32 - Un nuevo Aegon

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Estaba empezando a desquiciarme con la nueva situación, así que había ido al patio a entrenar con mi padre.

Aegon seguía aturdido e irascible. Había cosas que simplemente no entendía; como por ejemplo que a su hermano le faltase un ojo y que no reconociera a la persona que lo hizo en su momento. Se ponía nervioso si le hablaban de recuerdos.

Con todo y eso, los maestres le recomendaron empezar vida normal; cuanto antes normalizara la situación, antes lo haría su cabeza y puede que también su memoria.

- Estás distraída - afirmó mi padre - y no hemos venido aquí a eso.

- Lo sé - refunfuñé.

- Vamos, espalda recta y brazo en alto.

Seguí con mi entrenamiento, pero entonces vi a ambos hermanos salir por el gran portón de la Fortaleza, y nuevamente mi concentración se esfumó. Caí al suelo estrepitosamente bajo la mirada de ambos, solo que Aegon dio una sonora carcajada.

- ¿De qué te ríes, imbécil? - me había enfadado su actitud en los últimos días.

- Vaya, la gatita tiene zarpas - dijo con sorna.

- ¿Acaso quieres que te arañe? - me acerqué a la valla con la espada en la mano y él levantó sus manos en señal de paz.

- Danny vamos, ven aquí - me llamó mi padre - sigamos.

Di un sonoro chasquido de lengua cuando Aegon volvió a comentar.

- ¿No deberías estar cosiendo con Helaena o haciendo cualquier otra cosa que tenga que hacer una dama?

Me di la vuelta imperiosamente, tirando mi espada al suelo y señalándole con un dedo.

- ¿Quién te crees que eres? ¿Quieres probar lo que te hace una dama con una espada?

Aemond sofocó una risa aunque la disimuló, pero Aegon directamente no lo hizo. Su carcajada se escuchó en todo el patio y le hubiese cerrado la boca de un puñetazo si no me hubiera cogido mi padre del brazo y me hubiese sacado de allí.

Me llevó a los establos y me sentó en un gran montón empaquetado de heno.

- Explícame que pasa. Ahora - él se sentó en otro idéntico al mío justo enfrente de mí.

- No me pasa nada - dije mirando hacia otro lado.

- Y yo no toqué a tu madre antes del matrimonio - dijo levantando una ceja y haciendo que lo mirase - bien, ya hemos mentido los dos. Ahora, habla.

- No soporto que Aegon no me recuerde - confesé.

- Asumo que estabais juntos - dijo serio.

- Algo así... es complicado. Y ahora no sólo no me recuerda, sino que actúa conmigo como si yo no le importase.

- Es que no le importas Danny, no te recuerda en absoluto.

Auch... eso había dolido.

- Eres pésimo consolando - quise levantarme pero me tomó del hombro haciendo que me sentara de nuevo.

- Pero que no te recuerde no significa que no pueda volver a sentir por ti... lo que sintió en su momento - me dijo.

Yo lo miré extrañada, ¿qué quería decir con eso?

- ¿No tiene recuerdos contigo? - siguió - bien, pues haz nuevos con él. Si Aegon llegó a sentir algo por ti, estoy seguro de que puedes volverlo a hacer.

- Yo... no sé....

- Y algo más... no tienes que casarte con el tuerto si no quieres; puedo hablar con tu madre y buscar otra solución.

- No sé qué hacer, padre... - me sinceré.

- Aegon no es santo de mi devoción pero los dioses saben que Aemond lo es mucho menos - me dijo.

Tras aquella charla, me quedé pensando. Al fin y al cabo, había quedado en unas semanas con Aemond como límite o sino... me casaría con él. Quitarme la responsabilidad de la alianza del matrimonio es que recayera en alguna de mis hermanastras o incluso en el mismo Jacaerys o Luke si lo obligaran a casarse con Helaena.

No, no iba a deshacerme de aquella imposición y dejar que otro la cumpliera por mí. Pero padre tenía razón... si Aegon un día sintió algo por mí, quizás, podría volver a sentirlo.

O quizás no; ni siquiera sé que fue lo que hice para que se fijase en mí.

Estaba dando vueltas en el patio de entrenamiento; practicando una y otra vez, cuando Aegon llegó de nuevo. No estaba dispuesta a aguantar una burla más por su parte, así que simplemente iba a ignorarle.

- ¿No te cansas? - preguntó apoyándose en la valla con sus mangas remangadas y su camisa un poco abierta.

Ignoré su pregunta y seguí a lo mío.

- ¿Ahora no me hablas? - insistió.

Escuché como se acercaba a mí a mis espaldas, había entrado al círculo así que cuando lo sentí lo suficientemente cerca, me agazapé rápida, estiré mi pie haciendo un círculo a mi alrededor e hice que cayese de espaldas a la arena de nuestros pies. Después de eso y sin darle margen de respuesta, me puse encima de él con la espada en su cuello aunque sin llegar a hacerle daño. Él colocó sus manos nuevamente arriba, a ambos lados de su cara con una sonrisa ladeada. Se veía... divertido.

- Vale - dijo con voz ahogada del golpe - ahora sé qué es lo que puede hacerme una dama con una espada. ¿Te quitas de encima?

Lo miré enarcando una ceja y, rezando a los dioses para que nadie nos viese pues el patio y el jardín a simple vista parecían desiertos, me acerqué a él dejando mis labios a escasos milímetros de los suyos. Él tragaba saliva, podía verlo al ver la nuez de su garganta cómo subía y bajaba. Además, no le quitaba los ojos de sus labios, al igual que a ella le pasaba.

- Ten más cuidado la próxima vez que quieras reírte de una dama - susurré en su boca; estaba segura de que había sentido su aliento entrar entre sus labios.

- Si la dama me ataca de esta manera... creo que me reiré muchas más veces de ella - ahora vacilaba entre observar su boca y los ojos de ella - pero sin embargo...

Él metió su pierna entre las de ella tomándola por sorpresa y arrebatándole la espada, dio un rápido giro colocándose ahora él encima de ella.

- La dama no debería nunca bajar la guardia - susurró ahora él entre los labios de ella - ¿así es como se entrena entre familiares, sobrina?

- Quítate de encima - ella intentaba moverse sin darse cuenta que con ese movimiento excitaba aún más al mayor, el cual ya era notable.

- ¿Por qué debería quitarme? - se pegó aún más a ella.

- Porque esto es... indecoroso - dijo entre susurros.

- ¿Cómo meterte en mi habitación cuando estoy desnudo? - levantó una ceja sonriendo.

- ¡Aegon! - gritó mi abuelo al vernos en la arena - ¿se puede saber qué haces?

- Entrenábamos - se puso de pie y me tendió la mano para elevarme; cosa que mi orgullo no me permitió y lo hice sin su ayuda.

Pasé por su lado tirando las armas y dirigiéndome a mi habitación con demasiadas ganas de llorar.
Maldita sea, echaba de menos a mi Aegon; el Aegon cariñoso, entusiasta y divertido; no esta versión ridícula, creída y fanfarrona.

No sabía cómo iba a hacerlo para estar cerca de él; porque eso era algo que le dolía demasiado.

El poder del fuego |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora