Capítulo 24

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Entramos en el coche y Nora se abrocha el cinturón

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Entramos en el coche y Nora se abrocha el cinturón. Hoy está guapísima. Siempre lo está en realidad. Es atractiva, tiene un cuerpo precioso y un rostro digno de recordar; de esos en los que podrías perderte durante horas sin darte cuenta de que los minutos transcurren, y, aun así, seguirías mirándola hasta hartarte.

—¿Todo bien? —pregunta sacándome de mis pensamientos.

—No podría ir mejor —alego con una sonrisa, arrimándome un poco más a ella para besarla suavemente en los labios.

Siento una necesidad acuciante de tocarla, no puedo tener mis manos alejadas de su cuerpo. Es como si algo se hubiese despertado en mí de pronto, algo que estaba dormido esperando impacientemente su llegada. Me siento otra vez como un adolescente hormonado, como si tuviese diecisiete años y no pudiese pensar en otra cosa que no sea sexo.

Sexo. Sexo. Sexo.

Lo tengo en la cabeza todo el maldito día. Nora provoca eso en mí. Ahora mismo tengo que controlarme para no arrancarle la ropa aquí mismo y hacerla mía otra vez.

Giro la llave, antes de volverme loco, y conduzco hacia su casa. Pongo música para distraerme un poco, serenarme y centrarme, pero parece que mi cerebro no está muy por la labor, o tal vez debería decir «aquello que llevo entre las piernas» y que parece ir por libre. Creo que hasta ella lo nota, porque se percibe una energía extraña entre los dos, como una especie de hilo invisible que tira más de lo normal.

Sí, que vale... que ya sé que no vengo de padecer meses de sequía precisamente, que con Stephanie nos acostábamos siempre que surgía la oportunidad. Pero esto es diferente, porque por algún extraño motivo que no termino de entender, con Nora experimento un anhelo desmedido. Y también está el cariño, el respeto y el amor que le tengo desde que la conocí. Es como un cóctel adictivo que se ha ido fermentando a fuego lento y que por fin está listo para ser degustado, saboreando cada ingrediente.

Una vez estacionados, apago el motor y me giro en el asiento. ¿Cuánto tiempo llevaba sin sentirme tan pleno y dichoso? Demasiado, quizá. Va a ser verdad esa frase que reza que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, aunque yo la cambiaría por: «No sabes lo que tienes hasta que lo encuentras», porque desde que estoy con ella, no he hecho otra cosa que reflexionar en lo que desaprovechaba, hasta que le permití colonizar mi corazón.

—Te quedas, ¿verdad?

—Si me lo pides así... —Ella me sorprende subiéndose a horcajadas sobre mí, dejando caer la tela de su vestido a un lado y enredando sus dedos alrededor de mi nuca.

Me contempla sin decir una sola palabra y su sonrisa se desvanece. Sus ojos hablan de pasión, de ganas, de una contención que lleva años esperando desbordarse y que por fin ha roto las compuertas.

—Te quiero, Alexander Kovalev.

Acaricio su mejilla, aparto ese mechón de pelo que cae encima de su rostro, y en dos segundos, ya tengo mi mano vagando por su muslo y deslizándose a través de sus finas medias negras. Mi polla se activa de inmediato en cuanto me topo con el borde de encaje muy cerca de su entrepierna. La oigo gemir bajito y temblar también. Esa reacción hace que me ponga todavía más duro.

Sentirte Decir "Te Quiero" #crisálidas3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora