Capítulo 107 - El reino de los deseos.

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Knightless Armor caminó lentamente para alejarse del lugar, deteniéndose y quedándose quieto por un momento, girándose y dirigiendo su mirada al cielo nocturno, como si fuera un depredador acechando a su presa, penetrando la distancia hasta encontrar lo que buscaba.

Bhasenomot venía viajando a toda velocidad por el espacio, sintiendo de repente una aguda mirada clavándose en todo su cuerpo, deteniéndose en seco frente a una aún lejana Tierra, flotando en la oscuridad con pavor.

No puedo acercarme más... –pensó Bhasenomot, sabiendo que de acercarse más sería de seguro capturado de alguna forma por Knightless Armor, quedándose a la deriva en el frío e inmenso espacio, esperando a pensar una forma de poder volver y ayudar a la hechicera—. Al menos ella parece estar bien, por ahora.

La sombra encarnada no perdió su tiempo, sabiendo que el falso demonio no actuaría en la inmediatez, aprovechando las últimas horas de la noche para atacar a algún mago o hechicera desprevenido, perdiéndose en la espesura de la oscuridad.

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Bröck siguió con parsimonia al autoproclamado rey, en total silencio, seguido por los otros cinco magos quienes querían cuchichear sobre lo recién sucedido, solamente atreviéndose a darse miradas llenas de significados, viendo como Ed seguía caminando de la mano del hombre que los hizo arrodillarse de forma tan humillante y contra su voluntad.

Aquí estamos –dijo el rey, deteniéndose frente a los altos muros de una ciudadela, la cual rodeaba con sus casas y sus calles a un gran castillo que parecía estar esculpido en la roca de la gran y extensa montaña que servía de telón de fondo de la vista panorámica del lugar—. Entremos.

El rey, Ed y los seis magos entraron después que los soldados abrieron las puertas de la ciudad, saludando en silencio al monarca desde la altura de sus puestos de vigilancia, para no romper la calma de la noche, retomando su tarea de supervisar los alrededores de la muralla que los separaba del exterior. Las calles estaban vacías, no había un alma en desgracia viviendo en estas, se toparon con algunos soldados que inspeccionaban las calles con antorcha en mano, arrodillándose frente a su soberano para luego seguir con su trabajo. Caminaron hasta el castillo, el cual no tenía puertas que lo protegieran del exterior, manteniéndose siempre abierto y disponible para quienes quisieran entrar, a pesar de igualmente tener dos guardias en su entrada. Un grupo de tres súbditos los esperaban en la entrada de un largo pasillo, saludando a los recién llegados con una reverencia, arrodillándose ante el rey.

Mi rey –dijo el más viejo de todos, levantándose del piso, no así sus otros dos acompañantes.

Denle un cuarto individual a cada uno de ellos –ordenó el rey, adentrándose en el oscuro y largo pasillo, perdiéndose en la penumbra—. Mañana hablaremos sobre lo que harán de ahora en adelante.

Señor –dijo el hombre de largo cabello y barbas blancas, levantándose los otros vasallos, guiando a los magos por el castillo.

Los magos siguieron incapacitados de hablar, aceptando sin chistar los designios del rey y sus siervos, quedando en habitaciones separadas, algo que molestó demasiado a Pólux y su hermano, quienes acostumbraban a siempre hacer todo juntos, pero tampoco se atrevieron a alzar sus voces a modo de demanda. Ninguno pudo conciliar el sueño aquella noche.

Al otro día, apenas emergieron los primeros rayos del sol colándose por sus respectivas ventanas, los magos seguían incapaces de tomar una decisión, algunos sentados en sus camas, otros recostados y tapados sobre estas, pero la impetuosa juventud de Cástor y Pólux pudo más, saliendo los dos al mismo tiempo de sus respectivos aposentos, tocando las puertas de una hilera de habitaciones, buscando a sus compañeros de viaje, encontrando a algunas damiselas que trabajaban en el castillo, las cuales salieron ya vestidas y preparadas para realizar sus funciones, prestándoles poca importancia a los jóvenes magos.

Blaze! [Temporada 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora