48 - La salud de Viserys (I)

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Dejamos nuestros a nuestros dragones en Pozodragón y en cuestión de minutos acabamos llegando al castillo. Por supuesto, nos estaban esperando.

Llegué sujeta a cada brazo de mis esposos y así nos presentamos ante el trono en el que estaba sentado y esperándonos el rey, escoltado como siempre a un lado por su esposa Alicent y al otro por mi madre. Al lado de mi madre, a su vez, estaba Daemon el cual nos miraba... ¿divertido?

Al fondo estaba además mi hermano Luke junto a... ¿Daeron? ¿Qué hacía mi tío Daeron aquí?

- ¡¿QUE HABÉIS HECHO QUÉ?! - los gritos del rey retumbaban por todo el salón del trono.

La sonrisa de mi padre desapareció en el momento en el que explicamos que nos habíamos casado - los tres - y mi madre ni siquiera era capaz de mirarme. No iba a dejar amilanarme ni echarme atrás en mi decisión. Alicent por su parte lloraba y en un momento de nervios incluso, vino directa a nosotros, dispuesta a abofetearme.

Aegon al verla, dio rápidamente un paso adelante y levantó su mano para pararla ejerciendo presión sobre ella

- Ni se te ocurra tocar a mi esposa, madre - le advirtió - o es lo último que haces.

- Insensatos, inmorales... ¡Degenerados! - gritó Alicent provocando que al fondo, Daeron ocultara su risa tras la mano que había colocado en su boca y que Luke le diera a este un leve toque con el codo.

- Grita todo lo que quieras, madre - intervino ahora Aemond - pero nos hemos casado y el Septo lo ha aceptado.

- Pero el rey no lo acepta - intervino ahora Viserys - ¡NO LO ACEPTO! - gritó exaltado.

- El matrimonio se ha consumado - dije alzando mi mentón.

- ¡EL MATRIMONIO ES COSA DE DOS! - volvió a gritar Alicent.

Mis padres seguían en silencio; empezaba a preocuparme.

- ¿Y eso quién lo determina? - volví a intervenir, ganándome una mirada feroz de Alicent y otra no menos amistosa de mi madre.

- Los Siete lo determinan - dijo la reina - ¿acaso se te ha olvidado tu fe?

- Y yo sin embargo profeso mi fe en los dioses valyrios, los cuales, si que lo contemplan.

Un grito ahogado de Alicent salió de su garganta.
Aegon entrelazó sus dedos entre los míos mientras Aemond besaba la palma de la mano que tenía entrelazada con él.

- Aegon, Aemond... ustedes dos cualquier día... vais a matarme... - decía un Viserys que comenzaba a ahogarse ante nuestra mirada - vais.. a ...

Y entonces Viserys, se desplomó.

- ¡Guardias! - gritó mi madre - Llévense al rey a sus aposentos; ¡ahora!

Viserys se desmayó desde su asiento en el trono, provocando los gritos de Alicent y que mi padre abandonara su puesto al lado de mi madre para colocarse con él, ayudando a los guardias que lo llevaban a la alcoba real.

- Esto no se queda aquí - me avisó mi madre antes de salir de allí junto a Alicent y dejándonos solos con Luke y Daeron.

- Tío Daeron, cuánto tiempo - saludé.

- Igualmente sobrina - respondió regalándome una sonrisa.

- Hermano, ¿qué te trae por aquí? - preguntó Aemond tras darle una abrazo y volver a mi lado.

- Vuestras aventuras, sin duda - rió al vernos tomados de las manos - he de decir que de todas las cosas que hubiese esperado de vosotros dos, jamás imaginé esto; mis cumplidos.

Aegon también abrazó con cariño a su hermano antes de volver conmigo. Pero hubo algo que me llamó la atención o quizás eran imaginaciones mías... pillé varias veces a Luke mirando de soslayo a Daeron.

Intenté no darle demasiada importancia; al fin y al cabo ellos no llegaron a coincidir tanto pues nuestro tío voló siendo casi un bebé a Antigua y pocas han sido sus visitas a Desembarco. Quizás era normal su intriga para con él.

- Luke, ¿y Jace? - al no verlo allí, llevaba rato extrañada por su ausencia.

- No tengo idea, Danny; salió en la mañana y no volví a verlo.

.

Jacaerys se consideraba un caballero.

Pero era de los que pensaban que no había que serlo necesariamente durante las veinticuatro horas del día. Había momentos en los que era divertido dejar de serlo; como precisamente justo en ese.

Colocó la cabeza de la joven contra el colchón mientras tiraba de su pelo platinado. Algunos rizos caían libremente por la almohada sin que pudiera hacer nada, algo que le era indiferente en ese momento. La embestía desde atrás y tener la imagen de su precioso culo plenamente para él, era sin lugar a dudas, una maldita maravilla.

Jamás pensó cuando llegó a Desembarco para que su hermana se desposara con uno de sus tíos, él acabaría en la cama de ella, pero después de que les impusieran su próximo matrimonio, decidieron empezar a entablar una amistad, al menos, para conocerse mejor.
Primero fueron encuentros para pasear, conocer sus gustos, volar juntos... Siempre encuentros casuales que nunca terminaban en ningún fin románico, pero, sin darse cuenta, allí estaba, follándola contra el cabecero de la cama, mientras Helaena ahogaba sus gemidos en la almohada para no ser escuchada.

- Jace, así.... - le pedía y los siete sabían que haría todo lo que ella le pidiese.

Jace palmeó una de las nalgas de su tía, a la vez que seguía empujándola fuerte, provocando más gemidos de ella que podía jurar sentirlos justo en esa parte de su anatomía que tanto esfuerzo estaba haciendo.

A pesar de que nunca antes se había fijado en ella, desde que supo que sería su esposa, comenzó a verla con otros ojos. Al principio pensó que fue debido a la sugestión de los nervios; al fin y al cabo se casarían y no tendrían opción. Luego comprendió que... joder que era bonita. Muy bonita. Preciosa.

Que siempre sonreía tímida, pero que cuando lo hacía, no había atisbo de falsedad en ella. Que se ruborizaba si el sol le daba demasiado y que algunas pecas nacían nuevas tras esos rayos. Un día, mientras la veía coser, no pudo no mirar sus pechos; con el vestido que ella llevaba, imaginó que tendrían el tamaño perfecto para sus manos - y que hoy comprobó lo perfectos que eran -

Y sus labios. Llevaba días queriendo probarlos.

Por eso cuando hoy, al ir a verla como siempre en la mañana para desayunar juntos y que una Helaena aún a medio vestir lo recibiese, no pudo contenerse más y simplemente la besó.

Y se odió en los primeros segundos por no besarla como un caballero, porque fue más parecido a una bestia. Pero no pudo evitarlo. Pero ella, lejos de ofenderse, no sólo cerró la puerta con pestillo para no ser molestados, sino que le respondió al beso entre pequeños mordiscos y gemidos muy leves; algo que sin duda, desató a un Jacaerys que ya estaba fuera de control.

- Más fuerte, Jace - le ordenaba.

Estaba a sus órdenes. Era su maldito siervo. Su esclavo.

- ¿Más? - dijo entre jadeos con algunos mechones pegados en su frente debido al sudor - Joder, claro que te doy más fuerte. Agárrate - la avisó.

Él soltó el pelo de su tía para poner ambas manos en las caderas de ellas, y comenzar a darle embestidas secas y certeras, una tras otra sin descanso. El sonido de sus cuerpos chocando y el de los jadeos de ambos eran lo único que se escuchaba en aquella habitación, algo que sólo conseguía calentarlo más. Escuchar su nombre en los labios de ella se había vuelto en su nueva necesidad.

Cuando terminaron extasiados, cayendo ambos en la cama la cual se había separado varios centímetros de su lugar original, él abrió sus brazos para que ella apoyase la cabeza sobre él.
Podría jurar que si se quedaban en silencio, se escucharían el loco retumbar de los latidos del chico.

Por supuesto, él hubiese estado dispuesto a un segundo asalto, si no se hubiesen escuchado los gritos por el pasillo de Alicent.

Algo le había ocurrido al rey.

El poder del fuego |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora