19 - Todo queda en familia

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Los tres estábamos mirando al techo; de pronto ya no había jadeos ni gemidos, ya no había ruido. La habitación estaba sumida en completo silencio 

Aegon fue el primero en colocarse de lado y mirarme con su brazo apoyando su cabeza, como si aquello fuese lo más normal del mundo. Tras él, Aemond le siguió, mirándome también y yo estaba que sencillamente no era capaz de mirar a ninguno de los dos. Me moría de la vergüenza. 

- ¿Estás bien? - preguntó Aegon.

- Ajam - dije mirando al techo.

- No lo pareciera - intervino Aemond.

- Yo debería ir vistiéndome - me incorporé mirando hacia delante evitando rozar miradas e intenté ponerme de pie cuando Aegon tiró de mi brazo haciéndome caer de nuevo en la cama. 

- ¿Danny? ¿Hemos hecho algo que te ha molestado? 

Ambos se miraban muy serios intentando descifrarme, pero cómo lo podrían hacer si ni yo misma me entendía. 

- Daemyra, ¿puedes hacer el favor de hablar? - volvió a insistir el menor de los hermanos.

- ¡Es que no sé cómo se nos ha ocurrido hacer esto, por los Siete! - acabé diciendo exasperada - De todas las locuras y cagadas que he hecho en mi vida, esta es sin duda la mayor de todas... - susurré.

- ¿Qué problema hay? - preguntó Aegon - ¿acaso no te ha gustado?

- Lo creas o no, sobrina - intervino el menor - esto es más normal de lo que piensas. 

- Quizás normal no es la mejor palabra hermano, pero entiendo lo que has querido decir - intervino Aegon.

- Por favor, ¿podéis simplemente callar? ¡Me muero de la vergüenza!

¿Me había gustado aquello? Absolutamente, pero no dejaba de ser una maldita locura haber tenido sexo con ambos hermanos... a la vez. Aquello sólo hacía complicarlo todo mucho más, sobre todo mis sentimientos que ahora estaban entremezclados. ¿Cómo elegiría ahora entre uno de ellos, cuando me gustaban los dos? 

Se sentaron frente a mí para mirarme a la vez que yo también me sentaba.

- Daemyra, no hay nada de malo en tener sexo - dijo Aegon - además, si tienes que elegir entre uno de nosotros, ¿qué mejor que probarnos a los dos a la vez? 

Aemond puso sus ojos en blanco tras la ocurrencia de su hermano y a mí se me escapó una sonrisa que ablandó un poco la situación y menguó la vergüenza. Empezaba a acostumbrarme a que me vieran desnuda sin necesidad de taparme al igual que yo empezaba a acostumbrarme a verlos totalmente desnudos y con toda naturalidad; por otro lado, esos cuerpo deberían ir siempre así, por todos los dioses... Qué desperdicio que siempre estuvieran tapados entre tantas capas de ropa. 

- ¿Y ahora... qué? - pregunté y de verdad era algo que me inquietaba - ¿hacemos como que no ha pasado nada? 

- Nadie tiene por qué saber lo que ha pasado hoy aquí - dijo Aegon. 

- Pero llegará el día del nombre de Aemond... y tendré que decidir con quién me casaré... - aquello era algo que me quitaba el sueño cada noche, no podía evitarlo.

- Tenemos cinco meses - dijo el mayor - cuando llegue el momento eliges y listo; Aemond seguro que lo entenderá - me guiñó un ojo haciéndome reír y provocando un "hmm" de su hermano que no le había hecho tanta gracia su broma.

Tras aquella noche, muchas más se repitieron; aunque no siempre estábamos los tres y con cada noche que pasábamos sentía que... podía llegar a acostumbrarme a aquello. Pero luego siempre acababa pensando que aquello era una maldita locura, ¿cómo iba a estar con los dos a la vez? 

Si era sincera conmigo, cada día que pasaba con ellos, más loca me volvía. 

Por un lado, Aegon me encantaba. Pero lo hacía a niveles que pensaba que nunca jamás llegaría, sobre todo de él, que tenía el poder sacarme de quicio y hacer que lo odie u lo ame en cuestión de segundos. Pero es que cada día que pasaba con él, era sentir un poco más aquellas cosquillas en el estómago cuando me rozaba, cuando me miraba y sonreía, cuando pretendía hacer que me ignoraba frente a todos pero me tocaba casualmente... Cuando estaba sola, pensaba en él y cuando estaba con él... simplemente me sentía en las nubes. 

Pero también estaba Aemond. No había conocido a hombre más sexy e intimidante en mi vida; aunque tampoco es que hubiera conocido a muchos. Me embelesaba su manera de andar, de hablarme detenidamente, cómo me miraba, la forma de apretar sus labios cuando quería evitar una sonrisa. Me volvían loca los hoyuelos que le salían en la cara, su olor o que fuese tan ordenado y estricto consigo mismo. Aemond no se permitía fallar en ninguna de sus facetas y aquello simplemente me fascinaba. Me encantaba la firmeza con la que me hablaba en el sexo, Aemond no te pide que le hagas nada, te lo ordena... y yo simplemente no puedo negarme.

*

Madre saldría pronto de cuentas, cuando llegamos a Desembarco hacía ya cuatro meses - quedaba un mes para el día del nombre de Aemond - ella estaba saliendo del primer trimestre del embarazo, así que ahora estaba cercana a término y Daemon quería conseguir un huevo de dragón para su primer hijo con mi madre. 

Me pidió que lo acompañase y así pasar tiempo juntos, aunque la verdad era que raro era el día que no lo estábamos y empezaba a acostumbrarme a su presencia; incluso la disfrutaba. 

 - ¿Has pensado en un nombre para el bebé? - pregunté mientras íbamos descendiendo por el volcán de Montedragón donde Syrax, el dragón de mi madre, había anidado.

- Todavía no... Soy pésimo para los nombres, de hecho, Laena fue quien decidió los nombres de las mellizas - me confesó. 

- Podríais llamarlo Aegon - propuse.

- Es el nombre de un conquistador - afirmó - me gusta.

- Fue él quien tuvo dos esposas, ¿cierto? 

- Así es, y el que le dio la gloria a los Targaryen - dijo con solemnidad mientras continuábamos buscando la nidada de Syrax.

Continuamos por los caminos sinuosos del volcán hasta que al fin los encontramos. Syrax no había anidado un sólo dragón, sino tres, y aquel descubrimiento puso muy contento a Daemon; y para qué mentir, a mí también. ¡Tendríamos futuros dragones si estos eclosionaban!

Mientras volvíamos camino al exterior, sentí que sería un buen momento para tener más acercamiento con... mi padre. 

- ¿Nunca supiste que madre me había tenido hasta que os visteis en el entierro de tu mujer?

Daemon me miró por un momento extrañado, era una pregunta que no esperaba; y ni siquiera yo esperaba hacérsela.

- Mi hermano me había exiliado, Daemyra. Le pedí la mano de tu madre y me la negó... No voy a decirte cómo fue que te hicimos porque creo que puedes imaginártelo - puse mis ojos en blanco, lo último que necesitaba era imaginar a mis padres haciendo el acto - pero mi hermano había prometido a tu madre y a mí no me dejaba que me acercara a ella. Pero Laenor le mandaba cuervos a Laena todas las semanas... yo ya me había casado con ella por entonces cuando nos llegó aquel cuervo. Dijo que eras suya, obviamente... y hubo un tiempo en que lo creí... 

- ¿Pero? - pregunté.

- Pero te llamas como yo - dijo riendo - y eras la única con el pelo platinado Targaryen... Era una pista muy clara.

Hasta entonces no me había percatado de ello... y era cierto. 

- Y luego os reencontrasteis - era más una afirmación que una pregunta.

- Así es... y supe que no podía dejarla escapar de nuevo. 

Llegamos a Desembarco y entonces todo estaba sumido en caos. Los maestren corrían de un lado para el otro, las doncellas iban y venían con paños y toallas... Jace y Luke nos miraban asustados; sobre todo Luke. ¿Pero qué había pasado?

- ¡Mi príncipe! - llegó el maestre corriendo - ¡es la princesa!

Daemon y yo nos miramos preocupados, ¿qué le ocurría a madre? 

- ¿Qué le pasa a mi esposa? 

- Se ha puesto de parto, mi príncipe.


El poder del fuego |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora