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Ayato siempre pensó que Arthur no era el tipo de figura paterna que presiona a sus pupilos

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Ayato siempre pensó que Arthur no era el tipo de figura paterna que presiona a sus pupilos.

Acostumbrado a las continuas humillaciones de Cordelia, a los comentarios furtivos, a los argumentos de doble filo y a los mecanismos de jerarquías y retorcidas reglas de poder a los que había estado sometido desde que era pequeño, comprobó que en Marie no había ningún resquicio de los patrones que él siguió para evolucionar lo mejor que pudo en un ambiente como ese.
Se equivocaba.

Marie no lucha para ganar, lucha para no perder. Como si estuviera tan acostumbrada a ganar que los oros fueran su habitual, el mínimo que debía conseguir, y los bronces un agujero en sus ropas azules, una mancha en los perfectos volantes azul marino bordados alrededor de las mangas que asomaban más allá del jersey de cachemir.

Cuando ella cae en el suelo y Ayato apoya la punta del florete sobre su pecho, jura que Marie va a agarrar el fino hilo metálico y va a tirar de él hasta y hurgar en sus costillas en carne viva con el metal. Es la forma en que lo mira, como si fuera un niño pequeño que ha manchado el manto de una deidad. Hay algo oscuro en el reposo de su mirada que hace que Ayato quiera turbarse por inercia y volver a una posición de extrema defensa incluso habiendo ganado el combate. Los cabellos rubio ceniza le caen sobre la cara y cuando alza la mirada sin apartar las briznas de platino de su frente, Ayato jura que los ojos azules se vuelven negros hasta que sus pupilas dejan de diferenciarse. Si Ayato tuviera pulso, este habría sido el momento en que se habría congelado en sus vasos sanguíneos. Nunca ha necesitado respirar, pero se le corta el aliento.

Marie White cumplió diecisiete años hace nueve meses, y ha desaparecido la niña dulce que le dedicaba una sonrisa graciosa tras las clavijas plateadas de su costosa flauta travesera mientras acorazonaba sus labios para tocar las armonías del Adiemus para él y sus hermanos. Ahora esa niña revela un ángel caído que lo mira con odio. Sus ojos son muy diferentes a los de su hermana. Los ojos claros cerceta de Annelise aún reflejan algo de luz, mientras que los ojos oscuros azules de Marie parecen dos pozos al Tártaro en reposo más allá de sus pestañas rubias.

Ayato ni siquiera quiere saborear la victoria, con el mismo temor que un insecto no quiere acercarse a robar algo de una tela, porque sabe que la araña espera pacientemente a sentir las vibraciones de su forcejeo en los hilos invisibles de su entramado...
y ahora la menor de las White es esa araña.

⠀⠀⠀-Ah... Supongo que estaría muerta ahora. -Marie había dicho eso para que Ayato se riera, pero sus ojos están abiertos como platos. -¿Estás bien? Soy yo la que acaba de perder.

⠀⠀⠀-Solo te has distraído.

⠀⠀⠀-¿Me ayudas a subir? -Pregunta con dulzura. Aunque Ayato piensa que todo no es más que una farsa que se desmantelará en el momento en que él deje caer el cuerpo hacia atrás para levantarla por inercia. Lo que no sabe es que Marie actuará excesivamente agradable por el resto de la semana. Lo suficiente como para que Subaru lo note.

Los suaves tirabuzones rubios y despeinados de la chica se esparcen como hilos de algodón sobre la espalda de terciopelo añil de su camisa de volantes. Se levanta con una sonrisa risueña y jovial como una gota de rocío en un rosal blanco, plantado sobre un cadáver.

⠀⠀⠀-¿Estás bien?

Marie ha hecho la pregunta ya dos veces. Una muesca de ansiedad resquebraja su comportamiento natural.
¿Qué clase de hombre creerían sus hermanos que era él si se acobardaba por la mirada enfurruñada de una niña que no podía ganarle un simple duelo de esgrima? ¿Qué clase de hombre pensaría ella que era?
Tenía constancia de que Arthur no es ningún inútil a la hora de entrenar y enseñar esgrima con otra persona. ¿Marie tenía esas conductas con todo el mundo o solo con él? Este razonamiento le cuesta a Ayato la vista de una joven demasiado pálida.

⠀⠀⠀-¿Ayato?

⠀⠀⠀-Sí, perdón. No es nada. Me he acordado de algo.

⠀⠀⠀-¿Te he hecho daño?

⠀⠀⠀-¿Cómo me vas a hacer daño, tonta, si has perdido?

La rapidez con la que Marie vuelve a su sonrisa juvenil y sonrosada le da náuseas.

El otro día Shu le dijo que no se fiaba de ella, y Yui la evitaba a toda costa por los pasillos de mansión, y Reiji se vuelve demasiado estúpido cuando ve a una mujer que sabe usar correctamente cinco tenedores, y no quiere hablar de esto con nadie más porque entonces el semblante de Marie se verá cada vez más artificial.

Una vez leyó que los seres humanos, a los que Ayato de alguna manera siempre consideró semejantes, tenían un mecanismo de supervivencia social adquirido de manera antropológica para identificar a otros humanos, y desconfiar de aquello que no lo fuera. Se pregunta si hay alguien más de la casa que desconfía de Marie con fundamento.

⠀⠀⠀-Oye.

⠀⠀⠀-¿Hmm?

⠀⠀⠀-¿Quién te enseñó esgrima?

⠀⠀⠀-Arthur. ¿No te lo dije?

⠀⠀⠀-¿Perdías mucho contra él?

Marie se ríe y comienza a trenzarse el pelo despeinado, desenredado con los dedos.

⠀⠀⠀-Constantemente.

⠀⠀⠀-¿Cuándo empezaste a ganar?

La sonrisa de Marie se borra de sus ojos, pero no de su boca. El reposo de su semblante se torna siniestro cuando Ayato siente que debe echar a correr, entonces Marie se ata la trenza y se aleja.

⠀⠀⠀-Se hace tarde.

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Arthur White subiendo las escaleras hacia Sombra del Cedro con la niña que acaba de adoptar

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Arthur White subiendo las escaleras hacia Sombra del Cedro con la niña que acaba de adoptar. Aún le ha dado nombre.
Fotografiados por un periodista.
14 de Octubre de 1994.
Aix en Provence.

𝐒𝐢𝐥𝐯𝐞𝐫 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝𝐥𝐢𝐧𝐞 ⚜ 𝐃𝐢𝐚𝐛𝐨𝐥𝐢𝐤 𝐋𝐨𝐯𝐞𝐫𝐬 𝐱 𝐎𝐜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora