𝐕𝐈𝐈𝐈⚜

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A Marie nunca le gustaron sus manos. Era la única parte de ella que no era perfecta.
La única parte de sí misma sobre la que no podía mentir.

Todas aquellas veces en las que sus tutoras le habían obligado a extender sus nudillos en el aire para que pudieran golpearla con una lámina de madera y un sonido hueco cada vez que la pillaban forjando alguna cerradura porque tenía hambre. Sus manos pequeñas pero magulladas, suaves pero torturadas, fueron las que trazaron los pómulos de Lucifer con el anhelo de un cautivo.

Anhelo.

El anhelo a una inteligencia que jamás tendría, un talento que nunca besaría su frente, unos ojos que jamás le devolverían la mirada, un duelo que perdería cada vez que se levantase del suelo para empuñar de nuevo su arma y lanzarse a otra derrota por sentir algo más que ese vacío tan profundo que la enloquecía cada noche y que poco a poco... comenzaba a olvidar.

Llevaba tanto tiempo sin ver a Arthur. A Annelise, A Akira... Cada día que pasaba, en su cabeza reproducía una imagen exacta de sus rostros, por temor a olvidarlos en aquel laberinto de espejos temporal en el que Karl la había encerrado.

Sin embargo, la voz de Arthur cada vez era más lejana, los ojos de Annelise perdían su color, y las facciones de Akira se volvían borrosas, inexactas. Imperfecto. Disonante. Inquietante...
no hay nada que la repugne más.

⠀⠀⠀-Pareces haber aceptado con bastante facilidad que vas a morir.

Era la voz más característica que había escuchado en su vida. Profunda, seca, contundente y densa. Si tuviera que describir a la persona que estaba detrás de ella, no sabría hacerlo. Le transmitía una intranquilidad semejante a los ojos de los cuadros que la siguen con la mirada, atentos a todos sus movimientos.

Quizá no es la persona en la que querría confiar, o en la que le gustaría confiar... pero desde luego es una pieza clave en su tablero. Incluso si sospecha que Karura Tsukinami odia ser una pieza en el tablero de nadie.

⠀⠀⠀-¿Has pensado ya en las flores que te gustarían en tu tumba, White?

Al diablo. ¿Qué mierda importaba ya ahora?

⠀⠀⠀-Me gustan los narcisos blancos, las azucenas y los lirios. Blancos o azules. Nada de amarillo. Lo detesto.

Nunca se lo había dicho a nadie. Marie llevaba toda su vida aceptando flores que no le gustaban de gente que no la conocía, y pretendía compararla con una de esas flores.

"Tu pelo es dorado como los pétalos de este girasol" odia los girasoles, y ahora también que la hayan comparado tan burdamente con uno. Son toscos, demasiado grandes, difíciles de arreglar, y casi nunca están bonitos. Pierden su brillo con una facilidad alarmante.

"Tus labios son tan rojos como los claveles y las amapolas" Los claveles eran la segunda opción ante la incapacidad de comprar rosas. Había algo sombrío en la religiosidad de los claveles que ella no quería recibir.
Mucho menos una amapola. Una flor tan demoníaca y siniestra cuyo consumo estaba centrado en la fabricación de opiáceos.

Cualquiera que le regalase una amapola apuntaba a una oscuridad recóndita que Marie no iba a admitir que tenía.
Al menos no a cualquiera.

Las margaritas. Ella no entendía la simpleza ni la delicadeza de una flor tan sencilla. Había aprendido a amar la sencillez de estas cuando crecían en el jardín de Arthur y también la facilidad con la que intercalaba los tallos en las trenzas de oro blanco de Akira. El olor de las rosas rojas la mareaba, y nadie la conocía lo suficientemente bien como para regalarle una.
Las rosas blancas le recordaban al perfume de su hermana, a los ramos que Akira le regalaba después de cada medalla de oro en esgrima.

𝐒𝐢𝐥𝐯𝐞𝐫 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝𝐥𝐢𝐧𝐞 ⚜ 𝐃𝐢𝐚𝐛𝐨𝐥𝐢𝐤 𝐋𝐨𝐯𝐞𝐫𝐬 𝐱 𝐎𝐜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora