Capítulo 32

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JACOB

Apagué el despertador antes si quiera de que empezara la odiosa melodía. Llevaba despierto mucho antes de amanecer, contemplando las hipnóticas sombras y luces proyectadas en el mugriento techo de la habitación compartida. La litera de abajo quedó libre dos días atrás, pero no tardaría en tener nuevo compañero. En el mes que llevaba allí había visto ir y venir a decenas de hombres, jóvenes y viejos con mil historias tristes a sus espaldas.

De un salto bajé de la litera y abriendo el cerrojo de la cajonera, saqué la toalla y ropa limpia para cambiarme. Tenía exactamente diez minutos en mi turno matutino del cuarto de baño.

Las calles de la ciudad ya estaban abarrotadas de personas que se movían en manadas guiadas por un instinto invisible que los hacía caminar absortos en sus propias vidas y aún así ser capaces de parar en los semáforos en rojo para volver a avanzar con el muñeco en verde y llegar a sus destinos sin perderse, pero sin saber a ciencia cierta cómo habían llegado hasta allí. Antes me gustaba observarlos cómo el que analiza una especie extraña, pero hacía tiempo que había dejado de hacerlo por miedo a que me reconocieran a pesar de los meses transcurridos.

Me calé un poco más la gorra azul sintiendo el pelo aún mojado goteando por mi cuello y empapando el cuello de la camiseta. Jamás lo había llevado tan largo y costaba acostumbrarse a que no se secaba simplemente frotándolo con la toalla.

Aceleré el paso al comprobar la hora en el majestuoso edificio de correos, iba a llegar tarde a mi cita diaria.

Bordeando el recinto hasta la zona de arboles que solía estar bastante despejado y tras comprobar que nadie me observaba, escalé la verja con la facilidad que da la experiencia y salté al otro lado. Volví a acomodarme bien la ropa y la gorra mientras caminaba hasta el edificio principal rodeándolo y llegando a la esquina desde la que se veía con claridad la zona del aparcamiento y la escalinata de entrada.

No tuve que esperar más de tres o cuatro minutos cuando vi el lujoso coche entrando en el aparcamiento y deteniéndose junto a la acera. Sentí un nudo en la boca del estomago, cómo cada mañana. Intenté calmar mi respiración inútilmente, porque en el momento en que la vi bajar del coche sentí que no había suficiente oxigeno en el mundo para apaciguar mis pulmones. Aún me sorprendía su nuevo color y corte de pelo, pero seguía siendo ella. A pesar de su cambio radical y a pesar de su nueva mirada fría e imperturbable seguía siendo mi dulce Oli.

Caminó segura hasta la escalinata, ignorando a todos los que la miraban. Aguanté las ganas de salir de mi escondite y partirle la boca a los babosos que miraban su espectacular trasero en sus pantalones de cuero negro y la saludaban con la mano sin que ella si quiera los mirara. Su padre no debía estar demasiado contento con esa nueva actitud y mucho menos con ese nuevo look, cosa que me hizo sonreír orgulloso. Había dejado de ser una pequeña y delicada flor para convertirse en una mujer fuerte y segura de sí misma. Seguía siendo ella, pero en una versión mejorada. Quise creer que yo también tenía que ver en aquel cambio, para bien o para mal.

"Venga Oli...hazlo...venga..." susurré para mi mismo al verla llegar al final de la escalera.

Me invadió el pánico al observarla seguir caminando y que comprobar que no paraba pero finalmente, justo antes de perderse por las puertas principales, se detuvo en seco. Volteó ligeramente la cabeza y recorrió el recinto con la mirada buscando. Después volvió de nuevo la cabeza al frente y se perdió en el interior del edificio.

"Mi Oli..."

Me apoyé en la pared de piedra, sintiéndome morir como cada día que iba a verla. Todas y cada una de las mañanas, ella hacía lo mismo; echaba la vista atrás justo antes de entrar en la universidad. Algo estúpido e infantil me hace creer que puede sentirme y me busca, por muy absurdo que parezca aun que la realidad es que posiblemente sólo cubra sus espaldas para que no vuelvan a raptarla.

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