pregunta? - su tono de voz era serio.

- Por supuesto - respondí, volviendo a sentarme y tomando de nuevo la mano de Aegon con la mía.

- Si Aegon no hubiese pedido tu mano antes que yo, y todavía tuvieses que seguir eligiendo a uno de nosotros... ¿Seguiría siendo él?

Me quedé pensando unos minutos.

Pensé inevitablemente en aquella noche en el entierro de Laena, cuando lo descubrí borracho y lo llevé a su habitación y no pude dejarlo así en la cama. Quizás allí, en ese momento, ya sentía algo por él solo que todavía no lo sabía; sino ¿por qué lo hice? ¿Por qué me tomé la paciencia y la molestia de prepararle aquella bañera helada, para que nadie lo descubriera en ese estado?

Nunca lo había pensado de ese modo, pero quizás aquello no fuera casualidad, sino algo que simplemente tenía que ocurrir.

- Lo amo, Aemond - y fue la primera vez que lo dije en alto.

La primera vez que lo decía con sus letras, con su significado. Nada de "me gusta" o "atracción". No, aquello era amor. Amor en toda su extensión, en todo lo que abarca y significa la palabra.

Aemond me miró serio y supe que aquello no era lo que quería ni esperaba escuchar.

- Aemond, no voy a mentirte. Me gustas, de hecho... me gustas muchísimo. La atracción que siento por ti es increíble y no te miento cuando te digo que si me casara con Aegon, sería lo suficientemente egoísta para no querer renunciar a ti. Pero a él...

- A él lo quieres - dijo él - y siempre ha sido así.

Tomó de mi mejilla una lágrima que nuevamente recorría mi rostro, haciéndome cerrar los ojos sintiendo su contacto.

- Si él no... - comenzó a decir Aemond.

- No lo digas, por favor - sollocé.

- Si él no sobrevive, quiero que te cases conmigo - siguió igualmente.

Me levantó, haciéndome soltar el agarre que tenía con la mano de Aegon, para darme un abrazo y dejarme llorando en su pecho.

Seguimos así abrazados hasta que escuchamos un leve suspiro, seguido de una tos.

Nos giramos y vimos a Aegon, el cuál estaba intentando levantarse y nos miraba extrañado, sobretodo a mí.

Di un empujón a Aemond, soltándome de su agarre y tirándome a los brazos de su hermano, aunque este no me devolviera el abrazo. ¿Qué le pasaba?

- Llamaré al maestre - dijo Aemond mientras salía corriendo por el pasillo.

Volví mi vista a él, el cual me miraba con los ojos entrecerrados. Quise entrelazar nuestras manos, pero él deshizo el contacto, como si le quemara.

- Perdona pero... ¿quién eres?

El poder del fuego |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora