Capítulo 63 - Receta para el olvido.

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Blaze, hoy vamos de compras nuevamente, necesitamos pescado fresco para los comensales –dijo Alfred, llamando a la muchacha para que se acercara, ya que ese día había amanecido con las rodillas adoloridas.

¿Qué te pasa, Alfred? Estás cojeando –preguntó la muchacha, lanzando el paño de limpieza en el cielo del local, pegándose en él indefinidamente.

Son mis rodillas, estoy muy viejo –sollozó Alfred, quejándose exageradamente, sentándose en su silla preferida.

Déjame ver –dijo Blaze mientras le tocaba las rodillas, encontrándose con las dos coyunturas de las piernas del hombre inflamadas y calientes—. Esto no es producto de la edad, es la gota. Quien pensaría que pudieras tener una enfermedad de la realeza con tan pequeña taberna. Si tuviera mi magia, podría arreglar esto de inmediato.

Nunca me he quejado de falta de dinero. Vas a tener que ir sola a Sirens' Bay, toma la carreta y trae pescado fresco –mandó Alfred, sobándose los pies, hinchados también, quejándose—. Si tuvieras tu magia, podrías entrar en aquella casa.

Claro. Eso sí, no esperes que maneje cómo lo haces tú, los caballos no me hacen tanto caso, así que me demoraré un rato –dijo Blaze, tomando el dinero de las manos de su jefe, saliendo de la licorería y cerrando la puerta.

Sí, lo que quieras. Sólo llega antes de que comience a llegar la clientela –ordenó Alfred, masajeándose las piernas, apretándolas para alivianar la hinchazón.

Blaze se subió a la carreta, tirando el dinero en el compartimento trasero, partiendo a Sirens' Bay. Llegó a la playa más rápido de lo que esperaba, atando a los caballos a un poste de madera y luego sacando el dinero para que no se lo robaran. Caminó sobre la cálida arena mirando el cielo despejado. Llenó sus pulmones con el salino aire, dejando que la brisa jugueteara con su única y rasgada vestimenta, metiendo los pies en la fría agua del mar. Un ojo le ardió, llorando por ese lado de su rostro, sonándose los fluidos mocos que emergieron por su nariz, devolviéndose a la carreta para buscar la encomienda de Alfred.

A ver... –dijo Blaze, examinando los puestos de los pescadores, oliendo las presas puestas en las mesas para comprobar su frescura.

Los pescados tenían diversas formas, algunos pareciéndose más a monstruos que a animales comestibles, mirando con desdén a los comerciantes que los ofrecían. Repentinamente, Blaze miró más detenidamente a uno de los puestos, notando una cara conocida, devolviéndose para ver al vendedor, no a los peces.

¿Me recordará? –pensó Blaze, poniéndose frente al hombre, mirándolo a los ojos, recibiendo una reverencia mientras era invitada a revisar los animales pescados—. ¿Señor?

¿Sí? –respondió el hombre, con una sonrisa que acentuaba sus rasgos extranjeros—. ¿Qué desea, señorita?

¿Sabe quién soy? –preguntó la muchacha, sonriendo levemente ante los blancos dientes del hombre.

No, para nada –respondió el hombre con un correcto inglés, aunque con un acento extraño, aún le costaba pronunciar ciertas palabras.

Usted no me recuerda, pero yo sé algunas cosas sobre usted que ni siquiera se imagina –dijo Blaze con palabras intrigantes a ver si salía algo a flote, pero el hombre la observaba confundido.

¿Qué? –dijo el hombre, rascándose una incipiente barba emergida de su barbilla, iluminándose su mente—. ¡Ahora entiendo, usted quiere una rebaja!

¿Qué? No, no, no, no, no... Es en serio. Hace más de un año atrás nosotros nos enfrentamos en una pelea de espadas, usted es un gran guerrero, aunque no sé su nombre, no me lo quiso decir –narró Blaze, desatando una carcajada en el hombre, quien llamó a una mujer para que viniera.

Blaze! [Temporada 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora