Capítulo #12

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FERMÍN:

Serían apenas las 10 de la mañana y ya estaba cansado de aguantar esta camisa de mangas largas con la absurda túnica negra a juego.

El calor de este cuarto me desesperaba y el tabaco que me fumaba solo hacía que aumentara.

Estaba sentado en la enorme silla encima del pequeño altar de la parte posterior de la iglesia esperando que Mein y Ragher, mis monaguillos de mayor confianza, me trajeran a Verónica ante mí para realizar la ceremonia de purificación.

La muy hija de perra creía que me iba a jugar cabeza, creía que iba a poder escaparse y luego volver sin que nada le sucediera, pensar en su estúpida cabeza imaginando cosas que jamás se le cumplirían me causaba gracia.

Yo era la máxima palabra de esta mierda de pueblo, todos hacían lo que yo quería, me llenaba los bolsillos con el dinero que desviaba y me divertía follándome a todas las supuestas impuras.

Mentes débiles, eso es lo que eran todos los que seguían mis doctrinas.

Los pequeños gemidos que dejaba salir Verónica de sus labios amarrados con aquella soga me sacaron de mis pensamientos.

Ragher y Mein vestidos con túnicas iguales a la mía la traían entre empujones.

Verla con su cabello largo de rizos negros, aquel vestido blanco de ceda que le marcaba los pezones, su cara asustada con lágrimas a los lados e imaginarme todo lo que le haríamos, hacía que se me pusiera dura y me dieran ganas de metérsela hasta que llorara.

La pararon justo frente a mí esperando que diera la orden.

Me acerqué para tomar su rostro entre mis manos.

—Que el señor te libre de pecado — menudas mierdas tenía que decir — Empiecen.

Dí la orden mirando a Mein y el joven de cabello negro tomó otra de las sogas para acostar y amarrar a Verónica boca abajo en la mesa de tabla rústica que yacía frente a mi asiento.

Ragher le rasgó el vestido dejando al descubierto sus nalgas y la chica no hacía más que emitir sonidos que solo me endurecían más la verga.

—Azótenla con el látigo.

Dije señalando un pequeño látigo que estaba colgando justo detrás de ellos.

Ragher lo tomó sin chistar y comenzó a azotarla hasta dejar sus nalgas completamente rojas mientras Mein le daba bofetadas en sus mejillas que solo hacían que sus lágrimas aumentaran.

Mein se desabrochó los pantalones para sacarse la verga pero aún no era momento.

—Mein — Cuando gané su atención le hice una seña con el dedo índice y se apartó. Menudo imbécil.

Me levanté de mi silla y fui hasta allá para de un solo empuje poner a Verónica boca arriba con su entrepierna completamente expuesta.

—Oh señor, su cuerpo impuro tómalo hoy — comencé a decir a la par que hacía cruces por cada parte de su cuerpo mientras vertía un agua supuestamente bendita que había al lado de la mesa — devuélvelo libre de pecados, sin ataduras y sin banalidades carnales — dí un paso hasta su rostro que me miraba lleno de súplicas e introduje dos de mis dedos luego de sumergirlos en el agua bendita en su boca hasta que comenzó a toser atragantada — Amén.

Volví a hacerle la señal de la cruz y dí la orden que mis monaguillos querían escuchar.

—Háganlo.

Desesperados se desabrocharon los pantalones a la par y sin más que decir la penetraron, Ragher le abrió el coño y de una sola embestida le introdujo su verga y no hacía más que gemir como un perro, Ragher luego de darle tres muy sonoras bofetadas y bajarle la soga se la metió en la boca y la pobre chica solo lloraba y emitía sonidos ahogados, y aquello yo lo disfrutaba.

Devoción a CiegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora