59 - La profecía

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Tenía que decirle adiós, pero no estaba preparado para ello. 

Había guardado la esperanza hasta el último momento de quedar embarazada, además en esta última luna se había retrasado varios días por primera vez y de verdad pensaba que lo habían conseguido, pero su manchado, aunque breve, apareció como siempre aquella mañana. 

El silencio en la habitación hacía pitar sus oídos. 

Ninguno de ellos hablaba, ni siquiera yo, que siempre buscaba encontrar romper el hielo de alguna manera con mis tontas ocurrencias. Ella estaba en el marco de la ventana sin dejar de llorar en silencio y yo sentía mi alma romperse en mil pedazos. Y no iba a mentirme, yo quería que ella me eligiese a mí y por primera vez en mi vida, me daban exactamente igual los sentimientos de mi hermano. Pero no podía pedirle a ella que me eligiera, tenía que esperar paciente a que ella lo hiciera, sin más. 

¿Y si no lo hacía? 

Dioses, no podría vivir sin ella. No ahora que sabía lo que era tener una vida plena y feliz, una vida compartida con una mujer que te quiere por encima de lo que seas o de lo que siempre has creído que eres. Una vida con una persona que me alentaba a ser mejor cada día, que me llenaba de sentimientos que jamás antes había experimentado. 

No podía vivir sin ella ahora que por fin, después de tantos meses, me había dicho que me quería como aquel día. Todavía rememoro su voz con esas dos simples palabras, pero que significan tanto. 

El miedo y la inquietud de perderla se acrecentaba con cada minuto que pasábamos en aquella habitación mi hermano Aemond y yo. ¿Y si en este tiempo, se dio cuenta de que prefiere a mi hermano antes que a mí? ¿Y si lo nuestro se rompió inevitablemente durante los meses que no la recordaba? Un pellizco en mi estómago se iba formando con cada minuto que pasaba, subiendo hasta mi garganta y dejándome cada vez menos espacio para poder respirar. 

- Podemos ocultarlo - dijo Aemond entre susurros.

- Mis damas ya han debido de contárselo a la reina - dijo ella entre sollozos - es el fin. 

Un largo suspiro salió de entre mis labios. Estaba haciendo una tarea titánica para no arrodillarme en aquel mismo instante y suplicarle que no me dejara. Porque si ella me dejaba, yo no iba a soportarlo. 

- Aegon, ¿nos dejas un momento? - me pidió mi esposa y lo supe; era el fin. 

Me dirigí hacia ella en un gesto desesperado de retener mis últimos minutos a su lado y la besé intentando parar el tiempo en aquel gesto, intentando capturar en mi memoria y en mi piel el sabor de sus labios, la suavidad de su piel y la dulzura de su beso. Mojó mis mejillas con sus lágrimas o quizás eran las mías, no estaba seguro del todo. Tomé su rostro por última vez entre mis manos y recé a los dioses, a un sabiendo que sería imposible, quedarme a vivir por siempre en un instante; ese instante. 

- Te quiero tanto - le susurré juntando nuestras frentes - que te juro que me voy a morir sin ti. 

- Sal Aegon, por favor - volvió a pedirme. 

Volví a besarla e hice lo que me pidió, sintiendo que mi corazón se había quedado entre las sábanas de aquella cama para siempre. Salí de allí en busca de la habitación de mi padre y por un segundo, y miserable segundo, deseé que muriera. Porque todo esto era su culpa.

Su culpa por ser antes rey que padre. Culpable de no haberle dejado ser feliz ni ahora ni nunca imponiendo siempre las normas que él consideraba correctas, sin pararse a pensar si quiera en sus hijos. Culpable por haber impuesto a Danny el maldito matrimonio haciéndole elegir entre su hermano y él, porque maldita sea, sabía que ganaría su hermano. Porque Aemond siempre era el elegido de todos. 

Cuando entró, todo estaba sumido en silencio y oscuridad. Su madre, seguramente aún no había despertado o llegado del desayuno, por lo que el rey aún dormía en su cama. Se acercó a sus pies para observarlo. Estaba demacrado; su piel parecía resquebrajarse, su rostro casi estaba consumido entre los huesos de la cara además de tener la mitad de ella vendada. Su mano, pues le habían amputado el otro brazo, descansaba sobre su abdomen que subía y bajaba lentamente. Y al verlo allí, Aegon lloró. 

Lloró como aquel niño que nunca consolaban cuando aguantaba las reprimendas de su madre aun cuando no había sido culpable de la fechoría que la había hecho enojar. Lloró como tantas veces en la soledad de su cuarto, después de que su padre le hubiera dicho que era una vergüenza. Lloró porque había conocido a la única persona que había visto algo de luz y de bien en él y por su culpa, la iba a perder. 

- Te odio tanto, papá - susurró aunque decir aquellas palabras no le dio la paz que buscaba. 

- Aegon... - susurró Viserys haciendo que a él se le helase la sangre. 

- Papá - se acercó y tomó su mano que estaba fría como témpano de hielo. 

A pesar de odiarlo por todo, era su padre, y moría lentamente cada día un poco más. 

- Aegon hijo mío - susurró sin abrir el ojo que no tenía vendado. 

- Eres el culpable de mi infelicidad - le dijo permitiéndose por fin, llorar y que las lágrimas naciesen libremente - todo esto es culpa tuya.

- ¿Qué ha pasado, Aegon? - se notaba que realmente hacía un esfuerzo por hablar.

- Danny no ha quedado embarazada... Va a dejarme.

- ¿Te lo ha dicho?  

- Simplemente lo sé. Va a quedarse con Aemond, todo el mundo lo prefiere a él. Yo no soy más que un borracho. 

Viserys comenzó a toser y suplicó por que le acercase uno de sus tés. Tuvo que incorporarlo no sin esfuerzo para que su padre pudiera beber y seguir hablando unos minutos más con él.

- Danny ha visto en ti lo que nadie más - dijo tras beber un largo trago - ella será tu reina. 

- Podría haber sido nuestra si no te hubieses interpuesto - no pudo evitar el reproche aun sabiendo que aquella conversación no se daba en la mejor de las circunstancias. 

- Rhaenyra necesita el pueblo unido para reinar - volvió a beber y a jadear del esfuerzo - ustedes lo necesitaréis para cumplir con lo que está escrito. Con vosotros, todo cambiará Aegon.

- ¿Qué... qué estás diciendo? - seguramente su padre estuviera desvariando debido a los tés de leche de amapola, porque sus palabras eran carentes de todo sentido.

- Rhaenyra será la última reina de una rueda rota y manida - tosió y de nuevo Aegon tuvo que ayudarle a incorporarse para dejarlo tumbado de nuevo - con vosotros nacerá la nueva era de Targaryen. Confío en que sabréis hacerlo bien. 

¿Pero de qué era hablaba? ¿Qué rueda?

- Mi príncipe - intervino uno de los maestres mientras encendía velas y abría cortinas - por favor, deje descansar al rey; su hermana la reina lo está esperando en la Sala del Trono. 

Salió de aquella habitación con las emociones a flor de piel y la sensación de que decía adiós para siempre a su padre.

El poder del fuego |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora