84 - La boda

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Estaba sentada a los pies de mi cama mirando por la ventana. En Desembarco todo parecía igual al día anterior y seguramente lo sería al día siguiente, pero yo no lo sentía así. Había mandado ejecutar por primera vez.
Había ido a Pozo Dragón, había puesto a aquellas mujeres frente a mi dragón y había dado la orden.
Había escuchado sus súplicas y sus lamentos pero los había obviado.
Y ahora, nada.
Nada había cambiado.

¿Por qué se sentía así?

Había hecho justicia, había matado a las asesinas de su madre y había liberado a su hermano de un matrimonio infiel y falso. Pero no se sentía mejor. Ni una pizca diferente.

- ¿Estás bien? - la voz de Aemond llenó el silencio que asolaba la habitación.

Le había echado de menos pero por el simple hecho de que Aemond era alguien fundamental en su vida. Pero algo había cambiado en ella. Llevaba días pensándolo pero... ahora lo sabía.
Realmente lo supo después de su reconciliación con Aegon.
Ese día comprendió que podría perderlo todo, menos a él y a su familia. Mataría por ellos sin dudarlo.

- Sé que la primera vez que ajusticias puede ser... impactante.

Se acercó poco a poco a mi lado y puso su mano en mi hombro. Levanté mi mano en busca de la suya y entrelacé nuestros dedos aun sin levantar mi vista de la ventana.

- No estoy impactada - susurré - pero pensé que esto me traería...

- ¿Paz? - terminó la frase por mí.

- Si - ladeé mi cabeza y ahora si lo miré.

Estaba tan guapo como de costumbre aunque las ojeras se le marcaban amoratadas bajo la cuenca de sus ojos. Seguro que no durmió demasiado en estas semanas. Y seguramente aquel hombre que hoy trajo como testigo habría sufrido las muchas e innumerables técnicas que Aemond tenía para hacer hablar a la gente; pero obvió la pregunta. Realmente no le interesaba en absoluto como había descubierto la verdad.
Aemond se quitó su parche dejándolo en la mesita auxiliar cercana a mi lado de la cama y se sentó, parecía cansado.

- La venganza nunca trae paz, Daemyra - susurró con su ojo cerrado - es algo que aprenderás con el tiempo.

- No fue venganza, fue justicia.

- Puedes llamarlo como quieras, pero el término es idéntico en ambos casos - ahora si me dedicó una mirada seria.

Apretaba sus labios y me miraba como si quisiera leer mi alma. Mordí mi carrillo interno, tenía unas inmensas ganas de llorar pero no sabía por qué. Ni siquiera me daban pena esas dos almas que se habían perdido entre el fuego de hecho era fiel creyente de que había hecho lo correcto; por mi madre y por todos en aquella corte.

- Te he echado de menos - susurró y puso su mano en la mía de nuevo, buscando entrelazar nuestros dedos.

- Y yo - murmuré.

- Sé que no me perdonas que no te dijera nada sobre la amenaza de Alys pero...

- Claro que te he perdonado.

Y era cierto.
No lo odiaba, de hecho no podría hacerlo nunca. Él había sido un gran amor; el amor intenso y pasional que siempre soñó. Aquel de los libros que tenían prohibidos leer las damas de alta cuna y moral intachable. Él era su segundo gran amor.
El primero siempre fue y sería Aegon.

- ¿Y por qué siento que no lo has hecho? - susurró colocándose ahora frente a mí, de rodillas, a escasos centímetros de mi boca.

Cerré los ojos y suspiré.
Debíamos dejarnos ir y no sabía cómo hacerlo.

- Aemond en estos días yo... - me temblaba la voz - te quiero muchísimo Aemond y he pensado mucho en ti. Y te he echado de menos.

- Pero ya estoy aquí - quiso besarme pero aparté levemente mi cara de manera que su beso muriese en mi mejilla.

El poder del fuego |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora