𝐗𝐕𝐈 ⚜

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𝐀𝐑𝐓𝐇𝐔𝐑 𝐍𝐔𝐍𝐂𝐀 𝐂𝐑𝐄𝐘𝐎́ 𝐄𝐍 𝐄𝐋 𝐄𝐅𝐄𝐂𝐓𝐎 𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀

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-Espero de verdad que no me esté usted atribuyendo la culpa a mí de una huelga de controladores, Volkov.

Arthur White no podría tener más desgana hablando con el rector de la Universidad Estatal de Bielorrusia, se frota las sienes con los pulgares y le tira las migas del croissant que le quedan a las tres o cuatro palomas que se han atrevido a merodear por los Campos Elíseos con el maldito frío que hace. Solo los catedráticos de matemáticas y los gatos callejeros salen a esas horas de la madrugada a congelarse las orejas, y Arthur tiene que volver a tiempo a Aix porque Annelise ha enfermado otra vez, y por muy cruelmente independiente que sea con nueve años, aún es una niña, y Arthur aún puede ser todo lo condescendiente con ella que quiera.

Su sobrina ha crecido con la rapidez de un púlsar. Aunque la pequeña estrella de neutrones pelirroja parecía haber nacido ya con quince años. Según Louisianna, al año y medio de edad Annelise ya podía leer en voz alta el New York Times, a los siete ganó un concurso abierto de invención científica en un instituto privado que se había negado a aceptarla por su edad, a los nueve ya sabía hablar mejor el francés, el inglés y el latín mejor que él. Y ahora le había dado por aprender a transcribir caligrafía cortesana inglesa, y por aprender a tocar el violín.

-Deja de ahogar a la niña en libros, Arthur, por el amor de dios. La vas a volver inútil.

Por descontado, Louisianna estaba más que en contra de criar a una niña como si fuera la próxima James Sidis. Como si fuera a morirse de una embolia cerebral el día que aprendiese a construir un acelerador de partículas con los palitos de los helados.

Arthur guarda el teléfono con la foto de su sobrina y escucha cómo algo se mueve detrás de él. Sonríe para sí mismo y se recuesta en el banco en el que está sentado.

-Rad, hacía tiempo que no te veía. ¿Vienes a que te enseñe fotos de tu hija, araña asquerosa?

A Arthur siempre le gustó llamar así a Radueriel. Por alguna razón, el hecho de que una criatura tuviera cientos de extremidades y ojos, solo podía asociarlo con una araña; en absoluto se imaginó que Radueriel iba a convertirse delante de él en la bestia que rompió todas las estampas y figuras religiosas de su madre como si fueran burdas baratijas de vidrio adulterado. No le guardaba rencor, pero había desaparecido por muchísimo tiempo cuando murió su hermana y nació su sobrina.
Sabía que no podía esperar que un ser de su calibre se interesase por los humanos, y que había estado dios sabía dónde durante nueve años... pero de alguna manera, Arthur no le guardaba ningún rencor a Rad.

No cuando hizo todo lo posible por Amélie. No cuando ella le hizo prometer lo impensable. Además, todos se habían ido, y Radueriel era corpóreamente incapaz de irse a ninguna parte.

-¿Rad?

Los ojos azules que encontró hurgando en su mochila no eran los ojos verdes del gato.

Un soplo de humo blanco y cálido se escapa de los labios rojizos y agrietados de una niña que no debe tener más de seis o siete años. Lleva un vestido gris azulado de cuadros y franela con alguna que otra mancha de barro y las rodillas descubiertas y curtidas por el frío.

Habría podido observarla más si la niña no hubiera echado a correr entre los rosales de los Campos Elíseos.

Arthur sabía que la alcanzaría corriendo. Esa niña llevaba sin comer cuatro días mínimo.

𝐒𝐢𝐥𝐯𝐞𝐫 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝𝐥𝐢𝐧𝐞 ⚜ 𝐃𝐢𝐚𝐛𝐨𝐥𝐢𝐤 𝐋𝐨𝐯𝐞𝐫𝐬 𝐱 𝐎𝐜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora