7. Proyecciones

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The Outsider - A perfect Circle


Adam

(2008)

Destapé el frasco naranja y, meticulosamente, traté de que cayera la dosis justa en mi palma. Busqué líquido para poder ingerirla, pero en medio del caos no encontré el vaso con agua que había subido a la habitación cuando llegué de ensayo. Ya estaba oscureciendo y el maldito dolor de cabeza me tenía hasta los cojones en su intento de matarme por la vía lenta y tortuosa. Sinceramente, siempre he preferido tomar un atajo cuando se trata del dolor: de una sola vez, aunque duela más. Pero eso es solo una jodida fantasía para alguien con insomnio.

Miré por la ventana. Si algo me gustaba de ese lugar, aparte de no tener que lidiar con el imbécil de mi padre, era que la vista desde el pequeño balcón de la habitación tenía una amplia panorámica de las calles, su arquitectura particular y un parque cercano. Todo estaba casi vacío y quieto, la clase de silencio que me traía algo de paz mental, casi la misma que sentía al tocar la batería.

Llevé mi mirada nuevamente a la palma de mi mano. No tenía ningún puto interés en tomar la pastilla, prefería mil veces lidiar con la migraña que me aplastaba la sien que sentirme anestesiado, pero, joder, otro día más durmiendo tres horas y seguro perdía el sentido. Y no podía seguir dilatando la llamada por Skype que le prometí a mamusia(1). Que me viera así jamás fue una opción. Mis hermanos no me lo perdonarían y yo tampoco. No. Tenía que buscar una solución rápida. La extrañaba.

Removí el contenido de mi mesa de noche, con la esperanza de hallar el vaso, en la penumbra. Sin embargo, a tientas, lo único que encontré fue una petaca de metal. La moví un poco. Aún tenía líquido en su interior y, aunque no era agua ni mucho menos, las expectativas de bajar por otro vaso y que me interrumpiera alguna dosis de interacción social, hizo que una patada en las bolas fuera más atractiva en comparación. Me eché la pastilla a la boca y bebí de aquel líquido con esencia a manzana y madera que, cuando pasó por mi garganta, dejó un calor agradable.

¿Qué clase de idiota tomaba antidepresivos con whiskey? Uno de casi 17 años.

A la mierda, solo quería dormir seis horas.

Busqué en mis bolsillos, hasta que encontré mi tabaco enrolado y lo prendí, apoyado en el marco de la ventana. Cuando le di una calada, divisé cómo una niña se deslizaba en skate por la baranda de una escalera, en el parque. Me tensé, temiendo brevemente por su integridad, pero cuando sentí el ruido de alguien sentándose en mi cama, me distraje y tuve que mirar a otro lado.

—Estoy seguro de que los antidepresivos no funcionan así, Adam. —la voz de Joseph sonó a reproche, pero con el tono justo como para hacerla pasar por broma si yo me enojaba—. Si decidiste que vas a hacer caso a tu psicólogo y tomarlos, lo más lógico sería que usaras agua, ¿no crees?

Y un carajo, ¿desde cuándo que estaba mirándome y no me di cuenta?

—Seguro.

—Ad...

—No tengo pensado volver a hacerlo —murmuré, a secas.

—¿El qué? —preguntó el de ojos verdes. Yo aspiré mi tabaco otra vez, mientras me llevaba la mano al puente de la nariz. No tenía ánimo de emboscadas de su parte, por más que lo quisiera y valorara su preocupación por un idiota como yo—. ¿Tomar tus pastillas o ingerirlas con alcohol?

No quería ser grosero con él, pero la migraña no me dejaba pensar claramente.

Entre menos palabras dices, menos la cagas.

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora